Y le clavó la mirada.
–A eso no puedes decir que no, ¿verdad? –la desafió.
Estaba poniendo en tela de juicio su humanidad, su compasión. Le devolvió la mirada con la misma intensidad porque él no tenía ni idea de su historia y, sin embargo, había decidido atacarla con aquello.
–Si tú no lo necesitas, habrá alguien en tu vida que sí.
Había muy, muy pocas personas en su vida, pero él lo había visto. Había encontrado la grieta en su armadura, y aunque quería seguir negándose, solo porque alguien le dijera que no por una vez en su vida, ¿cómo podía hacerlo?
En el centro social en el que colaboraba, había conocido a Lucia y su hija Zoe, una madre adolescente que había sido rechazada por su familia y a quien le quitarían la custodia de su hija si alguien no la ayudaba. Había intentado buscarle un lugar en el que pudiera vivir temporalmente y la había ayudado económicamente con lo que había podido, pero ella sabía bien lo que era estar asustada, sin seguridad de ninguna clase y sin hogar.
–Esto es chantaje emocional –dijo.
–¿Ah, sí? ¿Y funciona?
Sabía lo importante que era que Lucia y Zoe siguieran juntas. Sus padres habían luchado por seguir juntos y tenerla con ellos, pero cuando fallecieron, descubrió lo horrible que era que te pusieran en manos de familiares que no querían hacerse cargo de ti. Con el dinero llegaban los recursos, el poder y la libertad.
–Vamos, Hester –sonrió–. ¿De verdad no te parece que sería un poco divertido?
–Le encanta hacer lo impredecible –analizó, entrelazando las manos y apretando fuerte–. Le produce verdadero placer.
–Yo creo que a todos nos gusta desafiar las convenciones de vez en cuando, y no conformarnos con el estereotipo en el que nos meten los demás.
Era demasiado astuto. Estaba haciendo que recordase a todos aquellos abusadores, sus primos y las chicas del colegio, que atacaban su aspecto físico, su escasa habilidad en los deportes, su carencia de padres…
–Ya le he dicho antes que no quiero ser objeto de burla.
Porque ya lo había sido y estaba convencida de que así se iba a considerar su matrimonio. Una burla. Nada que se pudiera tomar en serio.
–Y yo vuelvo a decirte que no soy un cerdo. Te tomaré en serio y me aseguraré de que todo el mundo lo haga. Firmaré un compromiso contigo para un año, y te prometo lealtad, sinceridad, integridad y fidelidad. A cambio solo te pediré lo mismo. Podríamos hacer un buen equipo, Hester –miró su mesa de nuevo–. Sé que trabajas bien. Fi está encantada contigo.
Sí, sabía que hacía un buen trabajo, y que era fácil que se sintiera halagada, pero aquello era distinto. Era ponerse voluntariamente en una posición vulnerable. Toda aquella gente de su pasado volvería a verla. Sería más visible que nunca, y más vulnerable.
Pero ¿no había jurado impedir que volviesen a hacerle daño?
–Trabajar para la princesa Fiorella es un buen trabajo para mí, y después no podría volver a desempeñarlo.
–No tendrías por qué hacerlo. Estarías en una posición que te permitiría hacer lo que quisieras. Tendrías independencia total. Podrías comprarte tu propia casa, llenarla de gatos y libros sobre asesinos en serie. Lo único que te pido a cambio es un año.
Un año era mucho tiempo, pero con ello podría cambiar la vida de Lucia y Zoe para siempre. ¿Y si alguien hubiera hecho eso por sus padres, o por ella?
Respiró hondo. Si había sobrevivido a lo que había tenido que pasar, también podría con aquella situación. Y quizás, con algún pequeño cambio en el envoltorio, podría revertir el estereotipo en el que la habían encajado los demás. Y ¿cómo no? También iba a ser divertido.
Aquella semilla enterrada durante tanto tiempo formó un incontenible bulbo, un deseo irresistible de aventura. No podía decir que no cuando le estaba ofreciendo el poder para cambiar todo para unas personas en tal estado de vulnerabilidad. Y el suyo propio.
–Te gustará Triscari –dijo él–. El clima es maravilloso y tenemos muchos animales. Somos conocidos por nuestros caballos, pero también tenemos gatos…
El príncipe había presentido que iba ganando la partida.
–Está bien –suspiró–. Un trabajo de un año de duración.
La satisfacción del depredador brilló en su mirada. Sí, le gustaba salirse con la suya, pero también era lo bastante inteligente como para no pasarse en la celebración de la victoria.
–Con un coste –añadió rápidamente, y sintió el vértigo del peligro.
–¿Dinero? –sonrió.
–Sí. Mucho dinero.
–Tienes planes –comentó sin mostrar demasiada curiosidad–. ¿Qué vas a hacer con él?
–Usted quiere mantener su intimidad y yo la mía –espetó–. Si lo que quiero es bañarme en un montón de dólares recién salidos del horno, así lo haré.
No iba a contárselo ni a él, ni a nadie.
–Espléndido. Hazme saber cuándo quieres que te los lleven –parecía divertido–. ¿Lo sellamos con un apretón de manos?
Muy seria Hester le ofreció la mano conteniendo el temblor que sentía por dentro y que no quería que él notase. Él la estrechó, pero no la soltó hasta que consiguió que ella alzase la mirada, y de inmediato quedó cautivada por la mezcla de precaución, curiosidad y preocupación que vio en sus hermosos ojos.
–Casémonos, Hester –dijo él con una despreocupación que no cuadraba con la intensidad de su mirada–. Cuanto antes, mejor.
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