–Si no me sueltas ahora mismo, voy a… voy a…
Brian rio.
–¿Qué vas a hacer? Soy demasiado grande como para que me des unos azotes en el trasero –la soltó justo cuando Hank Riverton entraba en la cocina.
–Buenos días –saludó Hank, alzando una ceja con gesto de sorpresa.
Angela sintió las mejillas totalmente acaloradas mientras tomaba el cepillo de la mano de Brian y se apartaba el pelo del rostro.
–Buenos días –contestó–. Yo… estaré lista en un momento. Brian, ¿por qué no sirves una taza de café al señor Riverton?
–Yo me ocuparé del señor Riverton. Tú ve a terminar de prepararte –dijo Janette Samuels mientras entraba en la cocina.
Angela dedicó a su madre una sonrisa de gratitud y luego corrió a su dormitorio, donde la aguardaba el equipaje, ya preparado.
Se cepilló rápidamente el pelo hacia atrás y se lo sujetó en la nuca con un amplio pasador. No quería entretenerse más. No quería que su madre se pusiera a interrogar a su jefe sobre su «viaje de negocios».
Miró su reflejo en el espejo. Hank le había dicho que se vistiera informalmente y le había hecho caso. Llevaba unos vaqueros y una blusa blanca y azul marino. En lugar de sus habituales zapatos negros se había puesto unas zapatillas deportivas blancas. Tras una última y nerviosa mirada al espejo, tomó la maleta y salió del dormitorio.
Su jefe estaba sentado a la mesa de la cocina, flanqueado por su madre y su hermano. Brian le estaba hablando de las clases a las que asistía en la universidad local.
Mientras su hermano hablaba, Angela se tomó un momento para observar al hombre que iba a ser su supuesto marido durante la siguiente semana. Vestido con vaqueros y un polo de manga corta que enfatizaba sus anchos hombros y biceps, resultaba demasiado masculino y viril como para dejarla tranquila.
–Parece que tienes un horario muy duro –comentó Hank cuando Brian terminó de hablar.
Angela se acercó a su hermano y le puso las manos en los hombros.
–Brian puede con él. Fue el primero de su promoción en el colegio y ha recibido ofertas de becas de las mejores universidades del país.
Janette palmeó la mano de su hijo.
–Y el año que viene irá a una de esas universidades.
–Ya veremos, mamá –dijo Brian, sin comprometerse.
Hank se levantó y miró a Angela.
–Nos espera un largo trayecto. Será mejor que nos pongamos en marcha.
–Sí, claro –Angela tomó su maleta y se encaminó hacia la puerta de salida.
–Déjame –Hank le quitó la maleta de la mano y se volvió hacia la madre de Angela–. Ha sido un placer conocerla, señora Samuels. Me ocuparé de devolverle a su hija sana y salva el próximo domingo.
Janette sonrió.
–Muy bien. Espero que sus negocios vayan bien.
–Adiós, hermanita –dijo Brian.
–Adiós, Brian. Y no faltes a clase mientras estoy de viaje –bromeó Angela.
Una vez fuera de la casa, respiró aliviada. Hank metió su equipaje en el maletero mientras ella entraba en el deportivo rojo.
–Siento no haber estado lista cuando ha llegado. No pretendía que tuviera que charlar con mi madre y mi hermano –dijo Angela, nerviosa, mientras Hank ocupaba su asiento ante el volante.
–No me ha importado –contestó él. Tras arrancar el coche, se volvió a mirarla–. De hecho, me ha parecido bastante interesante. Este fin de semana, mientras leía el informe que me habías preparado, he comprendido que apenas sabía nada sobre ti. Y por cierto, será mejor que empieces a tutearme. Resultaría muy extraño que me trataras de usted estando casados.
Angela asintió.
–No hay mucho que saber –dijo, mientras él ponía el coche en marcha.
–Al contrario. No sabía que tuvieras familia. Siempre estás disponible para trabajar horas extra y los fines de semana. Si no recuerdo mal, la pasada nochebuena supervisaste una fiesta en mi casa durante casi toda la noche.
Angela se encogió de hombros.
–No estoy casada ni tengo hijos. Mamá y Brian saben cuánto me importa mi trabajo –se preguntó si aquel sería el momento adecuado para decirle a su jefe lo insatisfecha que estaba con su situación en la oficina, pero decidió no hacerlo. Esperaría al viaje de vuelta.
Mientras salían de la ciudad, miró a Hank de reojo, comprendiendo que, probablemente, aún no se le había pasado del todo su tonto enamoramiento de adolescente. Aunque sabía que era un playboy aparentemente incapaz de mantener una relación duradera, no podía evitar sentirse alterada por su cercanía. Y eso la irritaba.
Había algo en él que la hacía consciente de su propia feminidad, de la sexualidad que aún esperaba ser despertada. Tenía veintiocho años y todavía no la habían besado en serio.
Claro que en el colegio había tenido sus citas, e incluso se había besado con algún compañero durante el último curso, pero la realidad de la enfermedad de su madre y de las necesidades de su hermano habían hecho imposible que se relacionara.
Tenía veintiocho años y nunca había sentido la emoción de ser besada por un hombre adulto y experimentado. Y algo en Hank Riverton le hacía recordar su falta de experiencia.
–¿Por qué estudia tu hermano en la universidad local si ha recibido tantas ofertas de otras? –preguntó Hank mientras entraban en la autopista que los llevaría a Mustang.
Angela agradeció poder salir de sus inquietantes pensamientos.
–Cuando llegaron las ofertas, mi madre estaba pasando una mala temporada. Está enferma del corazón y no sabíamos si iba a superar aquella crisis. Brian decidió que prefería estar cerca de casa.
–Muy loable. ¿Y vuestro padre? ¿A qué se dedica?
–Quién sabe –Angela reprimió el dolor y la rabia que siempre le producía pensar en su padre–. Nos abandonó cuando mamá estaba embarazada de Brian sin dejar señas en las que poder localizarlo.
–Eso es algo que tenemos en común –dijo Hank–. Los dos hemos crecido en familias con un solo padre. Mi madre murió cuando yo tenía cinco años.
–Sí, lo sé –replicó Angela. Hank la miró, sorprendido, y ella continuó–. Averigüé todo lo que pude sobre ti antes de presentarme a la entrevista para el trabajo. Leí todos los artículos que encontré en revistas y periódicos.
Hank le dedicó una sonrisa insegura.
–Espero que no creyeras todo lo que leíste. Los periodistas tienden a exagerar, sobre todo en lo referente al dinero y al amor.
Angela se ruborizó ligeramente.
–He trabajado lo suficiente para ti como para saber que te va bien en ambos aspectos.
Hank rio.
–Eso depende de a quién se lo preguntes. Según mi contable, gasto casi lo mismo que gano, y tengo la impresión de que si le preguntaras hoy a Sheila lo que piensa de mí, no te diría precisamente cosas agradables.
–¿Problemas en el paraíso?
–El paraíso perdido –replicó Hank–. Rompí con ella anoche.
–¿Debería llamar a la floristería? –preguntó Angela en tono burlón.
–No, esta vez nos saltaremos la rutina habitual. Además, no me parecería bien mandarle flores a Sheila estando casado contigo –Hank