Entonces se dio cuenta. Sarah no trabajaba para él y solían hablar bastante a menudo. Y, si el cotilleo fuera un deporte olímpico, Sarah ganaría la medalla de oro.
–No es como si arrugara la nariz y aparecieran los hombres como por arte de magia –dijo ella.
–No me irás a decir que no hay hombres que hayan mostrado interés por una chica atractiva como tú, ¿verdad?
Ella trató de que no la afectara el cumplido, pero no lo consiguió.
–No me he dado cuenta.
–Muy bien, ya sé lo que pasa. Sigues sin hacerles caso. Deja que te dé un consejo, compañera. Los chicos necesitan de un poco de ánimo.
–Mira, Nick, entre el trabajo, los estudios y cuidar de Sarah, ahora no tengo tiempo para eso. Cuando ella esté en la universidad, será mi turno. Tendré mi licenciatura en gestión de empresas. Después seré libre, y lo siguiente en mi lista será sentar la cabeza.
Un momento, ella había sacado el tema de sentar la cabeza, para él. ¿Por qué se estaba defendiendo ella?
–Todo trabajo y nada de diversión –dijo él seriamente.
–De acuerdo, así que tenemos a Abby, la chica aburrida. ¿Vas a llevar a Madison a la fiesta de Sarah?
–¿Está invitada? Ni siquiera estaba seguro de que quisieras que fuera yo.
–Nick, ya te he explicado que no te pedí que me ayudaras con la fiesta porque estás muy ocupado.
–¿Solo por eso?
–¿Por qué más? Entonces, ¿qué pasa con Madison? ¿La vas a llevar o no?
–Casi parece que quisieras de verdad que fuera.
–Sería interesante verla jugar a la botella con un montón de ansiosos chicos de dieciséis años.
–Las carabinas no tienen que jugar. Son los árbitros –dijo él mirándola divertido–. Ella te gusta, ¿no?
–Sí.
Abby no estaba segura de cómo se lo había imaginado Nick, pero tenía razón. Ella admiraba y respetaba mucho a Madison. Lo que hacía más extraño el hecho de que pensara que esa mujer no era para Nick.
–¿Así que está invitada?
–No tiene que ser invitada. A ti se te deja llevar a una chica.
–Lo haré si lo haces tú.
–No lo esperes conteniendo la respiración.
Unas pocas horas después de que fueran de compras, Nick estaba delante de la puerta de Abby. Había terminado pronto de trabajar y no quería dedicarse a matar el tiempo a lo tonto en su casa esperando a que llegara la hora de salir con Madison. Todavía faltaba una hora, así que decidió pasarse por casa de Abby.
No estaba seguro de por qué, tal vez porque no había sido capaz de quitársela de la cabeza. En parte por lo que habían estado hablando del trabajo, pero, sobre todo, por lo que le había dicho de no llevar a Madison a la fiesta de su hermana.
Llamó a la puerta y, un momento más tarde, Abby la abrió.
Se le notó la sorpresa al verlo allí.
–Nick, creía que ibas a cenar con Madison.
–Y lo voy a hacer. Dentro de una hora.
–Esto está muy lejos de su casa. ¿Qué estás haciendo aquí?
–Matando el tiempo. ¿Te importa si paso?
–Por supuesto que no. Lo siento –dijo ella al tiempo que se apartaba.
Las paredes del salón estaban llenas de fotos familiares, junto con una placa de bronce en donde se leía: Lo Que No me Mata, Me Hará Más Fuerte.
–¿Quieres beber algo? –le preguntó ella.
Nick agitó la cabeza.
–¿Está Sarah?
–No. Se ha ido al cine con unas amigas.
–¿Y chicos?
–Si los hubiera, yo estaría vestida de camuflaje y los iría siguiendo a hurtadillas. No estaría aquí, vestida así.
Llevaba la misma ropa de trabajo que durante el día, pero más relajada. Se había quitado la chaqueta y los zapatos de tacón. Parecía como si acabara de pasar por una dura sesión de sofá con algún tipo, y estuviera lista para pasar a una segunda fase.
Esa idea lo pilló completamente por sorpresa. Nunca antes había pensado en ella de esa manera. Y lo que más lo sorprendió fue su propia reacción a la idea de que ella pudiera estar con un hombre.
Eso lo irritó profundamente.
Corrección, pensó. No lo irritaba la idea de que hubiera un hombre en la vida de ella, sino el concepto de que ese hombre estuviera llegando a una segunda fase con ella.
Desde el día en que la conoció, con dieciocho años y tratando de actuar como si tuviera treinta, se había sentido responsable de ella. Había tomado a las hermanas Ridgeway bajo sus alas. Le había dado su primer trabajo a Abby y la había visto crecer. Era natural que quisiera protegerla. Pero ese nivel de intensidad era extraño y solo lo podía achacar al que la hubiera animado a salir. Lo que seguía pensado que debía hacer.
Ella miró su reloj.
–¿No es un poco tarde para ir a cenar?
Nick se quitó la chaqueta y la dejó en el sofá antes de sentarse.
–Madison se está preparando para un gran juicio que tiene esta semana y necesitaba más tiempo. Tú sigues sustituyendo a Rebecca, ¿no?
Abby asintió.
–Sigue de baja por maternidad. Y tengo que reconocer que estar en los zapatos de la encargada te abre los ojos.
–¿Y eso?
Nick se lo había preguntado a pesar de que sabía el porqué. Esa había sido la razón por la que se había pasado anteriormente por el restaurante. Pero antes de que ella respondiera, añadió:
–Estás en casa un poco pronto, ¿no?
–Ya había pasado todo el lío de las cenas, así que me marché.
Se le notaba el cansancio en todo el cuerpo.
–Cuéntame cómo te ha ido.
Ella suspiró y se sentó en el otro sofá, lo bastante lejos de él como para que no se rozaran sus rodillas.
–No muy bien –dijo–. Hoy he tenido que mandar a su casa a un camarero y a un pinche. Esa era la razón por la que tú estuvieras trabajando hoy, ¿no? Por lo que te has pasado por el restaurante. Estabas comprobando las cosas.
–Sí –dijo él sin molestarse en negarlo–. Pero ya veo que te molesta mandar a los empleados a casa.
–Claro que me molesta. No es que no tenga claro el concepto.
–No he dicho que no lo tengas.
–Conozco los principios básicos de los negocios. Si los salarios alcanzan el nivel de las ganancias, el margen de beneficios se viene abajo.
–Eso es cierto.
Aun así, Nick sabía lo mucho que le debían costar esas cosas a Abby.
–Entonces, ¿qué vas a hacer? –le preguntó él.
Ella lo miró sorprendida.
–¿Yo? Solo soy una sustituta.
–Pero aun así, te toca actuar.
Ella lo miró pensativamente durante unos momentos.
–Supongo