Heidi suspiró.
–Falsificó los documentos y todo.
No era la primera vez que su abuelo coqueteaba con la ilegalidad, pero casi siempre había cometido timos de poca monta que no podían considerarse ni delitos. Durante los últimos años, de lo único que había tenido que preocuparse Heidi había sido de su propensión a tener una mujer en cada ciudad. Para ser un hombre de más de setenta años, tenía demasiada actividad.
–Tengo que sacarle de la cárcel –se lamentó Heidi–. Es el único familiar que me queda.
–Lo sé. Muy bien, mantengamos la calma. Y lo digo en serio. La cárcel de Fool’s Gold no es un lugar terrible. Estará bien atendido. En cuanto a lo de sacarle de allí... –miró a Heidi–. No te lo tomes a mal, pero, ¿tienes dinero?
Heidi esbozó una mueca al pensar en el lamentable estado de su cuenta corriente.
–Invertí todo lo que tenía en el rancho.
–¿Y el rancho está hipotecado?
–Sí.
Charlie le dio un enorme abrazo.
–Así que estabas viviendo el sueño americano.
–Sí, estaba –contestó Heidi, agradeciendo el abrazo–. Hasta que ocurrió todo esto.
No le importaba tener que pagar mensualmente la hipoteca al banco. Era una señal de estabilidad, la prueba de que tenía una casa, algo que algún día le pertenecería por completo.
–Conozco a una abogada –le dijo Charlie–. De vez en cuando atiende casos gratuitamente. Déjame hablar con ella y después ve a verla.
–¿Crees que me ayudará?
Charlie sonrió de oreja a oreja.
–Me adora. Estuve saliendo con su hijo. Cuando rompimos, su hijo se enrolló con una chica atractiva y sin cerebro, la dejó embarazada y se casaron. Aunque él está localmente enamorado de ella y adora a su familia, Trisha sigue pensando que fui yo la que lo dejé.
Charlie era la mujer menos femenina que Heidi había conocido en su vida. Llevaba el pelo muy corto, vestía de forma muy cómoda, sin preocuparse por las modas, y no se maquillaba jamás. Pero eso no significaba que no fuera una mujer atractiva o que, a su manera, no se cuidara. Heidi había visto a muchos hombres fijándose en ella. La miraban como si sospecharan que era una mujer difícil de dominar, pero que vivir junto a ella sería una emocionante aventura.
–Él se lo pierde –le dijo Heidi.
–Eres una buena amiga.
–Y tú también. No sabía a quién llamar, Charlie.
Tenía otras amigas, pero, intuitivamente, había sabido que Charlie iría al fondo del asunto, que la ayudaría a salir del lío sin hacer un mundo de todo aquello.
–Saldremos de esta.
Heidi se aferró a aquella promesa. Sus padres habían muerto cuando tenía un año. Ni siquiera se acordaba de ellos. Glen había decidido criarla y desde ese momento, se habían convertido en un equipo. Hubiera hecho lo que hubiera hecho, Heidi iba a permanecer al lado de su abuelo. Aunque eso significara tener que enfrentarse a Rafe Stryker.
Por lo que le había dicho Charlie, Trisha Wynn era una mujer de unos sesenta años, pero aparentaba cuarenta y vestía como si tuviera veinticinco. Su vestido, rosa, dorado y escotado, marcaba unas curvas impresionantes. Llevaba tacones altos, pendientes largos y toneladas de maquillaje.
–Cualquier amiga de Charlie será bien recibida por mí –fue su recibimiento mientras conducía a Heidi a un despacho pequeño, pero muy cómodo y acogedor–. Así que Glen se ha metido en un lío. No puedo decir que me sorprenda.
Heidi se hundió en la cómoda butaca de cuero que le ofreció la abogada.
–¿Conoces a mi abuelo?
Trisha le guiñó el ojo.
–Pasamos un largo fin de semana juntos en un centro turístico este otoño. Habitación con chimenea y un excelente servicio de habitaciones. Normalmente evito a los hombres, pero con Glen hice una excepción. Y mereció la pena.
Heidi le ofreció la mejor de sus sonrisas y asintió, cuando lo que realmente le habría gustado hacer habría sido taparse los oídos y comenzar a cantar. Jamás le había gustado enterarse de los detalles de la vida sentimental de su abuelo y, en aquel momento, le resultaban particularmente incómodos.
–Sí, bueno, me alegro de que te... gustara –comenzó a decir.
Trisha ensanchó su sonrisa.
–Sí, esa es una buena forma de decirlo. Pero cuéntame, ¿qué ha hecho Glen ahora?
Por segunda vez en menos de una hora, Heidi tuvo que explicar lo que les había hecho Glen a May Stryker y a su hijo. Trisha escuchaba y tomaba notas mientras Heidi hablaba.
–Y ahora no tienes dinero para pagar a May.
Era una afirmación, más que una pregunta, pero Heidi contestó de todas formas.
–No, no tengo dinero para pagar. Tengo dos mil quinientos dólares en mi cuenta corriente, eso es todo.
Trisha respingó.
–¡No sigas! Y nunca le digas eso a un abogado.
–¡Oh! Charlie dijo... bueno, más bien insinuó que podrías llevar este caso de forma gratuita.
Trisha unió las yemas de sus dedos, con las uñas pintadas de color fucsia brillante.
–Sí, a veces lo hago. Normalmente porque me interesa el caso o porque me siento obligada a ello. Mi cuarto marido, que en paz descanse, me dejó en una situación económica holgada, así que no necesito el dinero. Pero aun así, sigue siendo agradable que me paguen.
Heidi no sabía cómo contestar a eso, así que mantuvo la boca cerrada.
Trisha se reclinó en la silla.
–Por lo que veo, aquí tenemos el principal problema. En primer lugar, el hecho de haberle quitado a alguien doscientos cincuenta dólares es algo que a ningún juez le va a hacer ninguna gracia. Estamos hablando de un delito que podría mantener a Glen en la cárcel durante años. Y si tienes tan poco dinero como dices, no vas a poder devolver esa cantidad.
Heidi asintió.
–Si pudiéramos pagar a plazos...
–Esa será parte de nuestra defensa. Que tú quieres pagar a plazos. Tienes que proponer un plan de devolución. ¿A qué te dedicas?
–Tengo cabras. Utilizo la leche para hacer queso y jabón. Ahora tengo a dos preñadas y podré vender los cabritos.
Trisha arqueó las cejas.
–Aunque solo fuera por una vez en mi vida, me encantaría trabajar con alguien que esté lanzando un proyecto en Internet –volvió a prestar atención a Heidi–. Así que cabras. Muy bien, eso te vincula a la comunidad. Y ese tal Harvey, la raíz del problema, quiero que lo traigas. El juez tiene que ver el motivo por el que Glen se llevó el dinero. ¿Cómo está, por cierto?
–Genial. El tratamiento ha funcionado y los médicos dicen que morirá en la cama dentro de veinte años.
–Estupendo. Pídele a Harvey que traiga los informes médicos.
Trisha continuó detallando su estrategia. Cuando terminó, le preguntó:
–¿Cómo se llama su hijo?
–Rafe Stryker.
Trisha tecleó el nombre en el ordenador y apretó los labios.
–Has elegido al hombre equivocado, señorita. Podría asustar a un tiburón