El segundo ensayo del libro, «La mente no colonizada», estudia las formas de resistencia frente a la colonización psicológica. El ensayo explora las posiciones que se rebelan frente a las jerarquías impuestas por la ideología colonial y que buscan construir alternativas a ella y, por tanto, a las aspiraciones homogeneizadoras de la modernidad occidental.
Nandy afirma que la ideología colonial produce dos versiones antitéticas del indio. Por un lado, la versión respetable, como ya hemos visto, es la concepción del indio marcial: decididamente masculino, valiente y leal. La segunda versión es la del indio espiritual, sexualmente ambiguo, alejado de los intereses materiales y terrenales, en definitiva, el oriental de Edward Said3. Esta segunda versión representa al indio primitivo e indigno de admiración, por su desinterés en aprender los valores correctos y progresar.
La imposición de una versión única de indianidad es clave para comprender el carácter homogeneizador de la modernidad occidental, que instaura la necesidad de la categorización, la codificación y la dicotomía como bases del principio del conocimiento científico-racional. Ese principio de conocimiento moderno ofrece a su vez a la ideología colonial un instrumento de control de la yoidad, tanto del colonizador como del colonizado. Esto es posible porque no solo impone una versión «verdadera» de indianidad, sino también de occidentalidad. Al igual que el indio, el hombre occidental no puede ser identitariamente ambiguo, no puede empatizar o buscar comprender al otro como una alteridad legítima e igual, tiene que verlo como un ser inferior, subdesarrollado, antitético a su propia identidad. Se produce así una absolutización de las diferencias relativas, obstaculizando los puentes de entendimiento entre culturas y formas de conocimiento y, en última instancia, reforzando la supuesta universalidad de la modernidad occidental.
Ashis Nandy utiliza magistralmente el caso de Rudyard Kipling para ilustrar esa dinámica. Kipling es un anglo-indio que emocionalmente se siente más cercano a la India y sus valores, pero que se ve obligado a elegir y justificar lo británico como superior. El caso de Kipling es valioso porque nos ayuda a explicar el proceso de externalización del sufrimiento interno en forma de violencia extravertida. La sensibilidad de Kipling, el lado femenino de su yo, le hace sufrir en un ambiente hostil en Gran Bretaña, en una escuela dominada por los atributos masculinos de competitividad y agresividad física. Kipling acusa a la India de esa «debilidad» femenina y la exterioriza apoyando la «fortaleza» masculina representada por el imperialismo británico. A través de la figura psicológicamente atormentada de Kipling, Nandy reflexiona sobre la capacidad de autodestrucción humana, que tan a menudo explica el cruel destino de algunos regímenes políticos y culturas.
También el indio anticolonialista que ha interiorizado la ideología colonial busca indianizar su yo, adoptando una identidad antitética a la del hombre occidental como estrategia de resistencia. Nandy define así la paradoja del nacionalismo hinduista, que exalta la identidad hindú como el yo indio verdadero, pero dentro del marco cultural colonial: apelando a la linealidad histórica hindú, frente a las construcciones mitológicas y atemporales de la tradición itihasa india; promoviendo una identidad hindú monolítica, frente al carácter politeísta y descentralizado del hinduismo tradicional, y excluyendo de la indianidad a otras fes religiosas.
Este esencialismo clasificatorio inherente a la cultura de la modernidad occidental y de la ideología colonial contrasta, defiende Nandy en el ensayo, con la tradicional ambigüedad identitaria india, nacida del carácter politeísta y descentralizado del hinduismo, pero también de la heterogeneidad social, lingüística y religiosa presente en la sociedad india. Y afirma: «En el caos que es la India lo opuesto a la tesis no es la antítesis, sino la síntesis». Para Nandy, la fuente de la resistencia legítima india a la ideología colonial se encuentra en su ambigüedad cultural e identitaria.
A partir de esa ambigüedad inherente a la tradición india emerge y se articula la forma de resistencia más exitosa contra la segunda colonización: la filosofía del satyagraha de Mohandas K. Gandhi, basada no en la confrontación dentro del marco cognitivo de la ideología colonial, a través de la violencia física, sino a través de un uso instrumental de las formas del poderoso. El satyagrahi reconoce la fuerza del colonizador, le obedece, se deja humillar de puertas hacia afuera, pero no permite la colonización interna, le niega la asimilación cultural. Es decir, se somete físicamente, pero no psicológicamente; esa es su gran victoria.
3. El giro decolonial en el psicoanálisis
El enemigo íntimo se sitúa dentro de una tradición de aplicación del psicoanálisis a la cuestión colonial. El propio Ashis Nandy señala en el libro a Sigmund Freud como una figura que «sobrevuela» toda la obra y menciona una serie de autores destacados dentro de esa tradición, como son Frantz Fanon, Aimé Césaire y Albert Memmi.
Sigmund Freud, a través de la aplicación de los conceptos de ontogenia y filogenia en el psicoanálisis, abrió una ventana de conocimiento sobre la individualidad y el subjetivismo, englobados en el concepto del yo, desacoplándolo de una idea general y abstracta del ser humano y la humanidad, dominante hasta entonces en la psicología occidental. Ese paso dado por Freud permitió abordar de una manera posestructural y plural el estudio del sujeto moderno. Sin embargo, el psicoanálisis freudiano está limitado al estudio del yo dentro del contexto histórico y epistemológico de la modernidad secular y racional europea.
La aplicación del psicoanálisis a la cuestión colonial, lo que Nandy ha denominado «el Freud salvaje», explora el sujeto, la yoidad, en el ámbito de la modernidad colonial4. Este giro decolonial en el psicoanálisis defiende que el fenómeno del colonialismo da lugar a una yoidad diferente de la europea. Esta se constituye dentro de un contexto epistemológico y ontológico no europeo (una cultura, teología y tradición de pensamiento diferente) y de una experiencia de dominación colonial. Es en esa coyuntura crítica donde debe emplazarse El enemigo íntimo: recordemos, un estudio sobre formas de dominación psicológica colonial, lo que Nandy denomina la «segunda colonización», y las resistencias contra ella.
A la aplicación del psicoanálisis al sujeto moderno colonial se la ha denominado «ruptura epistémica espacial»5. Esta ruptura es fundamental porque ayuda a reconocer la individualidad del sujeto colonizado, a menudo tratado por el colonialismo como un ser no humano en los casos más extremos, o, en los menos extremos, carente de agencia o atributos individuales, debido a su primitivismo expresado en identidades grupales e irracionales. Una vez que se le reconoce agencia al individuo colonizado, se permite la articulación de la resistencia al colonialismo, pero también la decolonialidad: el yo constituido y definido fuera del marco cultural colonial.
Un pensador a destacar dentro del giro decolonial en el psicoanálisis es Frantz Fanon. Fanon escribió dos obras clave dentro de este enfoque: Piel negra, máscaras blancas (1952) y Los condenados de la Tierra (1961). Si Freud estudió a partir del psicoanálisis sujetos modernos europeos, Fanon utiliza el psicoanálisis para estudiar sujetos modernos coloniales, principalmente en Argelia, donde fue un miembro activo del Frente Nacional de Liberación. A través de sus estudios, Fanon ayudó a desarrollar dos principios básicos del enfoque decolonial. Primero, que el «negro» es un sujeto tan legítimo como el «blanco», y segundo, que lo es porque su saber también lo es. De esta manera, Fanon defiende la existencia de la pluralidad y la alteridad de conocimientos y, por tanto, de subjetividades. Una vez que Fanon «libera» al sujeto colonial como sujeto legítimo, la segunda cuestión que aborda es la de su marginación: si el «negro» es tan humano como el «blanco» ¿por qué no se lo considera como tal? Aquí Fanon introduce una tercera condición, además de la filogenia y la ontogenia, en el psicoanálisis freudiano. La filogenia y la ontogenia son, argumenta, procesos biológicos comunes a todos los seres humanos y, por tanto, no explican las razones de la marginalidad del sujeto colonial. Fanon introduce el concepto de sociogénesis: el cómo ser humano6.