La disciplina de enfocar la atención en lo bueno
Cuando niño Kent sufrió un tremendo vacío en su crianza. Su padre Graham Hughes murió en un accidente industrial cuando él tenía tan sólo cuatro años de edad. Los recuerdos que él tiene de su padre son una visión borrosa de un hombre delgado con cabello rojizo y ondulado “dormido” en su ataúd. Fue privado de un modelo masculino y destinado a ser criado con su hermanito por su madre viuda, su abuela también viuda, y una tía que también lo era. De modo que no tuvo un varón que lo enseñara como varón.
El ser criado en un ambiente femenino pudo haber sido para Kent una gran desventaja, excepto por lo siguiente: Su madre, consciente del problema llevaba a sus hijos en cada verano a acampar en el Gran Sur y les enseñaba a pescar con las varas del abuelo y les permitió usar sus rifles cuando llegaron a la edad apropiada. Los padres jóvenes también se interesaron en Kent. Eddie que vivía al otro lado de la calle le enseñó como vestirse, y Jim, quien vivía con su joven esposa en el apartamento de atrás, le enseñó a construír aero modelos.Y por supuesto los hombres cristianos de su iglesia demostraron un interés especial en él durante sus años de adolescente: su pastor Verl Lindley; su padrino juvenil Howard Busse y Roberto Seelye quien lo pastoreó en sus años de universidad. Todos estos fueron beneficios divinamente preparados después de una terrible pérdida. Kent tiene una herencia cristiana única y envidiable que le ha permitido hacer suyas las palabras de David en el Salmo 68:5-6 cuando dijo: “Padre de huérfanos y defensor de viudas es Dios en su santa Morada. Dios hace habitar en familia a los desamparados”.
La disciplina de comenzar algo nuevo
Obviamente cuando nosotros dos nos unimos y comenzamos una familia no estábamos perfectamente equipados para tal tarea. Uno de nosotros no tuvo padre y el otro tenía lo que hoy se llama un padre no funcional. Tuvimos que empezar en donde estábamos y con lo que teníamos. Pero lo que teníamos era sustancial. Teníamos los ejemplos silenciosos pero poderosos de nuestras madres quienes día por día dieron sus vidas por nosotros, y las promesas que Dios hace a quienes le siguen. Comenzábamos una gran aventura y lo último que teníamos en mente era auto compasión o remordimiento por lo que no teníamos. Un nuevo horizonte se abría ante nosotros y estábamos pletóricos de esperanza.
En el día de hoy ministramos en una iglesia que tiene 130 años de antigüedad con una gran riqueza de herencia y tradiciones. Pero hace treinta años empezamos desde cero una iglesia totalmente nueva. Absolutamente todo lo que hicimos ese primer año fue “original”. Tuvimos el privilegio de decidir qué tipo de tradiciones practicaría la iglesia por muchos años en el futuro. Y lo vimos como una oportunidad de hacer un impacto en la iglesia durante las siguientes generaciones. Y esa es exactamente la forma en que visualizamos a nuestra familia. Teníamos que comenzar algo nuevo. Nuestra deficiencia fue el trasfondo de nuestra oportunidad.
Como esponjas secas absorbimos cada pizca de sabiduría que pudimos obtener de familias cristianas con más experiencia. Tuvimos muchas pruebas y cometimos muchos errores. Casi todo lo que hicimos fue imperfecto. No fue nuestra incompetencia lo que Dios usó para lograr sus propósitos en nuestra familia, y tampoco usará la suya. Pero la obra de Dios comienza en cada persona a pesar de sus circunstancias, con una actitud de disciplinada dependencia de él para lo cual es necesario vivir la vida cristiana. Las virtudes que acompañan tal dependencia son fe, oración y obediencia: fe en que Dios cumplirá y realizará lo que ha prometido; una vida dependiente de Dios en oración, y una decidida obediencia a la voluntad de Dios.
EDIFIQUE SOBRE SU HERENCIA ETERNA
Al construir su herencia los cristianos tenemos una gran ventaja sobre los que no conocen a Cristo. La Escritura dice: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es. Las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17 RVR). Con las cosas viejas se fue una vida dominada por el pecado y el poder destructivo de hábitos que inhiben en las relaciones una herencia saludable, y ha llegado un nuevo corazón, el Espíritu Santo que mora en nosotros, una nueva sensibilidad moral y un nuevo poder para hacer el bien. No importa cuál era su herencia pasada, todo es nuevo en Cristo. Los cristianos tenemos una vasta herencia de la cual podemos echar mano, cimentada no en lo efímero de la vida sino en la eternidad.
La herencia paterna
Como fundamento de nuestra herencia está la paternidad de Dios quien es nuestro Padre devoto y amoroso. Una señal indicativa de nuestra relación con Dios es el poderoso impulso interior que nos hace dirigirnos a él como nuestro querido Padre: “Y ustedes... recibieron el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: ¡Abba, Padre!” (Romanos 8:15). “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6 RVR). Esta consciencia de la paternidad de Dios inspira un sentido de continuidad y seguridad en nosotros como miembros queridos de la familia de Dios. Al respecto J. I. Packer ha escrito:
Si usted quiere saber la profundidad de la comprensión que una persona tiene de lo que es el cristianismo, averigüe qué importancia le otorga al hecho de que es hijo o hija de Dios y de que tiene a Dios como su Padre. Si este no es el hecho que impele y controla su adoración, sus oraciones y toda la perspectiva de la vida, ello significa que, después de todo, no comprende muy bien lo que es el cristianismo. Porque todo lo que Cristo enseñó, todo lo que hace al Nuevo Testamento, nuevo y mejor que el antiguo, todo lo que es distintivo del cristianismo se resume en el conocimiento de la Paternidad de Dios el Padre.4
Considerar a Dios su padre puede ser difícil para quienes han tenido padres humanos supremamente pobres, pero no es imposible porque todos podemos imaginar lo que es un buen padre. Como padres tenemos que hacer de esta bendita realidad una disciplina mental, esencial para nuestra herencia, aquí en este mundo, y ahora en nuestro tiempo.Y tenemos que creerla y estar convencidos de ella con todo nuestro corazón.
La herencia familiar
Con un disciplinado enfoque en Dios como nuestro Padre vamos a tener la experiencia de un creciente sentido de herencia en la iglesia, la cual es la eterna familia divina. Nuestra paternidad mutua, el impulso que compartimos de clamar “Querido Padre”, acrecienta nuestro sentido de pertenencia. Llamar a Dios “Padre” significa que en el cuerpo de Cristo tenemos hermanos, hermanas, padres, madres e hijos espirituales (ver Marcos 10:29-30), una herencia sublime que es superior a los nexos sanguíneos y que crece y se hace más dulce cada día.
Al orar por su familia en Éfeso Pablo pidió a Dios “que les fuesen iluminados los ojos del corazón para que supieran a qué esperanza los había llamado, y cuál era su gloriosa herencia entre los santos” (Efesios 1:18). El apóstol quiere que veamos que somos las riquezas de Dios: su gloriosa heredad, su herencia. La herencia de Cristo es la nuestra, y la nuestra es la de Cristo. Si esto no hace que nuestros corazones canten, ¿qué, entonces, los haría cantar?
DISCIPLINAS QUE LE AYUDARÁN A COMENZAR
Cualquiera que sea el trasfondo de su cónyuge -incluso si no tiene cónyuge y se siente irremediablemente solo o solausted puede edificar un fuerte sentido de herencia que se transmita a sus hijos y a los hijos de sus hijos. He aquí algunas disciplinas que le ayudarán a comenzar:
1. H aga una lista de las deficiencias e injusticias del pasado y decida iniciar una acción para perdonarlas. Las siguientes porciones escriturales le ayudarán a perdonar a los demás:
Por lo tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, revístanse de afecto entrañable, y de bondad, humildad, amabilidad y paciencia, de modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes. Colosenses 3:12-13. Olvidando lo que queda atrás, y esforzándome por alcanzar lo que está delante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús. (Filipenses 3:13-14)
2. Cuando haya hecho esta elección no intente llevarla a cabo con