Abrió la puerta y la empujó con la intención de cerrarla de nuevo cuando estuviera dentro del edificio para poder así escapar de Paul. Entonces, él volvió a hablar.
–¿No tiene curiosidad por saber cómo la he encontrado?
A pesar de la agitación que sentía, Lia se detuvo en la puerta y lo miró de soslayo. Aunque a Paul le sobraba seguridad en sí mismo y poder, ella no carecía de puntos fuertes. Tendría que combatir su insistencia con descaradas armas de mujer.
–En realidad –dijo mientras se giraba para mirarlo y esbozaba una descarada sonrisa. Por lo que Ethan le había contado, Paul se regía por la lógica en vez de por los sentimientos. Desafiar al experto en ciberseguridad para que se enfrentara a sus sentimientos seguramente terminaría explotándole en la cara–, estoy más intrigada de lo que a usted le gustaría.
Capítulo Dos
King Street pareció desvanecerse a su alrededor mientras Paul valoraba cómo responder a la desafiante sonrisa de Lia. La expresión de su rostro no era sexual, pero eso no consiguió aliviar la atracción que se apoderó de él exigiéndole que actuara. Apretó los puños para ahogar el impulso de tomarla entre sus brazos y deslizarle los labios por el cuello en busca de aquella deliciosa fragancia.
¿Cuál era su objetivo? El dinero, evidentemente. Después de conocer a Ethan, resultaba evidente que se lo había puesto como objetivo utilizando la enfermedad de su abuelo para ganárselo. ¿Estaba planeando que Ethan pagara sus deudas o que invirtiera en algún negocio?
–Ophelia Marsh, nacida el uno de marzo –comenzó, decidido a ponerla nerviosa con una rápida enumeración de sus datos personales.
–Como dato curioso –le interrumpió ella–, estuve a punto de nacer el veintinueve de febrero. Sin embargo, parece que yo no quería celebrar mi cumpleaños cada cuatro años.
Aquella incesante retahíla de palabras, llenas de energía y buen humor, agriaron aún más el ánimo de Paul.
–Bien, nacida el uno de marzo en Occidental, California…
–Pisciana.
–¿Cómo?
–Que soy Piscis. Ya sabes, el signo del zodiaco. Dos peces nadando en direcciones opuestas. Igual que tú eres una cabra.
Paul suspiró. Los horóscopos no eran nada más que tonterías, pero eso no le impidió preguntar.
–¿Que soy una cabra?
–Capricornio. Acabas de celebrar tu cumpleaños.
–¿Y cómo lo sabes?
Él era el experto en seguridad, el brillante investigador que acosaba a los ciberdelincuentes y mantenía a salvo los datos de sus clientes. Que una desconocida supiera algo tan personal como su fecha de nacimiento hizo que saltaran las alarmas.
–Me lo dijo Ethan.
–¿Y por qué haría él algo así?
–¿Y por qué no? –replicó ella mirándole como si fuera algo evidente–. Le gusta hablar sobre su familia y el hecho de conocer vuestros signos me ayuda a imaginaros a todos. Tú eres Capricornio. Tu madre es Libra. Ella es la pacificadora de la familia. Tu padre es Sagitario. Es hablador y tiende a perseguir sueños imposibles. Ethan es Tauro. Testarudo, fiel y con un lado muy sensual que adora la buena comida.
Aquel rápido resumen de su familia era tan exacto que las sospechas de Paul alcanzaron niveles aún más altos. Evidentemente, aquella mujer había estado investigando a los Watts con algún nefasto propósito en mente. ¿Qué estaba tramando? Había llegado el momento de seguir con los datos que él conocía.
–No te quedas mucho tiempo en ningún sitio –dijo, recordando lo que había conseguido sacar sobre ella–. Nueva York, Vermont, Massachusetts, ahora Carolina del Sur… Has estado en todos esos lugares en los últimos doce meses. ¿Por qué?
En su experiencia, los que se dedicaban a aprovecharse de los demás trabajaban en una zona hasta que las cosas se ponían demasiado caliente. Los movimientos de Lia Marsh encajaban perfectamente con alguien que no tramaba nada bueno. Tal vez era hermosa y poseía una naturaleza dulce y generosa, pero para Paul todo aquello iba en su contra. Conocía de primera mano lo fácilmente que la gente se deja llevar por las apariencias.
–Soy una nómada. Me gusta la vida en la carretera. Así fue como me crie –dijo mientras le observaba y sonreía al ver la expresión del rostro de Paul–. Nací en una autocaravana y en mi primer año de vida viajé casi ocho mil kilómetros. A mi madre le cuesta quedarse mucho tiempo en un lugar.
Él pertenecía a una familia que había vivido durante generaciones en la misma zona de Charleston, ni siquiera se podía imaginar el estilo de vida del que ella hablaba.
–¿Acaso huía tu madre de alguien? ¿De tu padre? ¿O de un novio?
–No. Simplemente era muy inquieta –respondió ella encogiéndose de hombros.
–¿Y tú? ¿Eres inquieta tú también?
–Supongo –dijo ella. Algo se le dibujó en el rostro, pero desapareció demasiado deprisa como para que Paul pudiera analizarlo–, aunque suelo quedarme más tiempo que ella.
Paul decidió cambiar de tema. No estaba allí para saber de su familia, sino porque necesitaba adivinar qué estaba tramando para poder decidir el peligro que ella representaba para su familia.
–¿Dónde os conocisteis Ethan y tú?
–Lleva un mes siendo cliente mío.
–¿Cliente?
–Trabajo para Springside Wellness –respondió, confirmando lo que Paul ya había averiguado sobre ella. Era un balneario que funcionaba como estudio de yoga y espacio de terapias alternativas. Tonterías de esas del cuerpo, mente y alma–. Ethan es uno de mis clientes.
Su hermano ya le había explicado cómo conocía a Lia, pero a Paul le costaba imaginarse a su hermano haciendo yoga y reflexología.
–¿Qué clase de cliente?
–Soy masajista. Viene una vez a la semana. Le dije que probablemente debería venir con más frecuencia porque está muy estresado.
Aquella respuesta condujo a Paul por un camino inesperado.
–Vaya, eso es perfecto…
En realidad, no lo era. La imagen de Lia dándole un masaje a Ethan ocupó inmediatamente su pensamiento, por lo que la suprimió con rapidez.
–No entiendo a qué te refieres y no tengo tiempo para descubrirlo. Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora y me lleva un tiempo quitarme el disfraz. Me alegro de conocerte, Paul Watts.
Él no reflejó el mismo sentimiento en sus palabras.
–Solo recuerda lo que te he dicho de mantenerte alejada de mi abuelo.
–Ya te he dicho que lo haría.
Con un elegante aleteo de los dedos, se despidió de él y desapareció por la puerta principal del edificio. Paul quedó solo en la acera. A pesar de que ella le había prometido que mantendría las distancias, se sentía muy nervioso. La lógica le decía que aquella era la última vez que veía a Lia Marsh, pero su instinto le decía todo lo contrario.
Le envió a su hermano un mensaje antes de volver a ponerse detrás del volante. En el mensaje le urgía a que reiterara a Lia que Grady le estaba totalmente vedado.
La tensa respuesta de Ethan resaltó aún más la tensión entre los dos hermanos y que parecía estar acrecentándose. La distancia cada vez mayor que había entre ellos frustraba a Paul, pero no se le ocurría cómo arreglarlo.
Decidió dejar en un segundo plano a Ethan y el problema de Lia Marsh y