El Front National es el partido de la ultraderecha francesa y la primera agrupación neofascista de Europa Occidental que ha conseguido un importante éxito electoral. Su líder original, Jean-Marie Le Pen, fue condenado por negar el Holocausto. Su hija Marine Le Pen lo sucedió al frente del partido: fue segunda en las elecciones presidenciales francesas de 2017. La implicación de la policía gala en la detención de judíos franceses que después fueron enviados a los campos de concentración nazis durante el régimen de Vichy ha quedado sobradamente demostrada. Sin embargo, durante la campaña electoral de 2017, Marine Le Pen negó la complicidad francesa en aquella gran redada contra los judíos franceses: trece mil de ellos fueron llevados al Velódromo de Invierno y, después, a los campos de exterminio nazis. En una entrevista televisiva de abril de 2017, dijo: «No creo que Francia sea responsable de lo que pasó en el Vel’ d’Hiv. [...] Los responsables, en todo caso, fueron los que estaban en el poder en ese momento, no Francia». Además, añadió que la cultura liberal dominante «ha enseñado a nuestros hijos que les sobran motivos para criticar [al país] y no ver más que los episodios oscuros de nuestra historia. Y yo quiero que vuelvan a sentirse orgullosos de ser franceses».
En Alemania, donde las leyes impiden que se niegue públicamente el Holocausto, se produjo una gran conmoción general cuando el partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (Alternativ für Deutschland, AfD) quedó tercero en las elecciones parlamentarias de 2017. Durante la campaña electoral, en septiembre de 2017, uno de los cabecillas del partido, Alexander Gauland, dijo en su discurso: «Si hay un pueblo al que se le haya asignado un pasado falso por antonomasia, ese es el pueblo alemán». Gauland exigía «que se le devolviera su pasado al pueblo alemán». Con ello se refería a un pasado en el que los alemanes «podían enorgullecerse de los logros de nuestros soldados en las dos Guerras Mundiales». Del mismo modo que los políticos del Partido Republicano estadounidense quieren sacar tajada del resentimiento (y del voto) de los blancos denunciando que la brutalidad de la esclavitud, confirmada por la investigación académica, es un modo de «culpabilizar» a los americanos de raza blanca, en especial a los sureños, AfD quiere ganar votos representando la historia fiel del pasado nazi alemán como si se tratara de una especie de persecución contra el pueblo alemán. Ese mismo año, uno de los líderes del AfD, Björn Höcke, dio un discurso en Dresde en el que habló apasionadamente de la necesidad de tener «una cultura de la memoria que ante todo nos ponga en contacto con los grandes logros de nuestros antepasados».10
El comentario de Höcke sobre la «cultura de la memoria» resulta inquietante porque evoca las palabras del creador del mito de la Alemania nazi. En 1936, el mismísimo Heinrich Himmler también se refirió a la importancia de defender los éxitos pasados:
Un pueblo vivirá feliz en el presente y en el futuro siempre que conozca su pasado y la grandeza de sus ancestros. [...] Queremos que nuestros hombres y que el pueblo alemán tengan muy claro que nuestro pasado no se remonta solo a unos mil años, que no éramos unos bárbaros sin cultura propia que tuvieran que obtenerla de otros. Lo que queremos es que nuestras gentes vuelvan a sentirse orgullosas de nuestra historia.11
Cuando no se inventa directamente un pasado para hacer de la nostalgia un arma, el fascismo selecciona con cuidado los acontecimientos del pasado, pasando por alto aquellos que podrían poner en peligro la veneración ciega de la gloriosa nación.
Si queremos tener un debate sincero sobre lo que debe hacer nuestro país y la política que hay que adoptar, necesitamos partir de una base común de la realidad que también tenga en cuenta nuestro pasado. En una democracia liberal, la historia debe respetar el principio de la verdad y darnos una visión precisa del pasado, y no una historia que responda a intereses políticos. En cambio, una característica propia del fascismo es su necesidad de mitificar el pasado con el objetivo de crear una versión del legado nacional que pueda usarse como arma para el provecho político.
Si el hecho de que haya políticos que intencionadamente piden que se elimine cualquier acontecimiento histórico doloroso de nuestro pasado no nos preocupa, entonces vale la pena que nos familiaricemos con lo que se ha publicado en el ámbito de la psicología sobre la memoria colectiva. En su artículo de 2013 «Motivated to “Forget”: The Effects of In-Group Wrongdoing on Memory and Collective Guilt», Katie Rotella y Jennifer Richeson dieron a conocer a los participantes, de nacionalidad estadounidense, historias «sobre la opresión y la violencia a la que fueron sometidos los indígenas americanos» de una de las dos maneras siguientes: «En concreto, se describió a los autores de los actos violentos como primeros americanos (condición de grupo de pertenencia) o como europeos que se asentaron en lo que más tarde sería América (condición de grupo externo)».12 El estudio reveló que la gente tiende a sufrir una especie de amnesia ante conductas indebidas cuando se especifica claramente que los responsables son sus compatriotas. Si a los sujetos americanos se les mostraba que los autores de la violencia eran americanos (en vez de europeos), parecían tener peor memoria para los hechos históricos negativos y «lo que sí recordaban lo expresaban con mayor desdén si los culpables eran miembros del grupo de pertenencia». El trabajo de Rotella y Richeson parte de un conjunto de obras anteriores de conclusiones parecidas.13 De modo innato tendemos a olvidar y a minimizar aquellos actos problemáticos que el grupo de pertenencia ha cometido en el pasado. Aunque los políticos no hubieran sacado el tema, los estadounidenses habrían relativizado su historial de esclavitud y genocidio, los polacos habrían atenuado su pasado antisemita y los turcos habrían tendido a negar las atrocidades cometidas contra los armenios. Que los políticos quieran ahora que esta versión de la historia se incluya en la política educativa oficial echa todavía más leña al fuego.
Los líderes fascistas recurren a la historia para reemplazar los episodios reales por un pasado mítico y glorioso que, por sus particularidades, puede servir a sus fines políticos y a su objetivo final: que el poder acabe sustituyendo a los hechos. El primer ministro húngaro Viktor Orbán ha utilizado la resistencia de Hungría a la ocupación del Imperio otomano en los siglos XVI y XVII para otorgar al país el rol de defensor histórico de la Europa cristiana y como fundamento para limitar en la actualidad la entrada de refugiados.14 Que Hungría fue la frontera entre un imperio de raíz musulmana y otro de inspiración cristiana era cierto, sí, pero la religión no tenía un papel tan importante en ese tipo de conflicto (el Imperio otomano, por ejemplo, no obligaba a sus súbditos cristianos a convertirse al islam). Como tiene la mínima verosimilitud necesaria, el relato mítico de Orbán le permite simplificar el pasado y apuntalar sus objetivos.
Continuamente se mitifica la historia del sur de Estados Unidos para encubrir el tema de la esclavitud. Esta idealización del pasado también sirvió para justificar que no se les concediera el derecho al voto a los ciudadanos negros hasta un siglo después de su abolición. Para denegárselo, los sureños idearon un relato falso del periodo conocido como la Reconstrucción —inmediatamente posterior a la Guerra de Sucesión—, que se inició en 1865 cuando se les concedió el voto a los negros del sur. Me explico: en aquella época, los afroamericanos eran mayoría en algunos estados sureños, como Carolina del Sur, y durante unos doce años, la opinión de sus diputados tuvo un gran peso en muchas legislaturas; incluso llegaron a tener representantes en el Congreso de Estados Unidos. La época de la Reconstrucción acabó cuando los blancos del sur aprobaron unas leyes que tuvieron como consecuencia práctica la prohibición del voto a los ciudadanos negros. Los blancos sureños difundieron el mito de que era una medida necesaria porque los afroamericanos eran incapaces de autogobernarse. Aquel momento histórico se presentó como una época de corrupción política sin precedentes que solo pudo frenarse cuando los blancos recuperaron de nuevo el control total.
En su obra maestra Black Reconstruction, publicada en 1935, W. E. B. Du Bois desmiente rotundamente la versión oficial dada entonces de la época de la Reconstrucción. Du Bois demuestra que los blancos del sur, con la complicidad de las élites del norte, pusieron punto y final a la Reconstrucción porque las clases acomodadas temían que los ciudadanos negros con derecho a voto se aliaran con los blancos pobres y crearan un movimiento obrero muy influyente