Spinoza, como médico genial, nos ofrece una herramienta de las más poderosas: identificar aquello que nos proporciona auténtica alegría. Esta gaya ciencia, el arte de hallar gozo en lo más hondo de las profundidades, sean cuales sean las circunstancias, constituye el viático de todo camino espiritual. Despeja el horizonte, nos permite estar disponibles para el gran viaje. Batirse contra las acrasías no se reduce a un asunto de voluntad ni de autocontrol. Si de la noche a la mañana nos ceñimos a resistir a las tentaciones, el día a día puede volvérsenos agrio. De ahí la necesidad de dejar que la vida circule, de intentar seguir una ascesis alegre, ligera. Spinoza tiene cien veces razón: no buscamos tanto la privación que conduce al desapego, cuanto la alegría que desemboca en la libertad. Sí, solo un corazón ligero, juguetón, risueño, generoso, puede renunciar alegremente a las migajas de bienestar, a las dosis recurrentes de olvido de sí, y recolectar felicidad más allá de toda mistificación.
Para salir airoso en el empeño, existe una buena estrategia: acotar, circunscribir, delimitar los lugares acrásicos. La persona no se reduce a sus combates. Uno puede ser un padre de familia excelente y cruzársele los cables en un momento determinado de la vida. Podemos practicar el altruismo y sin embargo continuar siendo hipersensibles al roce como un gran quemado: frágiles, vulnerables, inermes. La amabilidad para con uno mismo no es solo un bálsamo lenitivo, sino un tonificante que favorece la perseverancia y nos ayuda a sacar la cabeza del agua.
«NO ES POSIBLE CAMBIAR»: ¡OTRA IDEA FALSA!
Matthieu: Hay quienes afirman que, a fin de cuentas, «uno nunca cambia». Desde luego, si seguimos conservando, por no decir reforzando, nuestros hábitos adquiridos, a no ser que se produzca una gran convulsión en nuestra existencia, nuestros rasgos de carácter se mantendrán estables, o en todo caso se agravarán. Por el contrario, si aceptamos que hay cosas que mejorar en nuestra manera de ser y nos aplicamos con decisión a la tarea, es perfectamente posible cambiar, evolucionar.
Hoy en día se sabe que la «neuroplasticidad», es decir, la capacidad del cerebro para modificarse en función de nuestra experiencia, nos permite cambiar, sea cual sea nuestra edad. Esta plasticidad puede actuar provocada por un cambio en las condiciones externas, pero también por el desarrollo de capacidades personales que hasta ese momento habían permanecido en estado latente. Podemos aprender a leer, a hacer malabarismos o a jugar al ajedrez, pero también a cultivar cualidades humanas esenciales, tales como la atención, el equilibrio emocional y la buena voluntad. En cualquier caso, sin entrenamiento, no hay cambio.
No se trata de proponer aquí un manual de «desarrollo personal en cinco apartados y en tres semanas», sino de compartir un cúmulo de conocimientos adquiridos durante dos milenios de indagación sobre el funcionamiento de nuestra mente, corroborados por las ciencias cognitivas y la neurociencia contemporánea.
Por otra parte, la experiencia nos enseña que un buen número de personas que partían de un estado de insatisfacción o de dolor han recorrido el camino que conduce a una mayor libertad interior. La resiliencia, en particular, es una cualidad que se adquiere a través de la experiencia, aunque también cultivándola mediante un entrenamiento mental. Por lo demás, hay sabios que han ido aún más lejos y han llegado a liberarse de cualquier forma de confusión mental; gozan así de una libertad interior irreversible. La fuerza del testimonio muestra que si esta transformación es posible para otros, ¿por qué no tendría que serlo para nosotros?
De modo que es preciso diferenciar entre el pesimista que se dice a sí mismo: «Soy una nulidad, soy incapaz de salir adelante; las cosas son como son, y yo no puedo hacer nada»; y la persona que constata: «Bien, tengo puntos débiles, pero también tengo cualidades, y sobre todo tengo voluntad. Aquí tengo una llaga dolorosa, pero el resto del cuerpo está sano, y si aplico los cuidados debidos sobre esta herida, al final cicatrizará». Más realista que el pesimista inveterado, el optimista sabe que es posible cambiar, que existen todo tipo de oportunidades por aprovechar y multitud de caminos por explorar. El entusiasmo que nace al contemplar los beneficios del cambio puede lograr que salgamos de la acrasía. Para ello, es conveniente definir una serie de tareas precisas, adecuadamente circunscritas, que será más fácil cumplir una por una. Si no, si vemos la tarea en su globalidad, nos arriesgamos a terminar diciéndonos que está por encima de nuestros medios.
Caja de herramientas frente a la acrasía
ALEXANDRE
— No hacer un drama de los combates, de las recaídas, de los pasos en falso. Cada 1 de enero me impongo propósitos imposibles de cumplir a largo plazo. Descubrir una libertad supone, en primer lugar, identificar todas nuestras cadenas, hacer recuento de nuestros recursos y eliminar los psicodramas uno por uno.
— Hay muchas castañas que sacar del fuego, pero nunca está todo perdido… El camino espiritual tiene más de maratón que de esprint. Durante el trayecto, podemos tropezar, caer de bruces. Al emprender el gran viaje, recordemos aquello que nos repone, que nos reconforta, que nos revigoriza. Un maratoniano que se dopara o que se anestesiara no podría aguantar el tipo durante toda la prueba. La sabiduría exige conocer aquello que nos sustenta a fondo. Esta gaya ciencia, este arte de disfrutar sean cuales sean las circunstancias, procede de una alegría incondicional.
— Apartarnos del centro: Acometer frontalmente las luchas interiores es la mejor forma de darse contra una pared. Por eso, la prudencia exige que nos alejemos un poco del centro, que dejemos de instalar los problemas en el corazón de nuestra vida, sin que eso signifique que huyamos de ellos. Cuando me siento mal, por ejemplo, nada me prohíbe buscar a alguien que también esté en lucha contra la acrasía, para darle apoyo, para respaldarle, para escucharle.
MATTHIEU
— El primer paso: La práctica budista recomienda comenzar por identificar los estados mentales y las emociones perturbadoras que más nos afectan, y ante las cuales somos más vulnerables. Acto seguido, hay que buscar los antídotos apropiados y aplicarlos. Igualmente, hay que comprender que aquello que nos atormenta no depende de una sola causa, sino de una multiplicidad de causas y condiciones que actúan de forma interdependiente y que deben ser tomadas en consideración.
— Un paso detrás de otro: Shantideva, el gran maestro budista indio, decía que no hay grandes tareas difíciles que no puedan descomponerse en pequeñas tareas fáciles.
— La motivación: Si entrenar el espíritu por medio de una metodología adecuada permite ser una persona menos irritable, menos nerviosa o menos arrogante, sin duda merece la pena explorar tal posibilidad. Si nos rompemos la pierna, la reeducación exigirá esfuerzo, pero será preferible a caminar con muletas hasta el final de nuestros días. Miremos a nuestro alrededor: centenares de personas lo han conseguido.
CHRISTOPHE
— Elogio de las decisiones: La acrasía se alimenta de la ausencia de proyectos. Por supuesto, la debilidad de la voluntad puede refrenar el proceso de toma de decisiones, puede complicarlo, pero considerar que hay que tomar decisiones ¡ya es un paso provechoso! Los estudios demuestran que un gran número de nuestras resoluciones son útiles: un 40 % siguen en pie al cabo de seis meses, y un 20 %, pasados dos años. Mientras que sin resoluciones, ¡se obtiene un 0 % de resultados!
— Elogio de no juzgar: Simplemente, debemos aceptar que siempre se pierde algo con cada decisión que tomo, sin necesidad de ser agresivos con nosotros mismos, ni desvalorizarnos.
— Elogio del discernimiento: Nos toca a nosotros dilucidar si el problema de la acrasía es pasajero (porque estamos cansados, o demasiado expuestos a ciertas tentaciones), o si se repite (quizá sea entonces que el objetivo es demasiado difícil de alcanzar en el momento presente de nuestra vida, o bien que debemos revisar nuestra manera de abordarlo).