Las puertas del ascensor se abrieron y Paul salió al rellano. Al pasar junto al puesto de las enfermeras, saludó con una breve inclinación de cabeza y tomó el pasillo que conducía hasta la habitación de su abuelo.
Sus pasos fueron perdiendo brío a medida que se acercaba al lugar donde Grady yacía tan quieto y derrotado. Nadie podría decir nunca que Paul era un pusilánime, pero temía que lo que se iba a encontrar en cuanto entrara en la habitación. Todos los aspectos de su vida se habían visto influidos por la personalidad arrolladora de su abuelo. La fragilidad de Grady en aquellos instantes causaba en Paul un profundo desaliento. Igual que su abuelo parecía haber perdido las ganas de vivir, la seguridad de Paul se había convertido en desesperación. Sería capaz de hacer cualquier cosa que insuflara a Grady el deseo de presentar batalla.
Al llegar a la puerta, se detuvo y respiró profundamente. Entonces, escuchó música al otro lado de la puerta. Una mujer estaba cantando una melodía dulce y motivadora. Paul no reconoció la voz. No pertenecía a ningún miembro de su familia. Tal vez era una de las enfermeras. ¿Había descubierto alguna de ellas que su abuelo adoraba la música?
Paul abrió la puerta y entró en la habitación. La imagen que vio lo hizo detenerse en seco. Grady estaba tumbado, totalmente inmóvil, con la piel pálida como la cera. Si no hubiera sido por el tranquilizador pitido del monitor que le controlaba el corazón, Paul habría creído que su abuelo ya había fallecido.
Al otro lado de la cama, de espaldas hacia la ventana, una desconocida le sostenía la mano a Grady. A pesar de la amable expresión de su rostro, Paul se puso en estado de alerta. Ella no era la enfermera que había esperado. Se trataba de una mujer guapa, esbelta, de unos veinticinco años. Llevaba puesto una especie de disfraz formado por un vestido de campesina de color lavanda y una peluca rubia peinada con una gruesa trenza adornada con flores de mentira. Unos enormes ojos castaños dominaban un delgado rostro de pronunciados pómulos y afilada barbilla. Parecía una muñeca que hubiera cobrado vida.
Paul se quedó tan sorprendido que se olvidó de moderar la voz.
–¿Quién es usted?
La pregunta resonó en la habitación, provocando que la mujer interrumpiera en seco su canción. Abrió los ojos de par en par y se quedó inmóvil, como una cierva deslumbrada por los faros de un coche. Entreabrió los rosados labios por la sorpresa y respiró profundamente. Sin embargo, Paul le disparó otra pregunta sin darle tiempo a responder la primera.
–¿Qué está usted haciendo en la habitación de mi abuelo?
–Yo… –susurró ella mirando hacia la puerta.
–Venga, Paul, tranquilízate –dijo una voz a sus espaldas. Era Ethan, el hermano menor de Paul. El tono de su voz encajaba mejor con una habitación de hospital que la de Paul–. Te he oído desde el pasillo. Vas a molestar a Grady.
Paul se percató de que su abuelo había abierto los ojos y que movía la boca como si tuviera una opinión que quisiera compartir. El ictus le impedía formar las palabras que le permitían comunicarse, pero no había duda de que Grady se encontraba muy agitado. Movía la mano derecha. La mirada de la mujer pasó de Paul a Grady y luego una vez más a Paul.
–Lo siento, Grady –dijo Paul mientras avanzaba hacia la cama de su abuelo. Entonces, apretó los dedos del anciano y notó cómo le temblaban–. He venido a verte. Me sorprendió ver a esta desconocida en tu habitación –añadió mirando de nuevo a la mujer–. No sé quién es usted –añadió en un susurro–, pero no debería estar aquí.
–Claro que debe estar aquí –anunció Ethan colocándose junto a su hermano y comportándose como si presentarle a Paul a una mujer disfrazada fuera lo más normal del mundo.
La falta de preocupación de Ethan hizo que a Paul le subiera la tensión.
–¿La conoces?
–Sí. Es Lia Marsh.
–Hola –dijo ella, con una voz dulce y limpia como un fino cristal.
En cuanto Ethan entró en la habitación, se había empezado a mostrar más relajada. Evidentemente, consideraba al hermano de Paul como su aliado. Le ofreció a este una tímida sonrisa. Sin embargo, si creía que una sonrisa iba a bastar para borrar las sospechas de Paul, estaba muy equivocada. A pesar de todo, él descubrió que la ansiedad que llevaba días atenazándolo se aliviaba un poco. Una confusa e inesperada sensación de paz se apoderó de él cuando los nublados ojos verdes de Grady se posaron en Lia Marsh. Parecía contento de tenerla a su lado, a pesar de su extraño disfraz.
–No entiendo lo que esta mujer está haciendo aquí –insistió Paul.
–Ha venido a alegrar al abuelo –respondió Ethan mientras colocaba una tranquilizadora mano sobre el hombro de Grady–. Yo se lo explicaré a Paul.
¿Qué había que explicar?
Durante la conversación de los dos hermanos, la mujer apretó la mano de Grady.
–He disfrutado mucho del ratito que hemos pasado juntos –dijo ella. La musical voz creó un oasis de tranquilidad en la habitación–. Vendré a verte de nuevo más tarde.
Grady dejó escapar un ruido de protesta, pero ella ya se había apartado de la cama. Paul ignoró las protestas de su abuelo y le interceptó el paso.
–De eso nada –afirmó.
–Lo comprendo –dijo ella, aunque su expresión reflejaba tristeza y desaprobación. Miró a Ethan y sonrió–. Hasta luego.
Se dirigió hacia la puerta dejando tras ella el rastro de un perfume floral. Paul no pudo evitar aspirarlo. La energía de la habitación pareció caer en picado en cuanto ella desapareció por la puerta. Paul se quedó atónito al comprobar que sentía un desconcertante deseo de llamarla para que regresara.
¿Quién era y por qué iba vestida así? También quería saber por qué había decidido tatuarse un delicado lirio en la parte interior de la muñeca. Se preguntó cómo su hermano podía haberse dejado engañar por aquella aparente ingenuidad cuando lo más probable que era que todo fuera fingido.
Agarró a Ethan del brazo y lo sacó de la habitación, ansioso por obtener respuestas sin molestar a Grady. Cuando ambos estuvieron en el pasillo, cerró la puerta y miró a su alrededor.
–¿Quién es? ¿Qué diablos está pasando? –le espetó a su hermano.
–Lia es amiga mía –suspiró Ethan.
–Nunca la habías mencionado antes –dijo Paul mesándose el cabello–. ¿Y la conoces bien?
–Lo suficiente. Mira, creo que estás viendo problemas donde no los hay.
–¿Se te ha olvidado que Watts Shipping y también varios miembros de nuestra familia han sido víctimas de ciberataques a lo largo del año pasado? Por eso, cuando me presento en la habitación de Grady y veo que hay una desconocida a solas con él, me preocupo.
–Confía en mí. Lia no tiene nada que ver con eso. Es muy amable y solo quiere ayudar. Grady ha estado muy deprimido. Pensamos que una visita suya podría alegrarle.
Paul se negaba a creer que su reacción fuera exagerada. Ethan se estaba preparando para sustituir como director gerente de Watts Shipping a su padre, que se iba a jubilar al año siguiente. ¿Por qué no se tomaba su hermano en serio aquellos ataques?
–Pero iba vestida como una… una…
–¿Princesa Disney?