Así pues, el sueño piensa predominantemente en imágenes visuales, aunque, no deje de laborar también con imágenes auditivas, y en menor escala con las impresiones de los demás sentidos. Gran parte de los sueños es también simplemente pensada o ideada (representada probablemente en consecuencia por restos de representaciones verbales), igual a como sucede en la vida despierta. En cambio, aquellos elementos de contenido que se conducen como imágenes, o sea, aquellos más semejantes a percepciones que a representaciones mnémicas, constituyen algo característico y peculiarísimo del fenómeno onírico. Prescindiendo de las discusiones, conocidas por todos los psiquiatras, sobre la esencia de la alucinación, podemos decir, con la totalidad de los autores versados en esta materia, que el sueño alucina; esto es, sustituye pensamientos por alucinaciones. En este sentido no existe diferencia alguna entre representaciones visuales o acústicas. Se ha observado que el recuerdo de una serie de sonidos, que evocamos al comenzar el reposo, se transforma al comenzar a quedarnos dormidos en la alucinación de la misma melodía, para dejar de nuevo paso a la representación mnémica, más discreta y de distinta constitución cualitativa, siempre que salimos de nuestro aletargamiento, cosa que puede repetirse varias veces antes de conciliar definitivamente el reposo.
La transformación de las representaciones en alucinaciones no es la única forma en que el sueño se desvía del pensamiento de la vida despierta al que quizá corresponde. Con estas imágenes forma el sueño una situación, nos muestra algo como presente, o, según expresión de Spitta (pág.145), dramatiza una idea. Mas para completar la característica de esta faceta de la vida onírica habremos de añadir que al soñar -generalmente, pues las excepciones precisan de una distinta explicación- no creemos pensar, sino experimentar, y, por tanto, damos completo crédito a la alucinación. La crítica de que no hemos vivido o experimentado nada, sino que lo hemos pensado en una forma especial -soñando-, no surge hasta el despertar. Este carácter separa al sueño propiamente dicho, sobrevenido durante el reposo, de la ensoñación diurna, jamás confundida con la realidad.
Burdach ha concretado los caracteres hasta aquí indicados de la vida onírica en las siguientes observaciones (pág. 476): «Entre las más esenciales características del sueño debemos contar las siguientes: a) la actividad subjetiva de nuestra alma aparece como objetiva, dado que la capacidad de percepción acoge los productos de la fantasía como si de productos sensoriales se tratase…; b) el reposo es una supresión del poder del ser, razón por la cual hallamos entre las condiciones del mismo una cierta pasividad. Las imágenes del letargo son condicionadas por el relajamiento del poder del ser.»
Llegamos ahora a la tentativa de explicar la credulidad del alma con respecto a las alucinaciones oníricas, las cuales sólo pueden surgir después de la supresión de una cierta actividad del ser. Strümpell expone que el alma continúa conduciéndose aquí normalmente y conforme a su mecanismo peculiar. Los elementos oníricos no son en ningún modo meras representaciones, sino verídicas y verdaderas experiencias del alma, iguales a las que en la vida despierta surgen por mediación de los sentidos (página 34). Mientras que durante la vigilia piensa y representa el alma en imágenes verbales y por medio del lenguaje, en el sueño piensa y representa en verdaderas imágenes sensoriales (pág. 35). Además, hallamos en el sueño una consciencia del espacio, pues, análogamente a como sucede en la vigilia, quedan las imágenes y sensaciones proyectadas en un espacio exterior (pág. 36). Habremos, pues, de confesar que el alma se halla en el sueño, y con respecto a sus imágenes y percepciones, en idéntica situación que durante la vida despierta (pág. 43). Si a pesar de todo incurre en error, ello obedece a que en el estado de reposo carece del criterio que establece una diferenciación entre las percepciones sensoriales procedentes del exterior y las procedentes del interior.
No puede someter a sus imágenes a aquellas pruebas susceptibles de demostrar su realidad objetiva y además desprecia la diferencia entre las imágenes intercambiables a voluntad y aquellas otras en las que no existe tal arbitrio. Yerra porque no puede aplicar al contenido de su sueño la ley de la causalidad (pág. 58). En concreto, su apartamiento del mundo exterior es también la causa de la fe que presta al mundo onírico subjetivo.
Tras de desarrollos psicológicos, en parte diferentes, llega Delboeuf a idénticas conclusiones. Damos a los sueños crédito de realidad porque en el estado de reposo carecemos de otras impresiones a las que compararlos, y nos hallamos desligados del mundo exterior. Mas si creemos en la verdad de nuestras alucinaciones, no es porque nos falte durante el reposo la posibilidad de contrastarlas. El sueño puede mentirnos toda clase de pruebas, haciéndonos, por ejemplo, tocar la rosa que en él vemos; mas no por esto dejamos de estar soñando. Para Delboeuf no existe criterio alguno, fuera del hecho mismo del despertar -y esto sólo como generalidad práctica-, que nos permita afirmar que algo es un sueño o una realidad despierta. Al despertar y comprobar que nos hallamos desnudos en nuestro lecho es, en efecto, cuando declaramos falso todo lo que desde el instante en que conciliamos el reposo hemos visto (pág. 84). Mientras dormíamos hemos creído verdaderas las imágenes oníricas a consecuencia del hábito intelectual, siempre vigilante, de suponer un mundo exterior, al que oponemos nuestro yo.
Elevado así el apartamiento del mundo exterior a la categoría de factor determinante de los más singulares caracteres de la vida onírica, creemos conveniente consignar unas sutiles observaciones del viejo Burdach, que arrojan cierta luz sobre la relación del alma durmiente con el mundo exterior y son muy apropiadas para evitarnos conceder a las anteriores deducciones más valor del que realmente poseen: «El estado de reposo -dice Burdach- tiene por condición el que el alma no sea excitada por estímulos sensoriales…; pero la ausencia de tales estímulos no es tan indispensable para la conciliación del reposo como la falta de interés por los mismos. En efecto, a veces se hace necesaria la existencia de alguna impresión sensorial, en tanto en cuanto la misma sirve para tranquilizar el alma. Así, el molinero no duerme si no oye el ruido producido por el funcionamiento de su molino, y aquellas personas que como medida de precaución acostumbran dormir con luz no pueden conciliar el reposo en una habitación oscura» (página 457).
«El alma se retira de la periferia y se aísla del mundo exterior, aunque sin quedar falta de toda conexión con el mismo. Si no oyéramos ni sintiéramos más que durante el estado de vigilia, y no, en cambio, durante el reposo, nada habría que pudiera despertarnos. La permanencia de la sensación queda aún más indiscutiblemente demostrada por el hecho de que no siempre es la energía meramente sensorial de una impresión, sino su relación psíquica, lo que nos despierta. Una palabra indiferente no hace despertar al durmiente, y, en cambio sí su nombre, murmurado en voz baja. Resulta, pues, que el alma distingue las sensaciones durante el reposo. De este modo podemos ser despertados por la falta de un estímulo sensorial cuando el mismo se refiere a algo importante para la representación. Las personas que acostumbran dormir con luz despiertan al extinguirse ésta, y el molinero, al dejar de funcionar su molino; o sea, en ambos casos, al cesar la actividad sensorial. Esto supone que dicha actividad es percibida, pero que no ha perturbado al alma, la cual la ha considerado como indiferente o más bien como tranquilizadora» (págs. 460 y sigs.).
Si por nuestra parte no queremos dejar de reconocer el valor nada despreciable de estas objeciones, habremos, sin embargo, de confesar que las cualidades de la vida onírica examinadas hasta ahora y derivadas del apartamiento del mundo exterior no explican por completo la singularidad de la misma, pues en este caso habría de ser posible resolver el problema de la interpretación onírica, transformando de nuevo las alucinaciones del sueño en representaciones y sus situaciones en pensamientos. Ahora bien: este proceso es el que llevamos a cabo al reproducir de memoria nuestro sueño después de despertar, y, sin embargo, aunque consigamos efectuar totalmente o sólo en parte tal retraducción, el sueño continúa conservando todo su misterio.
La totalidad