Si consideramos dichosa a la infancia por no conocer aún al deseo sexual, tenemos, en cambio, que reconocer cuán rica fuente de desencanto y renunciamiento, y con ello de génesis de sueños, constituye para ella el otro de los dos grandes instintos vitales.
Expondré aquí un segundo ejemplo de este género. Un sobrino mío de veintidós meses, recibió el encargo de felicitarme el día de mi cumpleaños y entregarme como regalo un cestillo de cerezas, fruta rara aún en esta época. Su cometido le debió de parecer harto penoso de cumplir, pues señalado el cestillo, se limitaba a repetir: «Dent(r)o hay cerezas», sin que por nada del mundo se decidiese a entregármelo. Obligado a ello, supo después hallar una compensación. Hasta aquel día solía contar todas las mañanas que había soñado con el «soldado blanco», un oficial de la Guardia imperial que le inspiró una gran admiración un día que le vio por la calle; pero al día siguiente a mi cumpleaños se despertó diciendo alegremente: «Ge(r)mán, comido todas las cerezas», afirmación que no podía hallarse fundada sino en un sueño.
Ignoro con qué soñarán los animales. Un proverbio parece, sin embargo, saberlo, pues pregunta: «¿Con qué sueña el ganso?», y responde: «Con el maíz». Toda la teoría que atribuye al sueño el carácter de realización de deseos se halla contenida en estas dos frases.
Observamos ahora que hubiéramos llegado a nuestra teoría del sentido oculto de los sueños por el camino más corto con sólo consultar el uso vulgar del lenguaje. La sabiduría popular habla a veces con bastante desprecio de los sueños, parece querer dar la razón a la Ciencia cuando juzga en un proverbio que «los sueños son vana espuma»; mas para el lenguaje corriente es predominantemente el sueño el benéfico realizador de deseos. «Esto no me lo hubiera figurado ni en sueños», exclama encantado aquel que encuentra superada por la realidad sus esperanzas.
Weygandt conocía ya la existencia de esta clase de sueños: «La sed es de las sensaciones que más precisamente advertimos durante el reposo, y despierta siempre en nosotros la representación de que la satisfacemos. La forma en que en el sueño se representa la satisfacción de la sed es muy variada y queda determinada por cualquier recuerdo reciente. Como fenómeno general, señalaremos aquí el de que a la representación de satisfacer la sed sucede siempre un desencanto ante el escaso afecto de la supuesta satisfacción.» Pero Weygandt no se da cuenta de la generalidad de la reacción del sueño al estímulo. El que otras personas que sientan sed durante la noche despierten sin soñar nada previamente no constituye una objeción contra mi experimento; lo único que demuestra es que el reposo de tales personas no es suficientemente profundo Cf. Isaías, 20, 8: «Y será como el que tiene hambre y sueña, y parece que come; mas, cuando despierta, su alma está vacía, o como el que tiene sed y sueña, y parece que bebe; mas cuando despierta, hállase cansado, y su alma sedienta…»
Freud cita los nombres de dichos lugares: «Dornbach (el lugar del paseo), Rohrer Hütte (el lugar no alcanzado) y Hameau (el letrero en el poste).» (Nota del E.)
Idéntica función que en esta niña realizó el sueño poco tiempo después en su anciana abuela, que contaba cerca de setenta años. Después de un día de dieta que sus trastornos renales le impusieron, soñó, trasladándose seguramente a los felices días de su juventud, que era invitada a comer y a cenar en casa de unos amigos y que en ambas comidas le eran servidos los más exquisitos platos.
Un más penetrante y detenido estudio de la vida anímica de los niños nos muestra, sin embargo, que en su actividad psíquica desempeñan un papel importantísimo inadvertido durante mucho tiempo por los investigadores, fuerzas instintivas de conformación infantil, y, por tanto, habremos de dudar de la felicidad que a esta edad atribuyen luego los adultos. (Véase mi obra Una teoría sexual.)
No debo dejar de advertir que los niños suelen también tener sueños más complicados y menos transparentes, y que, por otro lado, también en los adultos se presentan, bajo determinadas circunstancias, sueños de sencillo carácter infantil. Los ejemplos expuestos por mí en mi «Análisis de la fobia de un niño de cinco años» (vol. IV de esta colección), y por Jung en su estudio «Sobre los conflictos del alma infantil» (Ibid., t. II, 1910), muestran los ricos que en insospechado contenido pueden ser ya los sueños de niños de cuatro a cinco años. También v. Hugh-Hellmuth, Putnam, Raalte, Spielrein, Tausk, Biancheri, Buseman y Wiggam han publicado interpretaciones analíticas de sueños infantiles. El último de los autores citados acentúa especialmente la tendencia a la realización de deseos de tales sueños. Por otra parte, parece que los sueños infantiles vuelven a presentarse con singular frecuencia en los adultos colocados en condiciones de vida alejadas de lo corriente. En su libro Antartie (1904) escribe Otto Nordenskjöld, de la tripulación que con él invernó entre los hielos: «Nuestros sueños, que no habían sido nunca tan vivos ni numerosos como entonces, indicaban claramente la orientación de nuestros pensamientos. Hasta aquellos de nuestros camaradas que en la vida normal no soñaban sino excepcionalmente, nos relataban largas historias cuando por las mañanas nos reuníamos para comunicarnos unos a otros nuestras últimas aventuras en el mundo imaginativo de los sueños. Todas ellas se referían al círculo de relación social del que tan alejados nos hallábamos; pero con frecuencia aparecían adapatados a nuestra situación de momento. Uno de los sueños más característicos fue el de un compañero nuestro que se vio trasladado a los bancos de la escuela y encargado por el profesor de despellejar pequeñísimas focas en miniatura fabricadas expresamente para fines pedagógicos. Comer y beber eran, por lo demás, los centros en derredor de los cuales gravitaban casi siempre nuestros sueños. Uno de nosotros, que tenía la especialidad de soñar con grandes banquetes, se mostraba encantado cuando podía anunciarnos, por la mañana, que había saboreado una comida de tres platos. Otro, soñaba con montañas de tabaco, y otro, por último, veía avanzar a nuestro barco, con las velas henchidas, sobre el mar libre. Uno de estos sueños merece especial mención: El cartero trae el correo y explica largamente por qué ha tardado tanto en llegar hasta nosotros. Se equivocó en la distribución, y sólo con mucho trabajo logró volver a hallar las cartas erróneamente entregadas. Naturalmente, nos ocupábamos en nuestros sueños de cosas aún más imposibles; pero en todos los míos y en los que me han sido relatados por mis camaradas podía observarse una singular pobreza de imaginación. Si todo ellos hubiesen sido anotados, poseeríamos una colección de documentos de un gran interés psicológico. De todos modos, se comprenderá lo encatadores que resultaban para nosotros, ya que podían ofrecernos lo que más ardientemente deseábamos.» Citaré aquí también unas palabras de Du Prel: «Mungo Park, llegado, en su viaje a través de África, a un estado de extrema extenuación, soñaba todas las noches con los fructíferos valles de su país natal. Asimismo, Trenck, atormentado por el hambre, se vela sentado en una cervecería de Magdeburgo, ante una mesa colmada de los más suculentos manjares, y Jorge Back, que tomó parte en la primera expedición de Franklin, soñaba siempre con grandes comidas durante los días en que estuvo próximo a la muerte por inanición.»
Un porverbio húngaro, citado por Ferenczi, afirma, más ampliamente, que «el cerdo sueña ocn las bellotas y el ganso con el maíz». Un proverbio judío dice asimismo: «¿Con qué sueña la gallina? Con el trigo.»
Nada más lejos de mi que afirmar que ningún autor ha pensado antes que yo en deducir un sueño de un deseo. (Véanse los siguientes párrafos del capítulo siguiente.) Aquellos que dan un valor a tales prioridades podrían citarme, ya en la antigüedad, al médico Herófilo, que vivió bajo el primero