—Seguramente por miedo a ser despedidos. Si los pajes de Santa Claus tuviéramos un sindicato, esto no pasaría —contestó ella, echando la cabeza hacia atrás. Le encantaba sentir las manos de Thomas Dalton en la espalda. Era como un masaje… y hacía tanto tiempo que nadie le daba un masaje, tanto tiempo desde que…
Claudia abrió los ojos de golpe. Aquello no podía ser. Tenía que mantener la objetividad a toda costa.
Entonces se dio la vuelta para enfrentarse con unos penetrantes ojos verdes.
—¿Y usted, señorita Moore? ¿No tiene miedo de que la despida?
—¿Por qué? ¿Por ser alérgica a la lana?
—Por insubordinación —contestó Thomas con una sonrisa irónica—. Por no mostrar el debido respeto. Por hacer que le rasque la espalda.
Claudia levantó los ojos al cielo.
—¿Qué quieres, que me ponga de rodillas?
Thomas Dalton soltó una carcajada. Un sonido rico, profundo, acariciador.
—¿Piensa alguna vez antes de hablar, señorita Moore? ¿O se sorprende tanto como yo por lo que sale de su boca?
Ella se ajustó el sombrerito, sonriendo.
—Si te molesta puedes despedirme, Tom.
Thomas Dalton se cruzó de brazos y Claudia se preguntó qué habría debajo de aquel traje. Unas buenas hombreras pueden disimular, pero aquel hombre parecía muy bien hecho.
—¿Por qué ha querido ser paje de Santa Claus, señorita Moore? He leído su currículum. Una licenciatura universitaria y cierta experiencia como escritora la cualifican para muchos otros puestos de trabajo.
—Necesitaba el dinero —mintió ella—. Tengo que comprar regalos de Navidad y supuse que encontrar trabajo aquí sería fácil. No hace falta una licenciatura para ponerse este trajecito.
—¿Por qué no deja que busque otro puesto para usted? Siempre hacen falta dependientes. Y el sueldo es mucho mejor.
—¿Por qué? ¿Te da vergüenza que te vean rascando la espalda de un pobre paje de Santa Claus, Tom?
—Preferiría que me llamase señor Dalton.
Claudia se encogió de hombros.
—Hemos hablado de tu ropa interior. Es un poco difícil ponerte en un pedestal cuando te imagino llevando calzoncillos con dibujitos —contestó ella, dirigiéndose a la puerta.
—¡Señorita Moore!
Claudia se volvió, asustada. ¿Algún día aprendería a controlar su lengua?
—¿Sí, señor Dalton?
—Encargaré uniformes nuevos inmediatamente.
Ella se volvió hacia la puerta con una sonrisa de satisfacción en los labios. Aparentemente, tenía a Thomas Dalton exactamente donde quería… atado alrededor de su meñique de pajecillo. Lo único que le quedaba era hacerle revelar los secretos familiares. Una vez hecho eso, Claudia Moore podría dejar atrás sus días como paje de Santa Claus y continuar su carrera como periodista.
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