Hay que evitar relativismos y ubicar los centros de tensión de esa identidad, que son los que la amarran o evitan que se diluya o atomice. Es decir, ver la nación más que los límites del estado.
La conformación política del estado es unívoca; pone límites, fronteras y leyes. Asegura la paz y la justicia. Pero se necesita el sentido, que es lo que da la cultura, la cual va más allá de lo estatal, es más compleja. Si, como han dicho Rawls, Dworkin y otros analíticos, la identidad estatal o política nos da la justicia, falta la parte del bien, de la buena vida, que es en la que insisten MacIntyre y Taylor. Según Adela Cortina, los mínimos de justicia permiten los máximos de buena vida (culturales) que son los más difíciles de acordar, los que dan sentido a los mínimos. Y se interpretan de manera diferente según las culturas.26
Así, la hermenéutica analógica permite navegar suponiendo una dignidad humana, que es ontológica y antropológico-filosófica, responder a la identidad y a la diferencia o diversidad, que son epistemológicas.
HERMENÉUTICA DE LOS DERECHOS HUMANOS
Dada la multiplicidad de culturas que se da en los estados, con diferentes ideales de vida, se impone la interpretación de los derechos humanos para hacer posible su cumplimiento en esos ámbitos culturales diferentes. En efecto, por más que se aleguen diferencias culturales a la hora de interpretarlos, no pueden darse interpretaciones demasiado divergentes, pues eso sería aniquilar los derechos humanos, hacerles perder su universalidad y su radicación en la naturaleza humana. Por eso caemos en la huida de la univocidad impositiva y de la equivocidad relativista en exceso. Nuevamente, se ve la necesidad de analogía, de una hermenéutica analógica.27
Aquí nos ayudan las principales ideas de Aristóteles sobre la hermenéutica, en la línea de la analogía, para ser aplicadas a nuestro campo del derecho. Es verdad que algunas de ellas pueden hallarse en el De interpretatione, pero otras se encuentran en la Retórica. Por eso se trata la hermenéutica aristotélica en conexión con su arte retórica. En ella se cumple la idea de que aquello que sirve para codificar, también es útil para decodificar, y así como la retórica enseña a hablar y a escribir, también enseña a leer o a interpretar. De manera muy clara puede ejemplificarse esto con la teoría de los tropos, sobre todo la metáfora y la metonimia, que los enseña la retórico-poética y son peculio de la hermenéutica.
Un ejemplo de esta herencia de Aristóteles para la hermenéutica es la phrónesis o prudencia. Es algo típicamente aristotélico que ha recogido la hermenéutica contemporánea. Si tratamos de vincular la virtud de la phrónesis con la interpretación, encontramos que es algo que ya ha hecho H.G. Gadamer, el gran hermeneuta del siglo XX. Él dice que la hermenéutica tiene la estructura o modelo de la phrónesis, porque el acto interpretativo también involucra una deliberación, en la que se ponderan los pros y los contras de las interpretaciones rivales, para elegir la mejor o las mejores (esto es, las que se acercan más a la verdad del texto), y llegar así a un juicio o consejo.28 Pero, además, la phrónesis tiene el modelo o estructura de la analogía, la cual es proporción, moderación o equilibrio. De modo que ser prudente viene a ser, para Aristóteles, ser analógico, proporcionado, moderado o equilibrado. De esta manera, la analogía se vincula con la hermenéutica a través de la phrónesis. Con ello tenemos como resultado la presencia de la analogía o proporcionalidad en el acto interpretativo, como virtud de la sutileza. También se observa la pertinencia de una hermenéutica analógica, en la línea de Gadamer y Ricoeur.29
La phrónesis se aplica mucho al derecho y, especialmente, a los derechos humanos. No en balde hay un aspecto de la cultura jurídica que es la jurisprudencia. La prudencia es una virtud sumamente analógica y se tiene que aplicar en la interpretación del derecho. Aristóteles también alude a otra virtud analógica que se aplica en el derecho, la equidad (epeikeia), que da la habilidad de aplicar justamente la ley al caso particular sin lesionar a los interesados o involucrados. Es algo totalmente hermenéutico y analógico a la vez.
Este papel de la prudencia lo trata Kant en el juicio reflexionante, más propio de su estética, pero que también se puede llevar a la ética y, en nuestro caso, a la filosofía del derecho, a la hermenéutica jurídica. En Kant, la analogía trasciende los límites del conocimiento empírico; hace pasar de lo particular a lo universal, de lo sensible a lo inmaterial, de lo trascendental a lo trascendente.
CONCLUSIÓN
En la analogía predomina la diferencia, vivimos, pensamos y somos gracias a ese espacio de diferencia que hay en ella. Aquello en lo que diferimos es lo que nos identifica, lo que nos crea un ámbito, un lugar en el infinito de lo indiferenciado. Lo indiferenciado, lo unívoco, impide la existencia de cualquier cosa, precisamente por falta de esencia, de algo constitutivo; asimismo, la sola diferenciación, la diferencia pura, impide la existencia de cualquier cosa precisamente por exceso de esencia, de algo constitutivo. En cambio, lo que es idéntico y diferente a la vez, como es lo análogo, es lo que sí permite la existencia de algo; sin embargo, lo hace en el intersticio en el que predomina la diferencia.
Es por eso que la analogía, en la hermenéutica analógica, sirve para fundamentar los derechos humanos con la ontología y la antropología filosófica. Y, sobre todo, nos ha ayudado a plasmarlos en un ambiente multicultural que exige una interacción entre las partes de un modo vivo y dinámico. La hermenéutica analógica está pensada para interpretar la diversidad, ya que en la analogía predomina la diferencia sobre la misma identidad. Eso le da a la hermenéutica analógica una capacidad de dar a los derechos humanos una cierta amplitud en su aplicación y cumplimiento, según las diversas culturas en las que se realiza. Pero siempre salvaguardando algo de la mismidad, de la universalidad que debe de tener, so pena de perder su carácter de derechos humanos.
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