Un tripulante llamado Murphy . Álvaro González de Aledo Linos. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Álvaro González de Aledo Linos
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788416848768
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abría una semana de incertidumbres. Era martes 3 de mayo, y el sábado 7 debía estar en el Club de Vela de Blanes para presentar el libro La vuelta a España del Corto Maltés*, a donde pensaba desplazarme desde Llançá por carretera. El domingo 8 tenía una cita con mi amigo Mario Soler en Llançá para empezar a navegar hacia Italia, y por la premura de sus fechas yo debía tener el barco ya aparejado, arbolado y a flote, con la despensa provista, para empezar a navegar. Parecía difícil conseguirlo todo con el barco inmovilizado y agujereado en la otra punta del país. Por si fuera poco tenía que buscarme alojamiento mientras durara la reparación, pues había que lijar y luego trabajar la fibra desde fuera y desde dentro de la embarcación, y el polvo de la lijadora y el olor de la resina impedirían vivir a bordo en aquel escenario de destrucción. Además iba a desordenar todo porque tenía que quitar todas mis cosas (ropa, comida, aparatos, etc.) de la zona de trabajo y amontonarlas en los rincones que quedasen libres.

      El día siguiente por la mañana el perito de la compañía de seguros admitió los daños y comenzó la reparación. Se encargó de ello Javi Bidegorri, un profesional que brilla con luz propia en “La Planchada” (que es como llaman en Getxo al varadero) y el artífice del milagro de reparar un boquete de 30 cm en el casco de un barco y la luxación de un mamparo en tres días. Todo el personal de la Marina de Getxo se portó de maravilla pero Javi especialmente. Por cumplir el plazo a que se había comprometido trabajó desde por la mañana hasta las 22:30 h, y eso sin la sonrisa secuestrada. Como hacía mucho calor la fibra secaba rápido y el primer día ya estaba reparado el agujero por fuera y empezando a rematarlo por el interior. Además decidimos enfibrar también la zona que se había ablandado, la del apoyo de proa y estribor, para hacerla más sólida aunque no se hubiera perforado. El principio de los trabajos fue lo peor, lijando dentro del barco y respirando el polvillo de la fibra, que además se esparcía por toda la camareta. Por suerte, Javi consiguió una aspiradora industrial que chupaba una gran parte del polvo en la zona misma que lijaba, y que luego me la dejó para la limpieza general antes de devolverla. Luego vino enfibrar por dentro con varias capas, para que la zona reparada quedase incluso más fuerte que el resto del casco. Y finalmente limpiar y recolocar todo.

      Esos días en Getxo para mí fueron deprimentes. La melancolía, esa incómoda polizona, subió a bordo mientras estaba de espaldas y con la guardia bajada. Aparte de ver al Corto Maltés en aquel estado lamentable, se me iba la mañana en gestiones telefónicas con las compañías de seguros, el Club de Vela Blanes y la editorial de mis libros para anular la presentación en Blanes, la contratación del transporte a Llançá con el camión que me recogió en la autopista, pues J. M. prefirió no finalizar el transporte y yo no me fiaba, etc. El camión era más caro que el remolque pero él mismo me echaría el barco al agua y me levantaría el palo, con lo que al no necesitar el travelift ni la grúa en Llançá la diferencia económica se reducía. Por si fuera poco, al rascar el casco (que hice confiando erróneamente en la protección de mis gafas de ver) me saltó una esquirla de fibra o de pintura seca al ojo izquierdo. Como aunque me ponga el atuendo de navegante no me quito el de médico, el dolor que me produjo lo diagnostiqué como una herida corneal y tuve que tratármela sin tiempo ni medios para ir al hospital a que me lo mirasen. Solo podía trabajar mirando por el ojo derecho, con el izquierdo de adorno. Tuve la suerte de que el segundo día se me había pasado todo, pero la angustia de pensar que aquella herida en el ojo se me complicase, además de lo que ya tenía encima, me amargó más si cabe el ánimo en aquella semana deprimente.

      El viernes 6 de mayo el Corto Maltés tenía reparados el agujero y la desarticulación del mamparo. Aproveché la estancia en la cuna para darle la patente a todo el casco y a la cola del fueraborda, cosa que pensaba hacer en Llançá pero ya no me daba tiempo. Posiblemente se deteriorase algo la pintura en el transporte del camión y al izarlo con las cinchas pero no había otra opción. Las zonas reparadas las dejamos sin pintar para identificarlas bien y que en el transporte no se apoyase nada en ellas hasta que estuvieran bien curadas. Le daríamos la patente en Llançá a la vez que pintásemos los apoyos. El resultado saltaba a la vista y el Corto Maltés estaba más sólido que antes del accidente. A última hora de la tarde se presentó José Luis con el camión, lo izamos a la plataforma y quedó aparcado en La Planchada para salir hacia Llançá el día siguiente. Esta vez miramos con lupa cómo se amarraba el barco para el largo viaje y quedamos plenamente satisfechos. Se apoyó en el quillote sobre unos neumáticos y en la popa en el soporte en forma de V que ya utilizamos en la autopista, igualmente calzado con neumáticos. Como al apoyar en el quillote la orza se vería empujada hacia dentro, dejé pasado un cabo por el agujero que lleva la orza ex profeso para descenderla si se traba. Luego se le estabilizó con cinchas pasadas a tensión por las cornamusas. Con todo terminado yo me fui a dar una vuelta en bici por Getxo para intentar relajarme. En mi fuero interno esperaba haber saldado ya todas mis deudas con el mar y que la navegación, ¡por lo menos los primeros días por favor!, fuera tranquila. Me encontraba auténticamente con el síndrome del opositor, que consiste en que después de todo el estrés de preparar una oposición, cuando la apruebas te viene un vacío interior, una incredulidad que sustituye con nuevas palpitaciones negativas a las anteriores. Pues eso estaba sintiendo yo aquella tarde. Ver con el espíritu sereno mi barco en el camión que lo llevaría a Llançá era un alivio; había conseguido lo que parecía imposible gracias a todos los amigos y profesionales de Getxo. Pero el estrés de aquella semana no me había dejado apreciar bien la magnitud de lo que estaba arriesgando. Y entonces me daba cuenta de que nos habíamos jugado las vacaciones de muchos amigos, los billetes de avión ya contratados, la ilusión de este viaje preparado durante tantos meses, la propia credibilidad de un proyecto arriesgado para este barquito fiel, no hecho para una vitrina, que pese a su senectud (30 años es mucho para un barco) nos estaba permitiendo aventuras tan emocionantes. Esperaba que a partir de entonces la suerte nos sonriera. Murphy: 1, Corto Maltés: 1.

      El sábado salimos, en efecto, a las 8 h rumbo a Llançá. El transportista, José Luis, tenía que parar cada cuatro horas y media según el tacógrafo, y comimos a las 12:45 h. En esta parada comprobamos que por el camino se había desprendido la placa que indica el extremo del transporte (un cuadrado blanco con rayas rojas) que habíamos amarrado a la punta del palo, así como un grillete del estay de proa. Y eso a pesar de que había dejado bien apretados todos los herrajes