–Claro, bella, estate tranquila. Dame unos minutos para organizar el vuelo. No te preocupes. Leo y yo nos ocuparemos de todo.
Alex colgó antes de echarse a llorar.
¿Qué había hecho?
¿Por qué atacaba Vincenzo a los Brunetti? No podía ser un error. Massimo y Leo llevaban un año teniendo dificultades en la empresa. Incluso ella se había enterado.
Y resultaba que el hombre del que había enamorado locamente, con el que se había casado, no era un príncipe azul, sino un enemigo.
Pero incluso horas más tarde, cuando volaba hacia Milán sin haberse despedido de Vincenzo, Alessandra quería creer que todo era un error. Que Vincenzo no era el hombre que había llevado la destrucción a su familia adoptiva. Que no era el hombre que representaba una seria amenaza para la posición de presidente de Leo en la junta directiva de BFI.
Que no era el hombre que había estado buscando los flancos débiles de una de las familias más poderosas de Milán, hasta dar con el que más podía dolerles.
Capítulo 2
VINCENZO miró la casa que representaba el centro de poder de la familia Brunetti y subió la escalinata de mármol en la que su madre había suplicado a Greta Brunetti que creyera que Vincenzo era hijo de Silvio Brunetti y, por tanto, su nieto. Sangre de su sangre.
Dos décadas más tarde, mientras llegaba a la puerta, no sentía miedo, sino la certeza de que pronto todo aquello le pertenecería. Su dulce esposa, Alessandra, había precipitado los acontecimientos al huir y refugiarse allí.
Entrar en el salón y ver a la familia reunida le produjo un especial regocijo: la matriarca, Greta; sus nietos, Leonardo y Massimo; sus esposas Neha y Natalie; y en medio, sentada en un diván, Alessandra.
Ella alzó la mirada y el pulso de Vincenzo se aceleró como el de un adolescente. La rabia que lo había dominado desde que había descubierto su huida se tiñó de preocupación. Alessandra tenía los ojos hinchados y rojos, el cabello recogido en un moño, vestía una camiseta y unos vaqueros viejos y no llevaba gota de maquillaje, y aun así, estaba preciosa.
Sus ojos contenían un profundo dolor cuando lo miraron fijamente como si buscaran atisbar un mínimo sentido del honor en él. Pero no iba a encontrarlo.
Vincenzo la recorrió de arriba abajo y no pudo evitar sentir cierta satisfacción al ver que en su mano izquierda seguía brillando el anillo de diamantes.
«Mía, es mía», habría querido gritar como un salvaje.
–¿Te parece bien desaparecer sin despedirte, princesa? El matrimonio es nuevo para los dos, pero vamos a tener que poner algunas normas –dijo burlón, ignorando a los dos hombres que permanecían de pie, flanqueándola como dos centinelas.
Leonardo Brunetti, presidente del prestigioso conglomerado financiero, Brunetti Finances Incorporated al que se proponía sustituir; y Massimo Brunetti, la brillante mente tecnológica tras el éxito de la sección cibernética de BFI, Brunetti Cyber Services, y el hombre que había captado a su antigua asociada, Natalie.
Dos hombres que poseían todo aquello que también debía ser suyo y a los que pensaba arrebatarles todo.
–¿Crees que tenemos alguna posibilidad después de lo que has hecho, V?
Si Alessandra le hubiera gritado, Vincenzo se habría sentido cómodo; pero el dolorido susurro con el que habló, lo desarmó por completo.
–Vamos, cara. Contestaré todas tus preguntas en privado.
–Has tenido numerosas ocasiones de decirme por qué intentas destrozar la vida de mi familia, pero no las has aprovechado –Alessandra se mordió el labio. Tenía los ojos húmedos–. Dinos… por qué.
–¿Por qué, qué? –dijo Vincenzo entre dientes, enfurecido consigo mismo por no haberle dado explicaciones cuando necesitaba desesperadamente que Alessandra comprendiera su punto de vista.
–¿Por qué atacas a Brunetti? –dijo ella en tono de frustración–. ¿Por qué ordenaste a Natalie que desmantelara BCS antes de que ella acabara enamorándose de Massimo? ¿Por qué usaste al padre adoptivo de Neha como espía? ¿Por qué compraste la participación suficiente de BFI como para amenazar la posición de Leo como presidente?
–Creía que era evidente –dijo Vincenzo impasible.
Alessandra se levantó y dio un paso hacia él. Su perfume alcanzó a Vincenzo, recordándole al instante noches tibias, sábanas revueltas, gemidos suaves…, sonrisas contagiosas que deshacían las telarañas de una soledad en la que ni siquiera había sabido que estaba atrapado. Pero los ojos que lo habían mirado con amor y deseo, lo observaban en aquel momento con tristeza. Continuó:
–Nada de esto es un capricho, Alessandra. Llevo toda la vida trabajando para este momento. Voy a convertirme en el presidente de BFI y a adueñarme de la compañía y de todas las demás empresas Brunetti.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Alessandra.
–¿Por qué?
–Porque es justo recuperar lo que es mío. Especialmente… –Vincenzo no pudo contener el impulso de secarle el rostro y de acariciarle la mejilla mientras anhelaba que ella diera el último paso que los separaba y se cobijaba en sus brazos.
¡Cuánto ansiaba que lo mirara como si fuera un héroe! Pero eso era lo último que él era. No creía en sacrificarse por otros o en que las felicidad de otros pudiera contribuir a la suya. No, él solo creía en arrebatar y poseer. Y conservar todo aquello que era suyo.
–Especialmente si me he prometido conservarlo en mi vida –concluyó con voz ronca.
Una súbita inhalación, un entreabrirse de los labios, un tenue rubor sirvieron para que Vincenzo supiera que Alessandra estaba tan perdida como él por la magia que habían experimentado juntos, por la increíble conexión que le había impulsado a dar aquel paso y tratar de explicarse aun después de que ella se hubiera ido sin una palabra de despedida.
–¿Crees que BFI te pertenece? –preguntó Alessandra.
–Sí, puesto que fue Silvio Brunetti quien sedujo a mi madre, la dejó embarazada y luego se deshizo de ella. Más tarde, la mujer a la que consideras tu madre adoptiva, nos acusó a ella y a mí de mentirosos y mendigos. Los Brunetti me negaron los privilegios que me correspondían y no me daré por satisfecho hasta apoderarme de sus empresas y verlos salir humillados de esta casa.
–Eso es… –Alessandra lo miraba con los ojos desencajados. Cuando Vincenzo dio un paso adelante, ella retrocedió con una mueca de horror–. Greta nunca haría algo así. A mí me recibió con los brazos abiertos cuando vine a vivir aquí con mi padre, su segundo marido. Ella me ha amado más que…
La defensa que iba a hacer Alessandra de Greta se diluyó en sus labios al mirar a la mujer madura y atisbar en sus ojos el brillo de la verdad, el rastro de un encuentro en el que Greta probablemente no había vuelto a pensar, pero que se había convertido en el motor de la vida de Vincenzo.
Todas las miradas se volvieron hacia Greta con distintos grados de recriminación, excepto la de Alessandra. Aun con la culpabilidad grabada en el rostro de su madrastra, Alessandra se mantenía incrédula, como si fuera ella quien hubiera recibido el peor golpe, algo que Vincenzo no había calculado y por lo que se reprendió.
Incluso los hermanos Brunetti parecían horrorizados mientras alternaban sus miradas entre Greta y Vincenzo. Massimo dejó escapar una retahíla de maldiciones, mientras que Leo se quedó mudo de estupor.
–Podemos hacer una prueba de ADN para legitimar mis derechos –dijo Vincenzo con desdén–. Pero preferiría conservar el apellido de mi madre. Habría cierta justicia universal en encabezar la prestigiosa BFI con su nombre.
–Tendremos que creer en tu palabra,