Pensar como un bosque
Si el mantenimiento de la fertilidad del suelo es un principio básico de la agricultura ecológica, lo es también el compromiso con plazos que no sean los de los mercados, o que vayan más allá de la esperanza de vida de cada uno de nosotros. Tenemos que pensar menos como una máquina y más como un bosque. En Windhorse Farm en Nueva Escocia, James W. Drescher es el último custodio de un experimento llamado “fertilización forestal”, en marcha desde hace cuatro generaciones, un abrir y cerrar de ojos en la vida de un bosque. Para Drescher, “Windhorse está en la vanguardia de algo muy antiguo; la riqueza, desde el punto de vista del bosque, es el material biológico”. La clave de la salud a largo plazo de un bosque lleno de biodiversidad y de carbono es la retención de la riqueza una vez creada. La conservación de esa riqueza, señala Drescher, depende de la lenta descomposición de los grandes volúmenes de madera muerta que constituyen la vida del bosque. Drescher explica que casi la mitad de los animales del bosque no solo viven en él, sino de él. Los guardas forestales que actúan como administradores de la tierra, más que como directores de una fábrica, son selectivos a la hora de decidir qué árboles hay que cosechar y cuáles hay que quitar. La mayoría de los árboles muertos o que se han caído de forma natural se quedan allí donde están. Al cosechar solamente los árboles de crecimiento más lento, se incrementa la vitalidad general del bosque. Con un espíritu similar, nunca se cortan los más altos lo que contribuye a aumentar la altura del dosel. Se mantienen las especies que se encuentran subrepresentadas en un sitio en concreto para conservar la diversidad. Los senderos en el bosque se llenan de serrín y corteza, no de hormigón; los animales y las plantas viajan y se dispersan a lo largo de estos corredores de conectividad. Cabe destacar que esta idea de poner la “salud de los bosques en primer lugar” es más viable económicamente que la tala, la tendencia principal de la silvicultura comercial. Si un área de 40 hectáreas en el Acadian Forest hubiera sido talada en 1840, y de nuevo en 1890, 1940, y 1990, explica Drescher, la cosecha total habría sido mucho más baja que la madera cosechada por métodos anuales de selección; y, por supuesto, no habría hoy madera ninguna que comercializar.
En esta cultura actual de beneficios a corto plazo no abundan ni la sabiduría ni las habilidades necesarias para maximizar el rendimiento de un bosque durante un período que abarque un siglo o más tiempo. Pero si miramos hacia adelante, el experimento de Windhorse Farm demuestra que es posible llevar algo a cabo de un modo que respete y no dañe a otras formas vivientes que intentan también sobrevivir. La materia prima es el bosque en sí mismo, no la madera que se vende. En ese sentido la silvicultura Windhorse es un conjunto de principios y no tanto un modelo que pueda replicarse a gusto de cualquiera. Es una práctica que exige el estudio diligente, la observación aguda, el análisis profundo y la generosidad en los recursos. Drescher describe como “profunda quietud” esa práctica cotidiana en la que silvicultores, propietarios de arboledas, y otros trabajadores ocupan su tiempo en el bosque. Y que consiste en estudiar, observar, reflexionar, trabajar y, como señala Drescher, en “invertir un montón de tiempo en lo más parecido a no hacer nada”. (54)
Si la gestión integral de pastizales y la inactividad forestal, parecen inhabituales, es porque de momento lo son. Sin embargo, la interdependencia respetuosa entre las personas y los sistemas vivos es una realidad cada vez más habitual. Hablaré de otros ejemplos más adelante en el libro, pero mi propósito aquí es sugerir que vincularse de nuevo a la tierra y recuperar de una manera proactiva el suelo serán las tendencias dominantes. En el Centro para la Resiliencia de Estocolmo, en Suecia, Per Olsson y sus colegas documentan cada vez más casos de grupos interesados que habitan sus tierras de forma sostenible. (55) Olsson describe estos ejemplos como “sistemas socio-ecológicos” donde a menudo diversas comunidades encuentran formas de compartir derechos, responsabilidades y poder de una forma que ponga por delante los intereses de la tierra y de sus suelos.
Biorregiones
Lo que los investigadores describen de forma opaca como “gestión basada en ecosistemas adaptativos” es en el fondo un proceso social y cultural, y no técnico. El pegamento social que une a esos grupos no es otra cosa que un sentido de pertenencia y de responsabilidad compartida hacia la tierra. Un nuevo concepto político y geográfico, la región biológica o biorregión, empieza a fortalecer esos lazos compartidos.
Las fronteras nacionales son una forma obsoleta de habitar el planeta. En el hemisferio sur, donde a menudo las antiguas potencias coloniales trazaron las líneas divisorias literalmente dibujando en la arena, está distorsionada la relación entre la ciudad y el campo. Casi la mitad de las 250 ciudades más grandes del hemisferio sur fueron fundadas por las administraciones coloniales europeas. También en Estados Unidos la mayoría de los límites de los estados y de los condados se dibujaron con líneas rectas en un mapa por personas que desconocían el país. Lo que ahora surge es un planteamiento sobre la gobernanza de las ciudades y sus regiones que se fundamenta en el lugar, que permite la regeneración de los suelos, las cuencas hidrográficas y la biodiversidad. Una región biológica es literal y etimológicamente un “lugar para la vida”, en palabras de Robert Thayer, algo que se define por sus límites naturales antes que por sus límites políticos o económicos. Sus cualidades geográficas, climáticas, hidrológicas y ecológicas, su metabolismo en definitiva, es algo complejo y único. (56) Este enfoque biorregional vuelve a imaginar el mundo hecho por el hombre como algo que forma parte de complejas ecologías interdependientes que interactúan entre si: la energía, el agua, los alimentos, la producción y la información. Un enfoque que se ocupa de los flujos, de los corredores biológicos y de las interacciones; que piensa en los ciclos metabólicos y en la “capilaridad” de la metrópoli, y donde los ríos y a los corredores biológicos ocupan un lugar de honor. (57)
Cobra cada vez más fuerza ese movimiento mundial que mira a las ciudades a través de una nueva lente, pero el cristal de esa lente no es de color de rosa. El biorregionalismo moderno no pretende un retorno a la naturaleza intacta o a un “pasado” impoluto, como si pudiera revertirse el cambio ecológico. Se trata, por otro lado, de que nuestro bienestar esté íntimamente conectado a la vitalidad de esos sistemas vivos y a las interacciones que mantienen entre ellos, de forma que se conviertan en el foco de nuestros esfuerzos. Las biorregiones no son una suerte de parque temático de la vida silvestre sino la incorporación del paisaje urbano en una ecología con capacidad para sostenernos. (58)
Administración sostenible y mayordomía
Los cambios políticos son la respuesta a una poderosa transformación cultural en el que el concepto de uso de la tierra da paso al de custodia del territorio. La palabra “mayormodo” (del anglosajón stigweard) significaba originalmente “aquel que mantenía en fideicomiso algo en nombre del rey”. Esta expresión evolucionó para incluir en su significado la gestión de una finca en nombre de un propietario ausente, pero se utiliza hoy más para referirse al cuidado del medio ambiente. (59) Una organización como el Forest Stewardship Council impulsa la gestión responsable de los bosques; el Marine Stewardship Council promueve los intereses a largo plazo de las personas que dependen de la pesca de subsistencia y de la pesca sostenible para su alimentación; el Countryside Stewardship Scheme en Inglaterra mantiene la belleza del paisaje y su diversidad, protege y extiende hábitats de vida silvestre, conserva elementos históricos, recupera la tierra descuidada y aumenta las oportunidades para que la gente disfrute del campo. Cada vez más proyectos educativos vinculan la naturaleza y la cultura y promueven el aprendizaje de los íntimos vínculos que mantienen entre sí. Un reciente programa de la Unión Europea, denominado LandLife, promovía la custodia del territorio como una forma de que los gobiernos nacionales alcanzaran los objetivos de biodiversidad acordados. (60) Y en Turquía, cientos de maestros de todo el país se acreditan como instructores de ecoalfabetización en un programa que abarca temas que van de la erosión del suelo a la silvicultura ética. Su clase es un arboreto. (61)