Jonás acerca de la gracia a través Jonás acerca de la gracia a través del pez de la planta
A pesar de ser un pasaje sofisticado en el plano literario, muchos lectores modernos lo desprecian ya que nos dice que un “enorme pez” se tragó a Jonás para rescatarle de la tormenta (Jonás 1:17). La manera en la que respondas depende de cómo leas el resto de la Biblia. Si aceptas que Dios existe y que la resurrección de Cristo es real (un milagro mucho mayor), entonces no hay nada en particular que sea difícil a la hora de leer Jonás de forma literal. Sin duda, muchas personas hoy en día creen que todos los milagros son imposibles, pero ese escepticismo no es más que eso: una creencia que en sí misma no se puede demostrar.2 No solo esto es así, sino que el texto no presenta ninguna prueba de que el autor se haya inventado el relato del milagro. Un escritor de ficción añade elementos sobrenaturales con el fin de darle emoción o montar un espectáculo y llamar la atención del lector. Sin embargo, este autor no saca partido de este suceso de esa forma. El pez únicamente aparece en dos versículos breves y no hay detalles descriptivos. El autor informa de ello más bien como si se tratase de un simple hecho de lo que ocurrió.3 Así que no debemos distraernos con el pez.
La estructura tan cuidada del libro revela los matices del mensaje del autor. Ambos episodios revelan cómo Jonás, un creyente defensor de la religión, trata y se relaciona con personas que son diferentes a él en cuestiones de raza y religión. El libro de Jonás proporciona un mayor entendimiento acerca del amor de Dios por las sociedades y por los pueblos más allá de la comunidad de creyentes, habla acerca de su oposición al nacionalismo tóxico y al desprecio por otras razas y trata sobre cómo formar parte “de la misión” en el mundo a pesar del poder sutil e inevitable de la idolatría en nuestras vidas y corazones. Comprender estas ideas puede convertirnos en constructores de puentes, pacificadores y agentes de reconciliación en el mundo. Este tipo de personas son las que necesitamos en este momento.
Sin embargo, para entender todas estas lecciones y aplicarlas a nuestras relaciones sociales, tenemos que ver que la enseñanza principal de este libro no es sociológica sino teológica. Jonás quería un Dios creado por él mismo, un Dios que simplemente castiga a los malos, por ejemplo, los ninivitas malvados y bendice a los buenos, por ejemplo, Jonás y sus compatriotas. Cuando el verdadero Dios, no el dios falso de Jonás, aparece una y otra vez, Jonás se pone furioso o se desespera. Para Jonás, el Dios verdadero es un enigma pues no puede reconciliar la idea de la misericordia de Dios con su justicia. Jonás se pregunta: ¿Cómo puede Dios ser misericordioso y perdonar a personas que han sido tan violentas y malvadas? ¿Cómo puede Dios ser a la vez misericordioso y justo?
El libro de Jonás no contiene la respuesta a esa pregunta. Sin embargo, como parte del conjunto de la Biblia, el libro de Jonás es como un capítulo que promueve el argumento general de las Escrituras. Nos enseña a mirar hacia delante a aquel que se llamó a sí mismo el Jonás definitivo (Mateo 12:41) de manera que pudo ser justo y, al mismo tiempo, justificar a aquellos que creen (Romanos 3:26). Solo cuando los lectores comprenden del todo este evangelio, no serán ni explotadores crueles, como los ninivitas, ni creyentes farisaicos, como Jonás, sino hombres y mujeres a los que el Espíritu ha transformado y ha hecho semejantes a Cristo.
Muchas de las personas que han estudiado el libro se han dado cuenta de que en la primera mitad Jonás actúa como el “hijo pródigo” de la famosa parábola de Jesús (Lucas 15:1124), que huyó de su padre. Sin embargo, en la segunda parte del libro, Jonás es como el “hermano mayor” (Lucas 15:2532), que obedece a su padre, pero le reprende por mostrar gracia a pecadores arrepentidos. La parábola termina con una pregunta del padre hacia el hijo farisaico, del mismo modo que el libro de Jonás termina con una pregunta para el profeta farisaico. El paralelo entre las dos historias, que quizás Jesús tuvo en mente, es la razón que explica el título de este libro, El profeta pródigo.
Huir de Dios

La palabra del Señor vino a Jonás hijo de Amitay: “Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia”. Jonás se fue, pero en dirección a Tarsis, para huir del Señor. Jonás 1:1-3a1
El extraño emisario
Nuestra historia comienza cuando “la Palabra del Señor vino” a Jonás. Muchos de los relatos acerca de los profetas bíblicos empiezan así. Dios los usó para transmitir sus palabras y mensajes a Israel, sobre todo en tiempos de crisis. Sin embargo, ya en el versículo 2 los lectores originales se habrían dado cuenta de que se trataba de un relato profético distinto a cualquiera que hubiesen escuchado antes. Dios llamó a Jonás a ir “a la gran ciudad de Nínive y proclama […]”. Se trata de una declaración asombrosa en varios niveles.
En primer lugar, era impactante debido a que era el llamamiento de un profeta hebreo a dejar Israel e ir a una ciudad gentil. Hasta este momento, Dios solo había enviado a los profetas a su pueblo. Si bien Jeremías, Isaías y Amós pronunciaron algunos oráculos proféticos a países paganos, todos eran breves y ninguno de estos hombres tuvo que ir a estas naciones a predicar. La misión de Jonás no tenía precedentes. Y era aún más sorprendente que el Dios de Israel quisiera avisar a Nínive, la capital del imperio asirio, de la inminente condena. Asiria era uno los imperios más crueles y violentos de la Antigüedad. Los reyes asirios a menudo dejaban constancia de los resultados de sus victorias militares regodeándose con las explanadas plagadas con cadáveres y de las ciudades que habían quemado hasta solo quedar las cenizas. El emperador Salmanasar III es famoso por representar en grandes relieves de piedra los detalles espeluznantes de las torturas, descuartizamientos y decapitaciones que sufrían sus enemigos. La historia asiria es la más “sangrienta y escalofriante que conocemos”.2 Después de capturar a sus enemigos, los asirios normalmente les cortaban las piernas y un brazo y les dejaban el otro brazo y mano para poder estrecharla mientras morían y así burlarse de ellos. Obligaban a los amigos y familiares a desfilar con las cabezas decapitadas de sus seres queridos sobre postes. Arrancaban la lengua a los prisioneros y estiraban sus cuerpos con cuerdas para despellejarlos vivos y exhibir las pieles en los muros de la ciudad. Quemaban a adolescentes vivos.3 Aquellos que sobrevivían a la destrucción de las ciudades estaban destinados a sufrir formas de esclavitud crueles y violentas. Se ha denominado a los asirios como un “Estado terrorista”.4
El imperio había comenzado a exigir grandes tributos a Israel durante el reinado del rey Jehú (842 – 815 a. C.) y continuó amenazando al reino judío del norte durante la vida de Jonás. En el año 722 a. C., finalmente invadió y destruyó el reino del norte, Israel, y su capital, Samaria.
Sin embargo, esta nación era objeto de la acción misionera de Dios. Aunque Dios le dijo a Jonás que “proclamara contra” la ciudad debido a su maldad, no había ninguna razón para enviar el aviso a no ser que hubiese la posibilidad de que evitasen el juicio, como bien sabía Jonás (4:1-2). Pero, ¿cómo podía un Dios bueno dar a una nación así la más remota oportunidad de experimentar su misericordia? ¿Por qué diantres ayudaría Dios a los enemigos de su pueblo?
Quizás el elemento más sorprendente de este relato es a quién Dios eligió enviar. Era “Jonás el hijo de Amitay”. No nos da más contexto, lo que significa que no necesitaba que lo presentasen. 2 Reyes 14:25 nos dice que Jonás ministró durante el reinado del rey Jeroboam II de Israel (786 – 746 a. C.). En ese pasaje descubrimos que, al contrario que los profetas Amós y Oseas, que criticaron el gobierno del rey por su injusticia e infidelidad, Jonás había apoyado la política militar agresiva de Jeroboam para extender el poder y la influencia de la nación. Los lectores originales del libro de Jonás le recordarían como un partidario nacionalista realmente patriota.5 Y estarían asombrados de que Dios enviase a un hombre como este a predicar a las personas que más temía y odiaba.
Nada en esta misión tenía sentido. De hecho,