Julito Cabello contra las tribus urbanas. Esteban Cabezas. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Esteban Cabezas
Издательство: Bookwire
Серия: Julito Cabello
Жанр произведения: Книги для детей: прочее
Год издания: 0
isbn: 9789563635508
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(patero). Es que mi hermano recién me pidió ayuda, porque se viene de vuelta de España y no tiene dónde alojar. Pero serán solo unos días no más, lo juro.

      Y aprovecharemos la sala de planchado, justo ahora que dejamos de escribir allí.

      –¿Tu hermano Rodrigo, el ar-tis-ta?

      –Ese mismo.

      O sea, ¿había un artista en la familia?

      Yo nunca había oído hablar de ese tío.

      ¿Será reggaetonero? ¿Un DJ Cabello?

      Se armó la fiesta. O no. Ya sabremos.

      2

      A POTO PELADO CABELLO

      Ya íbamos todos de vuelta, pero antes de salir del restaurante les juraría que vi a la alumna Vaca rumiando en una de las mesas. ¿Un plato de alfalfa? Ja. Y en eso estaba meditando, con la María roncando en el auto, cuando llegamos a nuestra casita. Y al momento de abrir la puerta, no hubo necesidad de hacerlo, porque estaba abierta.

      Y con la chapa rota.

      Al entrar, se parecía a una post pijamada (pero sin el olor a pata). Desorden total. Y el Beltrán, que andaba medio tutoso, se despertó de golpe y comenzó a corretear por las piezas y a hacer el conteo de las bajas.

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      –Falta la tele, los dos computadores, las consolas y el Blue-Ray.

      Mi mamá siguió:

      –Mis joyas, mi cámara de fotos y mi ropa.

      Y mi papá:

      –Mi disfraz de dragón, mis figuras de Dragonball de colección. ¡Y eran Bandai! Y mi ropa. Hasta los calzoncillos me robaron. Pobrecitos, a lo mejor no tenían con qué vestirse.

      Ay, mi papá.

      Para qué les digo que nuestros niveles de felicidad bajaron supersónicamente a menos que cero. Es extraño que te roben, la dura. Quedamos como post ataque zombi: felices de estar vivos, pero pensando en cuándo iban a volver de nuevo por nuestros brains.

      Poco a poco nos íbamos dando cuenta de otras cosas que faltaban (menos la María, que puro roncaba, y que tenía su chupete puesto, lo único que echaría de menos). Dábamos vueltas en silencio, haciendo el conteo de las bajas, hasta que mi papá se pegó una palmada en la frente.

      –¡Mi libro!

      Entonces mi mami, muy solidaria ella, dijo lo mismo.

      –¡Y mi libro! También estaba en el computador.

      –¿Y no los tenían en la nube? -pregunté, muy enterado de la modernidad mundial modernosa.

      Ambos dijeron “no”.

      Oh, no-no. Meses de trabajo perdido, de ellos. Y de sufrimiento infantil innecesario, el nuestro.

      Pero faltaba algo más.

      Como era fomingo, nuestro restaurante estaba cerrado. Aunque ahora estaba abierto. A la fuerza.

      Se habían llevado hasta la salsa huancaína.

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      Y también mi kétchup personal.

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      3

      MALAS NOTICIAS, BU

      Obviamente que mis papás llamaron a las fuerzas de la ley y el orden, para contarles nuestra desgracia (ay, mi kétchup). Así conocimos al sargento Rebolledo y a la teniente Monsalve. Uno era flaco y pálido, y la otra chica y muy maquillada. Eran como un shinigami y una pitufa (mucha tele, ya lo sé).

      –¿Pueden decirnos de quién sospechan, señores?

      –De alguien pobre, creo yo -dijo mi papá.

      –Ah -dijo la pitufopolicía.

      –¿Creen que podremos recuperar algo? -dijo mi madre.

      Ahí como que se miraron y juraría que se rieron, pero sin que se les notara (muy profesionales ellos).

      –Habrá que ver, señora -dijo Rebolledo.

      –No hay que perder la esperanza -dijo Monsalve.

      Y ahí se largaron a hacer una lista de todas esas cosas que jamás recuperaríamos. Snif.

      Como no se habían robado el café, mis papitos se sentaron a tomar uno en la cocina. Se los veía marchitos (lenguaje de mi mami, especialista en flores).

      –Voy a tener que reescribir mi libro de memoria, Rosa, porque tengo que entregarlo a la editorial lo antes posible.

      –Y yo también, por si te interesaba.

      –Ay, mi amor, no es que lo haya olvidado, eso de tu libro, ¿de qué era tu libro?

      –Tan solidario.

      –No puedo evitarlo, me educaron así.

      Ahí mi mamá emitió un gruñido nada de floral. Susto. Y mi papá comenzaba a toser, como cada vez que se ponía nervioso.

      –Pero no te preocupef, saldremos de estaf.

      –Lo sé, pero el tema, Julio, es que ya no nos queda plata. Y no tendremos el pago por los libros. Y no podemos abrir el restaurante, porque lo dejaron pelado.

      Oh no. Parece que tendremos que actuar en los semáforos haciendo de mimos. Aunque si a la María la ensuciamos un poco, de más que nos darían más monedas, ¿o no?

      Y allí estábamos los Cabello muy deprimidos, mientras los señores de la ley seguían haciendo la lista de todo lo que habíamos perdido. Hasta que alguien apareció en la puerta y hasta sacaron sus revólveres de puro susto al verlo.

      –¡Arriba las manos! -dijeron a dúo.

      –Ay, ¿pero qué hice esta vez? -respondió un tipo flaco y con olor a pucho. De verdad olía a cenicero como a tres metros a la redonda.

      –Identifíquese (nuevamente a dúo).

      –Me llamo Rodrigo Cabello y vengo llegando de España.

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      Ahí mi papi sacó la voz.

      –¡Hermanito! Llegaste antes.

      –Sí. Es que a última hora me conseguí un vuelo como con ocho escalas que salía más barato. Y antes. Y como no tenía minutos en el celular, no alcancé a avisarte.

      Entonces mi papá se acercó y lo abrazó. Juraría que al abrazarlo como que le salió polvo.

      –Las malas noticias no llegan solas -dijo (muy bajito) mi mamá.

      –¡Hola, Rosa, cómo estás! ¿No tendrán por ahí algún traguito para recibir a este viajero?

      Y no tenían, porque también se lo habían robado, ja.

      4

      MAÑANA DEL TERRORF

      Como estábamos en una situación crítica (y pobre), ese lunes no fuimos al colegio con el Beltrán. Había que mantener a la familia unida (en la pobreza), creo yo. Y así estábamos, tomando desayuno (puro pan con té, pobre) y buscando soluciones a este problema.

      –Tenemos que hacer algof -dijo mi papá.

      –Sí, genio -dijo mi mamá.

      –Primero que nada, debemos reescribir nuestros libros, ¿no?

      –Y ¿dónde lo vamos a hacer, si tu hermano está