Matt lo abrió y comenzó a hojearlo. Entonces, se incorporó un poco en el asiento y volvió a mirar las páginas más detenidamente, fijándose atentamente en cada una. Entonces, la miró asombrado.
–¿Tu padre es Mickey Dunn?
–En realidad se llama Victor. Me sorprende que hayas oído hablar de él.
–¿Y quién no? Se quemó muy joven. Alcohol y drogas.
–Deja de mirarme así –comentó Violet algo molesta. Se había tomado la copa de vino y sintió que el alcohol se le subía a la cabeza. Casi nunca bebía, resultado de haberse visto siempre rodeada de personas que bebían demasiado.
–Jamás me habría imaginado que eres la hija de alguien tan tremendo como Mickey Dunn –murmuró Matt sin ocultar su curiosidad. Entonces, miró a su alrededor–. Eso explica esta casa. Yo pensaba que ahorrabas todo lo que podías y evitabas irte de vacaciones porque pagar la hipoteca era más importante. Después, decidí que la alquilabas. Supongo que esta casa es tuya de arriba abajo, ¿verdad?
–Yo nunca te mentí –replicó Violet a la defensiva.
–En eso tienes razón.
–Mi padre me compró esta casa antes de que se marchara a Australia. No quería pensar que yo pudiera alojarme en cualquier sitio que pudiera ser peligroso. Yo siempre le dejé muy claro que no quería dinero de él, pero se empeñó –añadió con una sonrisa–. Cualquiera diría que le habría dado igual algo así, teniendo en cuenta lo descarriada que había sido su juventud, pero no fue así –comentó. Respiró profundamente y miró a Matt directamente a los ojos–. Mi madre murió cuando yo tenía ocho años en un accidente de motocicleta. Mi padre conducía y no se recuperó nunca del hecho de que ella fuera de acompañante. No había estado bebiendo. Simplemente derrapó. Había llovido aquella noche y tomó una curva demasiado rápidamente…
–¿Dónde estabas tú en aquel momento?
–En casa. Estaba con mi niñera. Ellos siempre estaban de fiesta, pero cuando mi madre estaba viva, no tan frecuentemente como todo el mundo piensa. En ocasiones me llevaban con ellos, pero normalmente se aseguraban de que alguien responsable me cuidara. Recuerdo que me desperté por la mañana y, después de eso, nada volvió a ser lo mismo. Para abreviar, la vida de una estrella del rock lo sacó totalmente de sus casillas. Se perdió en el alcohol y las drogas, a pesar de que seguía ocupándose de mí todo lo que podía. A veces, ese todo lo que podía era un poco errático… –añadió mientras sentía que los ojos se le llenaban de lágrimas. No se atrevió a mantener contacto visual con su jefe, por si acaso–. Tocaba música, tenía unas fans que lo adoraban y viajábamos por todo el mundo, pero era yo la que lo veía cuando estaba solo. Vi su tristeza. Al final, tal y como era de esperar, el grupo dejó de dar giras y, durante un tiempo, mi padre escribió canciones para otros músicos. En aquel momento, no hacía más que entrar y salir de clínicas de rehabilitación y yo me había convertido en su cuidadora. Más o menos.
–En su cuidadora…
–Esas cosas pasan –comentó ella encogiéndose de hombros. Por suerte, el momento de querer echarse a llorar había pasado y volvía a sentirse controlando la situación. El pasado era pasado y ella ya hacía mucho que lo había aceptado. Tal vez nunca había tenido una infancia normal, pero había sido variada y su padre, a pesar de todo, había estado siempre pendiente de ella. A su manera. Así que…
Hizo ademán de que estaba empezando a dar por terminada aquella conversación. Había dicho más de lo que había anticipado, por lo que daba las gracias de que el tiempo que ellos dos iban a pasar juntos estuviera a punto de llegar a su fin. Matt Falconer era muy insistente y seguramente la historia de Violet habría despertado su curiosidad. Una vez más, Violet se preguntó cómo habría sido seguir trabajando para él después de haberle dado tantos detalles sobre su vida.
–Mi plan es alquilar esta casa y marcharme a Australia durante una temporada para estar con mi padre. Él no quiere regresar a vivir a Londres. Le gusta mucho Melbourne y ha hecho muchos amigos allí. Le gusta el tiempo y el estilo de vida más relajado, pero yo tengo que asegurarme de que está bien mientras pasa por este bache.
Violet esperó a que Matt realizara algún comentario, pero él permaneció en silencio.
–Todo habría sido diferente si Caroline, mi madrastra, siguiera aún con vida.
Silencio.
–Está en lista de espera para un trasplante de hígado.
«Demasiados datos», pensó Violet, enfadada consigo misma.
–La conoció cuando estaba en rehabilitación. Ella trabajaba allí.
Violet chascó la lengua con impaciencia y se preguntó si ella iba a seguir dándole detalles de su vida para evitar quedar en silencio. Aquella actitud no era propia de ella, la reservada, distante y fría Violet Dunn a la que él estaba acostumbrado.
–¿Vas a seguir ahí sentado sin decir nada, Matt?
–Eras su cuidadora –repitió él, aún pensando y mirándola de un modo intenso y penetrante que le ponía a ella el vello de punta–. Debiste de sacrificar algunas cosas.
–¿Qué quieres decir?
–Suele ser así –dijo él lentamente, como si estuviera encontrando la solución a un complejo problema que solo se podía solucionar a través de una serie de cuidadosas etapas–. El cuidador siempre renuncia a algo. ¿Tengo razón? Creo que tus estudios debieron de ser algo erráticos, como poco, lo que dice también mucho de que, a pesar de todo, hayas terminado siendo una persona tan preparada. Debiste de ser muy estudiosa de adolescente.
Violet apretó los labios. Si Matt supiera lo cambiados que habían estado los papeles en su vida… Si miraba atrás en su vida, se encontraba con la adolescente que se quedaba en casa, leyendo, mientras su padre estaba de juerga bebiendo, drogándose y cayéndose de bruces en el sofá cuando llegaba a casa. Había sido ella la que le había recriminado las fiestas nocturnas y recordándole los peligros de las drogas. Se había asegurado de que se tomara sus vitaminas y que se alimentara bien. Cuando las giras terminaron y las visitas a los centros de rehabilitación comenzaron, ella estaba totalmente acostumbrada a ocuparse de todo lo que ocurría en la casa. Claro que había renunciado a cosas. Lo primero, a ser una adolescente despreocupada y feliz.
–Me gustaba estudiar –dijo ella–. Ahora, creo que ya es hora de que te marches. Me pediste una explicación sobre por qué he dimitido y ya te la he dado.
–No estoy dispuesto a marcharme.
–¿Qué quieres decir con eso?
–Me he pasado dos años y medio preguntándome qué era lo que más le importaba a mi megaeficiente secretaria. Además, sigo empeñado en hacer que cambies de opinión. Por lo tanto, tendrás que perdonar mi curiosidad.
–¿Podemos hablar de esto por la mañana? –le preguntó ella con gesto cansado.
–¿Cuándo vuelvas a estar con tu correcto trajecito, sentada detrás de tu escritorio, protegida por tu profesionalidad? Creo que prefiero hablar con esta Violet Dunn, que es ligeramente menos formal.
–¡No me importa lo que prefieras!
–He absorbido dos empresas de software y da la casualidad de que una de ellas está en Melbourne. ¿Sabías que Melbourne está a la cabeza en lo que se refiere a la cantidad de pequeños negocios? Estoy intentando arrancar ahí. Allí hay grandes promesas y te aseguro que voy a cuidarlas mucho. Siento que podría poner huevos de oro con el apoyo adecuado.
–¿Y qué tiene eso que ver conmigo? –le preguntó ella poniéndose de pie.. Se acercó a la puerta de la cocina y apoyó la mano sobre el pomo