–¿Y has sacado adelante tu negocio sola?
–Sí.
–Pues lo has hecho muy bien. Imagino que no debe haber sido una época fácil.
Confundida, preguntándose si se habría equivocado, pero aún cautelosa, Elaine dijo:
–Sí. Lo peor fue al principio.
Calum la miró con gesto expectante, como esperando que se extendiera más sobre el tema, pero en ese momento salieron a la terraza Francesca y Tiffany Dean. Un brillo de evidente interés iluminó momentáneamente la mirada de Calum, que se acercó de inmediato hacia ellas.
–¿Tienes más instrucciones para Elaine referentes a la fiesta en la quinta, Francesca? –preguntó.
Francesca asintió, aunque de evidente mala gana, y cuando fue con Elaine al cuarto de estar, permaneció junto a la puerta para poder mirar a Calum, que se había sentado junto a Tiffany en la terraza. Parecía distraída, y su comportamiento confundió a Elaine hasta que comprendió a qué se debía la actitud de su amiga. ¿Sentía celos Francesca del interés que estaba mostrando Calum por Tiffany? Francesca le había hablado a menudo de su primo, pero a Elaine nunca se le había ocurrido pensar que sintiera por él algo más que afecto. Al ver que Francesca estaba a punto de salir con ánimo de confrontar a la pareja, dijo rápidamente :
–¿Sabes cuántos cantantes y bailarines de fado habrá en la fiesta?
De evidente mala gana, Francesca miró una lista que sostenía en la mano.
–Más o menos veinte –contestó, y luego añadió–: Pero también hay que contar con los toreros y sus asistentes.
Elaine la miró con gesto de incredulidad. No sabía que la fiesta iba a incluir esa clase de diversión.
–¿Toreros?
Francesca la miró y sonrió.
–Oh, no te preocupes. Aquí, en Portugal, no se mata a los toros. De hecho, está prohibido.
–¿Y los pobres caballos?
–Van a torear a pie. Es casi como un ballet –explicó Francesca, pacientemente–. Deberías verlo. Te gustará.
Decidiendo mentalmente que lo haría, Elaine tomó nota en su cuaderno. Iba a hacer otra pregunta, pero Francesca había vuelto de nuevo su atención hacia la terraza, donde Calum estaba riendo por algo que había dicho Tiffany. El rostro de Francesca volvió a mostrar un evidente enfado, pero justo en ese momento, su primo Chris entró en el salón y ella le dio una silenciosa, pero expresiva orden con la mirada para que saliera a interrumpir a los otros dos.
Chris frunció el ceño, pero obedeció, y fue interesante comprobar cómo se enfadó Tiffany, aunque lo ocultó rápidamente y Calum no se dio cuenta. Al parecer, pensó Elaine, había dos mujeres interesadas en el heredero del imperio Brodey. Aunque, para ella, ninguna era adecuada. Los Brodey eran una familia tan unida que un matrimonio entre primos sería casi como un incesto. En cuanto a Tiffany… lo cierto era que no parecía apropiada para el papel.
Se dio cuenta de que Francesca la estaba mirando.
–Oh, lo siento.
Pasaron diez minutos más hablando de los detalles de la fiesta y luego Francesca salió a reunirse con los demás.
Elaine volvió al despacho de Calum y escribió una lista detallada de todo lo que haría falta para la fiesta de los trabajadores. Haría falta más vajilla, especialmente vasos para los barriles de vino que se abrirían. Iba a ser necesario llamar a la empresa local que los surtía, y no había ningún empleado en ella que hablara inglés. Volviendo a tomar la lista, Elaine regresó al salón para pedirle a Francesca que llamara por ella.
Chris y Tiffany se habían ido, dejando a los otros dos primos solos. Estaban sentados en el pequeño muro que rodeaba la terraza y Calum pasaba un brazo por encima de los hombros de Francesca. Mientras se acercaba, Elaine vio que Francesca dedicaba a su primo una sugerente mirada. Calum la atrajo hacia sí y la besó. No lo hizo en la boca, sino en la frente, pero los ojos de Francesca expresaron la evidente atracción que sentía por él.
Calum le dijo algo, luego alzó la mirada y vio a Elaine. De inmediato, soltó a Francesca y se levantó.
–Elaine ha vuelto a buscarte –dijo.
¿Había un tono de advertencia en su voz? Elaine no estaba segura.
Después de que Francesca hiciera la llamada, Elaine volvió a la cocina, preguntándose si los primos tendrían una aventura. ¿Sería ese el motivo por el que Calum no se había casado? ¿Porque estaba enamorado de Francesca? Pero ambos eran libres, de manera que, ¿qué los detenía? A menos que su abuelo se lo hubiera prohibido expresamente por su cercana relación familiar… ¿Pero qué importaría eso a dos personas tan autosuficientes y seguras de sí mismas? Si querían a su abuelo, tal vez les importara, supuso Elaine. O si temían quedarse fuera del testamento…
Tras asegurarse de que todos los preparativos para la cena estaban listos, fue al comedor a poner las tarjetas con los nombres en sus respectivos lugares. Pasó largo rato preparando la mesa y organizando un precioso centro de flores que el jardinero le había llevado. Cuando terminó, la mesa parecía una auténtica obra de arte.
Más tarde, aquella noche, una vez acabada la cena, Elaine echó un último vistazo al comedor y fue al vestíbulo. La puerta se abrió y Calum pasó al interior. Elaine sabía que Calum había llevado a Tiffany a casa. Podía haber enviado al chófer, pero lo hizo él personalmente. Habría sido un mero detalle de amabilidad, o acaso le gustaba la chica. Desde luego, no se había entretenido demasiado; sólo había estado fuera el tiempo suficiente para llevarla y regresar. Aquel pensamiento complació extrañamente a Elaine.
Calum le dedicó una inquisitiva mirada a la vez que señalaba con un gesto de la cabeza las carpetas que Elaine llevaba en un brazo.
–¿Aún estás trabajando?
–Sólo quiero comprobar unas cosas.
–¿Sobre el bicentenario? ¿Puedo ayudarte? –preguntó él, señalando con una mano hacia la biblioteca.
–No –dijo Elaine rápidamente–. Es para otro trabajo que me espera en Inglaterra.
–Debes aprender a delegar responsabilidades en otros –dijo Calum con una encantadora sonrisa–. ¿Qué te parece si tomamos algo antes de retirarnos?
Elaine dudó, preocupada, preguntándose si Calum habría hecho ese ofrecimiento por mera educación o porque le apetecía. Pensó que tal vez no sería muy prudente aceptar; Calum no sólo era su jefe en aquellos momentos, sino que también era un hombre muy carismático. Esa tarde la había atrapado mirándolo y podría pensar que se sentía atraída por él. Era posible que intentara seducirla… Su mente se llenó de confusión y tuvo que hacer un esfuerzo por mantener la calma. «¡Tonta!», se reprendió al instante. «Calum acaba de volver de llevar a otra mujer a casa y esta tarde estaba besando a Francesca».
–Gracias –dijo, en tono ligero–. Pero es muy tarde.
Calum le dedicó una lenta sonrisa y Elaine tuvo la sensación de que podía leer en ella como en un libro abierto. Un libro que había leído muchas veces y cuyo texto se sabía de memoria. ¿Tendría tanta experiencia con las mujeres como parecía?
–Por supuesto. E imagino que aún tendrás trabajo entre manos, ¿no?
Elaine creyó detectar cierta ironía en su voz y se despidió precipitadamente. Luego, fue rápidamente a su dormitorio. Cuando se sentó ante el escritorio y abrió las carpetas, comprobó que no era capaz de concentrarse. Fue hasta la ventana y miró el exterior de la casa. ¿Se habría ido Calum ya a la cama o estaría tomando una última copa? ¿Y en quién estaría pensando mientras sostenía la delicada copa de cristal entre sus largos y capaces dedos? ¿En ella o en Tiffany Dean?
Un coche pasó bajo su ventana