—He sido sumamente desdichada hasta ahora. No me han querido, me han perseguido, he sido una criatura mísera, infeliz. Pero ahora me siento feliz porque ha llegado usted, hijo mío querido, procedente de mis sueños. Ha venido como en estos suele ocurrir. Juvenil, radiante, bello... No le pregunto qué lo ha traído. Ha estado aquí y me siento dichosa. Si yo muriera por la mañana, me sentiría más feliz que nunca, pues ¿qué más puede sucederme en la vida?
Calló y se quedó en medio de la habitación con los brazos estirados. Su capa se abrió, una intensa fragancia femenina asaltó el rostro de Simbad.
Simbad se acercó rápidamente, pero la actriz, sobresaltada, dio un paso atrás. Cogió del brazo a Simbad y lo condujo hacia la puerta. Giró dos veces la llave en la cerradura. Abrió la puerta tiritando de frío, con los ojos empañados en lágrimas.
—Váyase, porque ya amanece...
Todavía sacó la mano por el resquicio de la puerta, y el muchacho la besó.
Luego la llave volvió a dar dos vueltas en la cerradura.
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