—Supongo que en Iowa no tienen imaginación —repuso ella—. A mí me parece encantador. Interesante y encantador.
Dakota pensó que era una persona muy amable. Y extremadamente sexi con aquellos vaqueros. Él iba a tener que ser paciente, pues sospechaba que a ella le atormentaba algo.
—Deja que te pregunte una cosa —dijo—. ¿Por qué tienes esa aversión a las citas, incluso las más inocentes?
—¿Vas a empezar otra vez con eso?
—No quiero discutir. Pero, en serio, ¿por qué una decisión tan firme? ¿Hay alguna razón concreta? Si me lo dices, eso podría ayudarme a entenderlo y a no tomármelo como algo personal.
Sid suspiró.
—Un divorcio desagradable. Cicatrices del divorcio. ¿Lo entiendes ahora?
Dakota se encogió de hombros.
—Claro que sí. Pero nunca he oído hablar de un divorcio agradable. Ni tampoco he oído a nadie cantar de alegría después de uno.
—Tú eres afortunado. No has tenido esa experiencia.
—No me he divorciado, no. He tenido un par de rupturas y estoy de acuerdo en que son muy duras. Pasé mucho tiempo pensando cómo podría haberme dado cuenta de que iban a terminar mal. Al final, acababa por pasar página —dijo él. Tomó un trago de cerveza—. Supongo que todavía no estás en ese punto.
Rob salió de la cocina con su almuerzo.
—Hola, Dakota. ¿Cómo te va?
—Muy bien, Rob. ¿Y a ti?
Antes de que pudiera contestar, se adelantó Sid.
—Rob, ¿sabías que Dakota es uno más de la familia Jones? Cal, Maggie, Sierra y, por asociación, Sully, Connie, y puede que haya más.
—Sí —respondió su hermano—. ¿Tú no lo sabías?
—¿Y sabías que los Jones tienen nombres de estados, ciudades y montañas?
—No sé si me había dado cuenta —contestó Rob—. Disfruta la hamburguesa, es la favorita de Sid —dio media vuelta y se alejó.
Dakota tomó un mordisco grande, masticó y tragó.
—A tu hermano le caigo bien —dijo.
—Eso no te va a servir de mucho —contestó ella.
Dakota entró en una rutina tranquila y satisfactoria. Trabajaba tres días a la semana y tenía libre de domingo a miércoles. Empezaba al amanecer, fichaba a las cinco de la mañana y salía a las tres de la tarde. Le dijeron que durante el verano quizá podría trabajar un día más y tener más beneficios, pero eso no le preocupaba. Tenía su seguro de veteranos y una cuñada doctora. Tenía tiempo de sobra para ayudar a Sully y se las arreglaba para cenar en el pub asador al menos dos noches por semana. Veía a Cal y a Sierra de vez en cuando, hacía compañía a Sully en ocasiones y, aunque Tom no tenía mucho tiempo libre, se las arreglaron para tomar una cerveza en casa de Sully un par de veces.
Con abril llegaron las primeras flores y los primeros campistas, y el florecimiento de su amistad con Sully. Primero Sierra y después Dakota habían encontrado en él al padre cuerdo, filosófico y cómico que no habían tenido. En el caso de Dakota, eso empezó el día que le dijo a Sully:
—Supongo que sabes que nos criamos recolectando verduras con inmigrantes, viviendo en un autobús y sin ir al colegio como es debido.
—Por Dios que no consigo averiguar cómo pudo salir bien eso —contestó Sully, rascándose la cabeza casi calva.
—No salió bien. Fue horrible.
—Y, sin embargo, mira cómo habéis acabado —respondió Sully—. Todos habéis terminado bien. No solo sobrevivisteis, sino que lo bordasteis. Pero si hubiera un manual de educación de niños que sugiriera que ese tipo de crianza podría ser un éxito… —Sully movió la cabeza.
—Es bien conocido que siempre habrá un bastardo con suerte que superará la pobreza y la ignorancia y, a pesar de tenerlo todo en contra, acabará bien —declaró Dakota.
—Eso lo sé. De vez en cuando, un chico escapa de la pobreza y de una familia sin estudios y le va bien. Pero ¿el clan Jones? Hasta donde puedo ver, sois cuatro y los cuatro, no solo habéis sobrevivido, sino que habéis sobresalido.
—Pura suerte, supongo.
—Ahí también hubo educación —comentó Sully—. Tu madre, quizá tu padre en sus días buenos, o ellos entre sí. De algún modo pasó. Yo no podría haberlo hecho.
Dakota rio.
—No, no podrías. ¡Tu hija es Maggie!
—Oh, yo no tengo mérito en eso —respondió Sully—. La criaron su madre y su padrastro. La madre de Maggie me dejó cuando ella era pequeña y se la llevó. Yo les había fallado, ¿sabes? Aunque Phoebe, mi exmujer, no era ningún tesoro, ¿eh? Ahora nos mostramos cordiales por Maggie, pero no es ningún secreto que preferiríamos vivir en planetas distintos. Esa mujer es insoportable. Su esposo, Walter, un verdadero señor, no solo la soporta, sino que lo hace de un modo muy generoso. Es un santo.
Dakota soltó una risita. Tanto Maggie como Cal le habían dicho que la tal Phoebe era bastante irritante.
—¿Y tú no volviste a casarte? —preguntó.
—¿Para qué tentar al destino? —contestó Sully—. Ya demostré la primera vez que carecía de criterio en lo relativo a las mujeres. La conocí y me casé con ella en menos tiempo del que tarda en secarse la pintura. Eso te dará una pista.
—Pero ¿no te sientes a veces un poco solo?
—¿He dicho que nunca haya estado con una mujer? Hasta yo te puedo decir que a veces estar con una mujer hace que ciertas cosas sean mejores. No le digas a Maggie que te he dicho esto. Intentará imaginárselo y eso la alterará. Pero he tenido amigas a lo largo de los años. Un hombre sabio conoce sus limitaciones, hijo. Recuérdalo.
—Lo haré —dijo Dakota. Pero no pudo evitar echarse a reír.
Se juró recordar eso, pero siguió yendo a cenar al pub dos o tres veces por semana. Cuando Sid lo veía llegar, sonreía un poco y movía la cabeza. Se daba cuenta de que él era incansable. Ella le gustaba. Y notaba que uno de los problemas que tenía ella en ese momento era que él también le gustaba. Aunque quizá eso fuera decir demasiado. Se divertía con él. Fuera lo que fuera lo que le había hecho su esposo, debía de ser tan taimado que ella temía que, bajo la superficie de todos los hombres buenos, hubiera un monstruo. ¿Por qué, si no, le iba a resultar tan terrible la idea de tomar un café?
Pero Dakota era un hombre paciente. Pasó el mes de abril adaptándose al mundo de recoger basura. El primer par de semanas iba subido en el lateral del camión y recogía la basura esparcida mientras un hombre llamado Lawrence conducía y volcaba los cubos. Lawrence tenía cuarenta y siete años, pero parecía mucho mayor. Tenía muchas canas, una esposa y seis hijos. Cuando hablaba de su esposa, siempre lo hacía con una risita de apreciación y moviendo la cabeza «Oh, Benita ha hecho los mejores tacos que he comido jamás». O «Maldición, esa mujer les enseña el puño a los chicos y ninguno se atreve a responderle a su madre». En resumen, Lawrence tenía una buena vida, normal y feliz, con los problemas habituales. Dakota quería trabajar siempre con él. Pero también quería conducir el camión.
—Eso lo harás muy pronto —le decía Lawrence.
Abril estuvo lleno de lluvia y flores. Recoger basura con lluvia era igual que sin ella, pero más húmedo. Y, a medida que pasaban los días, a Dakota le parecía que Sid empezaba a ablandarse un poco con él.
Lo más extraordinario del mundo