Las disciplinas de una famila piadosa. Barbara Hughes. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Barbara Hughes
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9781646911110
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cada cuerpo es una creación nueva de Dios, dotado de inteligencia, de un alma, único en el mundo como sus huellas dactilares, con una capacidad igualmente singular para comunicarse y vivir en relación con Dios y para Dios.

      En tal ceremonia oramos por los padres. Le pedimos a Dios que ellos puedan tener un vislumbre de la gloria y el privilegio de la paternidad, porque su actitud ante ella va a hacer toda la diferencia.

      1 (aquí el nombre del padre) que llenó su aljaba de ellos (Salmo 127:3-5)

      2 Resolución. Decido ver siempre el cuadro completo -el fin princi-

CÓMO CONSTRUIR UNA FAMILIA

      1

      LA DISCIPLINA DE ESTABLECER UNA HERENCIA

      Un elemento vital en la edificación de una familia es inspirar un saludable sentido de herencia, un aprecio por las raíces de la familia, tanto en el sentido espiritual como terrenal. Cada vez se hace más común en nuestro mundo que los hijos no tienen ese sentido de continuidad o de aprecio por la historia familiar. Muchos se sienten como si hubieran venido de la nada y por lo tanto no están ligados a nada, y esto ocurre entre los cristianos también. La herencia familiar es un asunto descuidado que requiere de rehabilitación. Esta es una de las disciplinas de una familia cristiana.

      En el Salmo 127:4 se compara a los hijos con flechas. Los padres son como tiradores o arqueros que lanzan a sus hijos hacia el futuro, procurando alcanzar un blanco distante. Algunos padres tienen claro su objetivo y dirigen bien sus flechas hacia él. Pero otros “hijos flechas” son disparados desde arcos indisciplinados por padres que, en el mejor de los casos, sufren de ambivalencia en cuanto a saber de dónde vienen, y de inseguridad en cuanto a cuál es su objetivo en la vida. Sus flechas siguen una trayectoria vacilante y finalmente sucumben ante la gravedad sin tener un blanco a la vista. Trágicamente comprueban el adagio que dice que, “si usted apunta a la nada, con seguridad hará blanco en ella”.

      El sentido de herencia es un factor esencial para proveer dirección a nuestros hijos. Comprender de dónde venimos, pero más aún, apreciarlo, nos ayuda a fijar un rumbo apropiado y saludable.

      Desde luego todas nuestras herencias tienen manchas, unas más que otras. Los hombres y las mujeres modernos son tan sensibles al respecto que muchos utilizan los pecados y faltas de sus padres como una excusa de sus propios pecados y de sus deficiencias como padres. Como escribió Robert Hughes en la revista Time, esto ha dado lugar al “surgimiento de la enseñanza terapéutica según la cual todos somos víctimas de nuestros padres, que cualesquiera sean nuestras tonterías, nuestra venalidad o nuestros crímenes, no somos culpables de ellos pues venimos de familias con algún tipo de desorden funcional”.3

      Hemos conocido familias de cristianos de segunda y tercera generación que trágicamente se han creído esta lógica errónea y extraviada. Alimentan amarguras interiores porque, por ejemplo, sus padres fueron rígidos, legalistas o hipócritas. Estas heridas se convierten en excusas convenientes para las torcidas trayectorias de sus propias vidas. Y luego, por causa de su propia desviación, dirigen mal sus propias preciosas flechas, produciendo hijos que van por la vida tambaleando sin estabilidad ni dirección.

      La realidad es que todos nosotros, en cada generación, vivimos en familias con desórdenes de funcionamiento en diversos grados. Todos cometemos errores; todos pecamos contra nuestros hijos y ellos pecan contra nosotros. La vida es a menudo (tal vez la mayor parte del tiempo) injusta e incluso cruel. Aunque no somos culpables de las acciones de otros en contra nuestra, debemos asumir la responsabilidad por nuestras propias acciones y fracasos. Centrar la atención en las injusticias es aportar una herencia corrosiva y horrenda para la siguiente generación.

      LA DISCIPLINA DE CONSTRUIR UNA HERENCIA POSITIVA PARA SU FAMILIA

      Las familias pueden ser muy hábiles para alimentar una amargura producida por una acción incorrecta que han sufrido. Considere el caso ficticio de la familia Doe. Desde muy temprano cada hijo descubre que el Tío Ted, tío de su padre, no puede ser nombrado sin provocar una reacción negativa. “Es el tacaño más miserable del estado de Iowa” -se dice. En verdad hace algunos años se negó a hacerle un préstamo a su hermano. Pero el tío tiene un gran sentido del humor y lleva a sus sobrinos a pescar y es bastante cariñoso con ellos. Sin embargo, el amargo calificativo parece imposible de olvidar. El Tío Ted parece condenado a ser el “cicatero” a ojos de la familia sin importar lo que haga.

      La disciplina del perdón

      La disciplina del perdón es esencial para edificar su familia y establecer su herencia. Siendo una niña, Bárbara aprendió algunas lecciones importantes acerca del perdón a través de las difíciles experiencias con su padre. Esto es lo que recuerda:

      Yo tenía exactamente catorce años de edad ese cálido día de junio. Estaba alistándome para mi graduación de la enseñanza secundaria. Me disponía a recibir una beca de la organización femenina nacional “Hijas de la Revolución Americana” como premio al servicio en mi escuela y debía hablar en la ceremonia de graduación. Revisé nerviosa mis notas y alisé mi nuevo vestido azul que mi abuela Barnes me había confeccionado con cariño.

      Cuando me dirigía hacia la plataforma una de mis amigas se me acercó corriendo y con una falsa risita me dijo: “¡Hay un borracho ahí afuera!” La ruidosa llegada de mi padre fue notoria e inolvidable. Tenía el vestido desarreglado y estaba tan intoxicado que a duras penas podía sostenerse en pie. La lucha de papá con el alcohol siempre había sido un motivo de temor y dolor en nuestra familia, pero ahora era además la causa de mi humillación pública.

      Comencé a orar.Y esa oración me ayudó a sobrellevar la dolorosa humillación. Mis piernas temblorosas casi me fallan cuando me paré a hablar, pero en mi interior estaba ocurriendo algo sólido y bueno. Yo no tenía la suficiente experiencia para comprenderlo. Pero sí entendí que mi padre, mi papito, me estaba causando dolor y que mi Padre celestial me había enseñado a perdonar: “Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a los que nos deben” (Mateo 6:12 RVR). De modo que cuando el director me entregó el premio con su gloria un tanto deslucida, tomé una decisión: Por la gracia de Dios no voy a odiar a mi padre. Lo perdonaré. Luego comencé mi discurso.

      Al final de la ceremonia, mientras nos congratulábamos los unos a los otros y nos expresábamos nuestras acostumbradas despedidas del verano, tomé a mi padre de la mano y lo presenté a mis profesores favoritos.

      No había manera de que Bárbara supiera en ese momento la trascendencia de su decisión, pero su vida hubiera seguido un curso diferente si le hubiera dado lugar a la amargura. La gracia de Dios fue suficiente para ayudarle y por causa de su misericordioso perdón, su herencia no se hizo agria. Como cristianos debemos disciplinarnos y enseñarnos a perdonar y a olvidar las ofensas que nos hacen.

      La disciplina de ser positivos

      El perdón esta íntimamente relacionado con la disciplina de cultivar actitudes positivas. En los años que siguieron a la graduación de Bárbara, el alcoholismo de su padre tuvo un peso terrible sobre la familia. Su condición se deterioró en la ciudad de Los Ángeles en donde permaneció hasta que le diagnosticaron un enfisema avanzado. Entonces regresó al hogar como un inválido y su esposa cuidó de él durante once años hasta su muerte.

      Esa década les permitió a nuestros hijos tener recuerdos de su abuelo. Durante ese tiempo decidimos enfatizar lo positivo del abuelo. Hablábamos acerca de su gran sentido del humor (era tremendamente divertido), el excelente chili que preparaba, y lo buen pescador que era. Reíamos de buena gana cuando cantaba imitando ciertos tonos o ciertas expresiones exageradas procurando tocar el viejo piano. O cuando bailábamos los pasos que él nos había enseñado años atrás. Hoy todos nosotros hacemos un alboroto con los bebés -con cualquier bebéen parte porque el abuelo lo hacía. Le encantaban tanto los niños pequeños y su dulzura que cuando queria, alzaba uno en sus brazos se sentía feliz.Y ese sentir nos lo transmitió