–Pues claro, fue un idilio arrollador –dijo Angela de inmediato–. Pero nos casamos siguiendo la ceremonia tradicional –cerró los ojos por un instante, visualizando la boda con la que siempre había soñado–. Nos casamos por la tarde, y la iglesia estaba llena de velas y flores. Yo llevaba un vestido largo blanco con encaje y botones de perlas; tú, esmoquin con una faja color rosa claro y pajarita.
–Parece que has pensado mucho en ello.
La voz de Hank sacó a Angela de las agradables imágenes que poblaban su mente. Fue como despertar en medio de un sueño agradable.
–En realidad no –contestó. No quería que su jefe supiera lo a menudo que tenía aquellas ridículas fantasías–. Supongo que todo el mundo piensa alguna vez en cómo le gustaría que fuera su boda.
–Puedo asegurarte que yo jamás pienso en mi boda.
Angela sonrió irónicamente.
–Y yo puedo asegurarte que no me sorprende. Tienes el corazón de un soltero empedernido –dudó un momento, mirando a Hank con curiosidad–. Ni siquiera estoy segura de que puedas interpretar el papel de un hombre casado durante toda una semana.
Hank alzó una de sus cejas oscuras y sus ojos destellaron, desafiantes.
–No me subestimes, Angela. Has trabajado conmigo el tiempo suficiente como para saber que soy implacable en lo referente a conseguir lo que quiero o necesito, y necesito que Brody crea que soy un hombre felizmente casado. Te aseguro que sabré interpretar mi papel. ¿Estás segura tú de poder interpretar el tuyo?
Angela sonrió, segura de sí misma.
–Después del tiempo que llevo trabajando para ti, ya deberías saber que soy muy eficiente. Si necesitas que me comporte como una esposa, eso es exactamente lo que haré.
Hank rio, y su grave y desafiante risa resonó en los oídos de Angela, haciendo que se le encogiera el corazón.
–Tengo la sensación de que vamos a pasar una semana muy interesante.
Angela sintió que todo su cuerpo se acaloraba al oír aquello, y en ese momento supo que había cometido un gran error aceptando tomar parte en aquella locura.
Durante la siguiente hora se dedicaron a inventar su vida juntos. Decidieron que habían pasado la luna de miel en el Caribe, que solían ir de vacaciones a Nueva York y que pasaban casi todos los viernes por la tarde jugando a las cartas con otras parejas de amigos. Cuando sintieron que todo había quedado claro, se quedaron en silencio. Al cabo de un rato, Angela apoyó la cabeza contra la ventanilla y se quedó medio dormida. Hank aprovechó la oportunidad para observarla.
Lo había sorprendido. Cuando había llegado a su casa para recogerla y la había visto en brazos de su hermano, con el pelo rizado y suelto flotando en torno a sus hombros, había sido como ver a una desconocida.
¿Había tenido el pelo siempre tan largo, fuerte y brillante? ¿Por qué no se había fijado nunca en ello?
Pero no era el pelo lo único que le había llamado la atención. Mientras hablaban en el coche, Angela lo había sorprendido con su ironía, su humor y unas agallas de las que nunca había hecho gala en el trabajo.
La miró de nuevo, fijándose rápidamente en sus rasgos. No podía decirse que fuera una belleza. De hecho, ni siquiera era bonita. Tenía el pelo de un tono castaño bastante normal, y lo llevaba sujeto detrás de la cabeza con un pasador, como siempre. La barbilla era demasiado afilada, y la nariz, un poco larga. En una época en que los labios carnosos estaban de moda, los suyos resultaban un tanto delgados.
Volvió a fijarse en la carretera, agradeciendo no sentirse físicamente atraído por ella. La semana que los aguardaba habría sido un infierno si Angela hubiera sido una belleza.
Se felicitó a sí mismo por su inspirada elección. Pedirle a su sencilla secretaria que interpretara el papel de su esposa había sido una idea genial. No existía la posibilidad de que alguno de los dos se tomara el juego demasiado en serio.
Cuando se hallaban a pocas millas de Mustang, Angela abrió los ojos.
–Hola, dormilona –saludó Hank–. Llegaremos en diez minutos.
Angela se incorporó en el asiento.
–Oh, lo siento. No tenía intención de quedarme dormida –se llevó las manos al pelo en un gesto de timidez–. Viajar en coche siempre me produce este efecto.
–No te preocupes. Hay otra cosa de la que debemos ocuparnos antes de llegar –dijo Hank, mientras sacaba del bolsillo de su pantalón una cajita de joyería.
–¿De qué? –preguntó Angela.
–De tu anillo de boda, por supuesto.
Angela abrió la cajita y se quedó boquiabierta.
–Oh, es precioso.
Hank asintió.
–Era el anillo de mi madre. Me ha parecido que sería un bonito detalle que lo llevaras. Póntelo.
Angela deslizó el anillo en su dedo.
–Es un poco grande, pero no importa. Prometo cuidarlo muy bien.
Hank sonrió.
–Supongo que ahora es oficial. Llevas mi anillo, así que eso te convierte en mi esposa.
–Sabes que esto es una locura –dijo Angela mientras observaba el anillo, que tenía un gran diamante en el centro rodeado por otros más pequeños.
–Lo que sería una locura sería perder a Brody Robinson como cliente –Hank se quedó en silencio mientras entraban en los límites de la población y trataba de recordar las señas que le había dado Brody.
–Qué pueblo tan encantador –dijo Angela mientras avanzaban por la calle principal.
Hank asintió, fijándose en las antiguas y pintorescas fachadas de las tiendas, que recordaban a las de un típico pueblo vaquero.
–El rancho de Brody está al otro lado del pueblo, a varios kilómetros hacia el oeste –explicó–. ¿Te estás poniendo nerviosa? –preguntó, al ver que Angela se movía inquieta en su asiento.
–Un poco –replicó ella, y sonrió–. Nunca había estado casada hasta ahora.
Su sonrisa hizo algo a su rostro… lo iluminó, enfatizando el brillo de sus ojos y confiriendo a sus rasgos irregulares un encanto especial.
–Esto es lo más cerca que pienso estar del matrimonio –dijo Hank, en tono más forzado del que pretendía.
Unos minutos después giraban en el sendero que llevaba al rancho de Brody. Incluso sin el cartel que decía Robinson’s Ranch, Hank habría sabido que el lugar pertenecía a su cliente por la enorme galleta de metal que adornaba la verja de entrada.
–No hay nada sutil en Brody –murmuró mientras la casa del rancho aparecía ante su vista.
–¡Dios santo! –exclamó Angela–. ¡Es una mansión!
Y era una mansión, sin duda. La casa tenía dos plantas y era de proporciones mastodónticas. Encima del porche, con sus enormes columnas, asomaban dos grandes balcones de la planta alta.
A lo lejos se veían las demás edificaciones del rancho, así como cientos de vacas pastando en unas extensiones de hierba que parecían no tener fin.
–Bastante impresionante –dijo Hank, mientras detenía el coche junto a la casa–. Brody nunca hace nada a medias –apagó el motor y en ese momento salió Brody Robinson de la casa. Hank se volvió hacia Angela con una sonrisa que parecía tensa–. Ya estamos en plena faena. Recuerda que estamos casados.
Brody abrió la puerta del