Lo había hecho varias veces, por lo que no podía fingir que ella se equivocaba ni tampoco olvidar que el hecho de discutir con ella había desembocado en aquel beso.
–¿Así que no solo vamos a fingir una falsa relación, sino que también vamos a tener que pelearnos en público?
Era pasarse de la raya. Logan y sus emociones eran viejos enemigos. Tomaba malas decisiones cuando no las controlaba. Había dejado atrás, al comprar los Mustangs, la época de su vida en que se enojaba fácilmente. El dueño de un equipo debía controlarse y, hasta ese momento, consideraba un éxito su recién descubierta calma.
Hasta que había aparecido Trinity.
Era la única persona que conocía que amenazaba con hacerle perder la compostura.
Ella se encogió de hombros.
–Voy a ser muy clara. Haré lo que sea necesario para que aceptes. Si quieres que sea amable, dulce y sonría a tus seguidores, lo haré.
Se le acercó y le deslizó los dedos por la camisa, lo que le recordó la última vez que lo había hecho, justo antes de que besara por primera vez a una mujer con un pirsin en la lengua.
Como si ella le hubiera adivinado el pensamiento, los ojos comenzaron a brillarle de deseo y le miró el cuerpo lentamente de arriba abajo, lo que estuvo a punto de hacerle retorcerse. Pero supo controlase. Cualquier atleta digno de ese nombre poseía una enorme disciplina corporal. A pesar de haber dejado de lanzar en béisbol, no se había sentado en el sofá a engordar.
–Logan –murmuró ella con voz ronca, lo que hizo que su control desapareciera y la parte inferior de su cuerpo se endureciera–. Si quieres vestirte de cuero y llevar un látigo porque te gusta el personaje de chica mala que me ha asignado el programa, estoy dispuesta a complacerte. Dime qué quieres para aceptar mi propuesta.
Su oferta era interesante. La imaginación de Logan se desbocó y le resultó casi imposible frenarla.
–Tendremos que conseguir que parezca verdad.
Ya era tarde para fingir que no lo estaba considerando.
–Claro. Nos besaremos mucho en público, nos demostraremos afecto y nos reconciliaremos muchas veces después de habernos peleado. E incluso, en algún acontecimiento social, puedes pedirme que me case contigo con un enorme anillo de diamantes.
Ni aunque se multiplicara por mil la venta de entradas haría él algo tan sagrado, a no ser que lo dijera de verdad.
–No voy a pedirte la mano, por muy falso que sea. Eso lo reservo para la futura señora McLaughlin. Ella se merece ser la única que tenga esa experiencia.
Los ojos de Trinity centellearon durante un segundo, pero su expresión se endureció antes de que él pudiera adivinar la causa.
–Me parece bien. Haz lo que quieras.
–Te darás cuenta de que debemos pasar tiempo juntos haciendo cosas. Deberás fingir que te gusta el béisbol. No me mires con ojos vidriosos cuando me entusiasme con algún jugador.
–Solo si me escuchas arrobado cuando hable de Estée Lauder –contraatacó ella con una sonrisa astuta–. Te necesito. Hazme una oferta.
–Lo pensaré.
No era necesario. Le resultaba imposible negarse. Lo que debía pensar era hasta dónde llegaría esa falsa relación, hasta dónde estaba dispuesto a reconocer que quería que llegara. Y si sería capaz de controlar su genio y su cordura si salía con Trinity Forrester.
Ella salió del despacho dejando el rastro de un aroma especiado que él supuso que olería en sus sueños durante mucho tiempo.
Antes de ponerse a recordar los mil y un motivos por los que aquella idea era horrible y peligrosa, mandó un mensaje a Trinity: Me apunto.
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