La respuesta es que la identidad más básica de Pedro no se basaba tanto en el amor gratuito de Jesús por él, sino en su compromiso y amor por Jesús. Su amor propio se basaba en el nivel de compromiso a Cristo que pensó que había alcanzado. Tenía confianza ante Dios y la humanidad debido a que, según él creía, era un seguidor de Cristo totalmente comprometido. Hay dos resultados de una identidad así.
El primer resultado es una ceguera ante quiénes somos de verdad. Si sientes que tienes valor por lo valiente que eres, será traumático admitir la más mínima expresión de cobardía. Si te apoyas en tu coraje, cualquier síntoma de flaqueo significará que ya no eres “tú”. Sentirás que no tienes ningún valor. En realidad, si basas tu identidad en cualquier tipo de logro, bondad o virtud, tendrás que vivir negando la intensidad de tus fracasos o carencias. No tendrás una identidad lo suficientemente segura como para admitir tus pecados, debilidades o defectos.
El segundo resultado es sentir hostilidad, en lugar de respeto, hacia las personas que son diferentes. Cuando vinieron a arrestar a Jesús, aunque Jesús les había avisado en numerosas ocasiones de que esto ocurriría, Pedro sacó una espada y cortó la oreja de uno de los soldados. Cualquier identidad que se basa en nuestros propios logros y rendimiento es inestable. Nunca estás seguro de haber hecho suficiente. Eso significa, por una parte, que no puedes ser sincero contigo mismo respecto a tus propios defectos. Sin embargo, también significa que tienes que reafirmar tu identidad contrastándola (y siendo hostil) con aquellos que son diferentes.
Pedro y Jonás estaban orgullosos de su devoción religiosa y basaban su propia imagen en los logros espirituales. Como resultado, ambos estaban ciegos a sus defectos y a su pecado, y eran hostiles con aquellos que eran diferentes. Jonás no muestra ninguna preocupación por la grave situación espiritual de los ninivitas, ni ningún interés por trabajar junto a los marineros paganos por el bien de todos. Trata a los paganos no solo como personas diferentes, sino como “extraños”, “los otros”, y participa en distintos tipos de exclusión.
Una identidad que excluye
Lo que Jonás está haciendo se ha denominado por algunos como enajenación del otro. Categorizar a otra persona como el Otro es centrarse en las maneras en las que son diferentes a uno mismo, centrarse en sus singularidades y reducirles a esas características hasta deshumanizarles. Entonces podemos decir: “Ya sabes cómo son”, de manera que no tenemos que vincularnos con ellos. Esto provoca que podamos excluirlos de diferentes maneras: simplemente ignorándolos, obligándolos a creer y practicar lo mismo que nosotros, forzándolos a vivir en ciertos barrios pobres o expulsándolos sin más.5
Los lectores empezamos a ver que Jonás necesita desesperadamente la misericordia de Dios que tanto le desconcierta.
Bajo el poder de la gracia de Dios, su identidad tendrá que cambiar, así como la nuestra.
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