Un segundo pensador que resaltar dentro del giro decolonial en el psicoanálisis es Aimé Césaire, destacado miembro del movimiento de la Négritude, una teoría crítica y literaria de autores francófonos de la diáspora africana de la primera mitad del siglo XX contraria al colonialismo y favorable a una identidad racial panafricana. Dentro de la obra de Césaire cabe destacar dos importantes escritos, Discurso sobre el colonialismo (1950) y Carta a Maurice Thorez (1950), además del poema Cuaderno de un retorno al país natal (1939). La contribución del pensador martiniqués a la ruptura epistemológica espacial en el giro decolonial la encontramos en su búsqueda y reivindicación de la subjetividad africana como igual a la blanca europea. En su Carta a Maurice Thorez (Thorez era el secretario general del Partido Comunista Francés, partido en el que Césaire militó y del que fue diputado en la Asamblea Nacional Francesa), el pensador martiniqués utiliza la política republicana francesa de la «asimilación cultural» como ilustración para atacar el carácter homogeneizador de la modernidad occidental. Para Césaire, tanto los conservadores partidarios del imperialismo como misión civilizadora, como los marxistas partidarios del internacionalismo progresista, compartían una misma visión del mundo: el sometimiento de todas las otras culturas e identidades a los valores superiores y universales de la modernidad occidental. Así, el movimiento de la Négritude buscaba reivindicar la diferencia y la pluralidad de culturas e identidades desde la igualdad.
Pero al reivindicar el respeto a la pluralidad cultural, Césaire también apunta a un fenómeno crucial, que está presente en El enemigo íntimo: el daño que produce la colonización a las sociedades europeas. Para describir ese daño, en El discurso sobre el colonialismo Césaire introduce el concepto de «descivilización»: el proceso de embrutecimiento de la sociedad colonizadora que, al tratar a otros seres humanos como subhumanos o incluso no humanos, se deshumaniza a sí misma, se vuelve violenta y egoísta, siendo capaz de mirar para otro lado, o peor, de justificar el sometimiento y la tortura de seres humanos como parte de una misión civilizadora superior7.
El enemigo íntimo realiza una importante aportación al estudio psicoanalítico del colonialismo y, en particular, al rescate y reivindicación de la yoidad del sujeto colonizado. El giro decolonial en el psicoanálisis, a través de la introducción de conceptos tan importantes como los de ruptura epistemológica espacial, sociogénesis y descivilización, abre una ventana para el estudio de uno de los elementos más controvertidos de la lógica de la modernidad occidental: la justificación del colonialismo como misión civilizadora y su impacto en el desarrollo de las sociedades colonizadas y europeas.
Pensadores como Fanon y Césaire son fundamentales en el desarrollo del giro decolonial. Sin embargo, a pesar de su importante contribución al análisis de la situación del sujeto moderno colonizado, cuando nos adentramos en la cuestión de su liberación, una vez que el sujeto adquiere agencia, nos encontramos ante la imposibilidad de ambos autores de escapar del marco epistemológico y ontológico de la modernidad occidental. En el caso de Fanon, este aboga por la violencia revolucionaria como instrumento para la liberación, lo que le granjea la crítica de Nandy, que le acusa de ignorar el proceso de las opresiones isomórficas: al igual que el uso de la violencia brutaliza y desciviliza al colonizador, lo mismo ocurriría con el sujeto colonizado8. En el caso de Césaire, una vez que reniega del comunismo no presenta una alternativa clara más allá de la reivindicación de la pluralidad cultural. Es en este impasse donde destaca el valor de El enemigo íntimo, pues en su segundo ensayo Nandy sí desarrolla un método para la resistencia fuera del marco cognitivo occidental, el tradicionalismo crítico.
4. El tradicionalismo crítico y la resistencia no occidental al colonialismo
Sin duda la mayor preocupación en el pensamiento de Ashis Nandy es el dominio que el Occidente posilustrado ejerce sobre el mundo de hoy. Le preocupa porque lo identifica con la centralización y la uniformidad del conocimiento y la cultura, cuya causa es la absolutización de las diferencias que rigen las formas de conocimiento modernas: el positivismo científico, la razón instrumental y las ideologías políticas9.
Para Nandy el dominio de la modernidad occidental se impone hoy a través de una opresión institucionalizada y una socialización que acalla y expulsa a los márgenes de la sociedad toda tradición de conocimiento o cultural crítica o alternativa. Esto le ocurre tanto a las tradiciones críticas dentro del propio Occidente, como vemos ilustrado con el ejemplo de Oscar Wilde y C. F. Andrews en esta obra, como a las tradiciones alternativas de Asia, África o las Américas.
La ausencia de una crítica cultural y de formas de conocimiento alternativas denota, según Nandy, una reducción del espacio para la libertad humana en nuestro tiempo. En su obra busca rebelarse contra ello y articular lo que podríamos denominar una teoría de la libertad cultural. El punto de partida de la misma es la creación de un marco político y moral para la resistencia cultural, frente al poder homogeneizador de la modernidad occidental y su aparato de opresión y socialización, el Estado-nación y las formas de conocimiento modernas10. A ese marco Nandy lo denomina tradicionalismo crítico.
El tradicionalismo crítico se ubica fuera de los marcos culturales y epistemológicos de la Europa posilustrada ya que está formado por las tradiciones que incluyen una teoría de la opresión moderna, explícita o implícita, y en la que las categorías de las víctimas forman la base de dicha teoría11. Un prerrequisito, por tanto, del tradicionalismo crítico es la recuperación y reivindicación del yo del sujeto colonizado, el oprimido.
El tradicionalismo crítico defiende el valor de la pluralidad, la ambigüedad y las construcciones mixtas existentes en tradiciones culturales y epistemológicas fuera de la modernidad occidental. Concibe las tradiciones como textos abiertos en permanente evolución cultural, mientras que es la modernidad la que congela las culturas en el tiempo, a través de un proceso de clasificación científico-racional que las absolutiza y esencializa. El tradicionalismo crítico establece una relación dialéctica que permite la interacción entre tradición y contemporaneidad, entre lo atemporal y lo concreto.
Esa distinción queda claramente evidenciada en la comparación entre las figuras de Kipling y Gandhi (la otra figura, junto con Freud, que «sobrevuela» El enemigo íntimo). Mientras que el primero, desde su óptica moderna, entiende las culturas como perennes y absolutas y, por tanto, se ve obligado a elegir entre los «valores» indios y los «valores» occidentales, el segundo, desde su tradicionalismo crítico, lleva a cabo una revisión y adaptación constante de su tradición, el hinduismo, a nuevas ideas y a la realidad social. Por ejemplo, Gandhi incorpora nociones cristianas provenientes del Sermón de la Montaña a su concepto de satyagraha, o basa su obra Sarvodaya (1908) en su propia interpretación de Unto this last (1862) de John Ruskin.
Es importante resaltar que el tradicionalismo crítico no aboga por el relativismo o el esencialismo cultural, sino por un espíritu crítico ante cualquier intento de homogeneización o jerarquización cultural. En el caso de la modernidad occidental, Nandy no niega sus aspectos positivos, pero defiende que es necesario denunciar sus aspiraciones universalistas, las cuales han permitido la legitimación ideológica del colonialismo y su visión del mundo, que niega la continuidad entre el opresor y el oprimido. El tradicionalismo crítico aboga por el diálogo entre culturas y alberga la creencia en que hay unas aspiraciones universales comunes a distintas tradiciones culturales. En definitiva, se trata de ser escéptico hacia cualquier teoría homogeneizadora,