–El departamento de sanidad.
–¿Qué?
–Me van a cerrar la casa si no la limpio.
Él entornó los párpados.
–¿De qué tienes miedo, Abby? ¿De mí?
–Por supuesto que no.
Aquello era una verdad a medias. Con él iba con cautela, que era otra cosa.
Nick Marchetti era el Príncipe Azul con traje de tres piezas. Era atractivo, divertido, y no tenía que preocuparse por pagar las facturas a fin de mes. Estaba muy lejos de su mundo, tanto que no era nada divertido. Ya saldría ella cuando fuera su turno. Entonces quería divertirse, salir, tener tiempo para mantener una relación…
No le sería fácil dar el primer paso, así que esperaría hasta que su vida se hubiera simplificado lo suficiente y tuviera tiempo.
Lo que realmente la asustaba de salir con Nick era que eso podía alterar el delicado equilibrio entre la amistad y el trabajo. Ellos dos eran amigos de verdad, y no quería destruir lo que tenían.
–Mira, compañera –dijo él–. Solo te estoy hablando de un par de horas. Una velada. Una cena atrasada por tu veintiún cumpleaños. Además, me harías un favor.
–Oh, claro –afirmó ella sonriendo–. ¿Y cómo?
–Deja que cuentes las formas en que me lo harías –dijo Nick levantando una mano y tocándose los dedos–. Uno, serviría para limpiarme la conciencia. Dos, haría feliz a mi empleada estrella. Un empleado feliz es un empleado productivo.
–¿Así que es a eso a lo que viene todo esto?
–No enteramente. Todavía no has oído el número tres.
–Muy bien, adelante.
–Si no te animas y te diviertes un poco, vas a tener una crisis de la mediana edad de enormes proporciones. Como miembro honorario de la familia Marchetti, te toca una cena gratis y con todos los gastos pagados donde yo te diga como primer acto para celebrar tu veintiún cumpleaños. Durante la cual, recibirás una buena lección de cómo divertirte.
De repente Abby se sintió tentada. Le apetecía hacer algo salvaje, espontáneo, nada propio de ella.
Pero su naturaleza práctica y cauta asomó su desagradable cabeza y le dijo que lo rechazara.
–No sé, Nick…
–Entonces piensa esto, si me dices que no, pienso echarte sobre mis hombros y llevarte a la fuerza. Creía que ya sabías que los Marchetti siempre nos salimos con la nuestra.
Eso terminó por decidirla y ceder a la tentación.
–Entonces, en un esfuerzo por preservar mi dignidad, la respuesta es… de acuerdo. ¿Qué tengo que ponerme?
–Un vestido de noche. Esta es una ocasión perfecta para vestirte bien. Tengo en mente un lugar especial.
–Gracias, Nick.
–No es necesario que me las des. Sobre todos los motivos que te he dado, hay otro que no te he nombrado. Mi madre está siempre diciéndome que trabajo demasiado y que debo divertirme un poco. Tal vez ahora me deje en paz.
Ella lo miró fijamente a los ojos.
–Tienes suerte por tenerla.
–Eso era una broma. Ahora te dejaré con tus responsabilidades –dijo él al tiempo que le tocaba la nariz con un dedo–. Te recogeré a las siete y media. Estate aquí. Lista. Preparada. Sin excusas.
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