Esta ilustración está en peligro de perder su fuerza si la consideramos a la vista de las realidades del día presente. Algunos gobiernos centrales son tan corruptos e injustos que podemos aplaudirle a un territorio rebelde. Podríamos, en algunos casos, considerar que su rebeldía es el camino correcto.
Pero el gobierno de Dios es perfecto y justo. Su ley moral es santa, justa y buena (Romanos 7:12). Nadie nunca ha tenido, tiene, o tendrá una buena razón para rebelarse contra el gobierno de Dios. Nos rebelamos solo por una razón: nacimos rebeldes. Nacimos con una perversa inclinación de seguir nuestro propio camino, de establecer nuestro gobierno interno en lugar de someternos a Dios.
No es que algunos de nosotros nos hayamos hecho pecaminosos debido a una infancia desafortunada, mientras que otros fueron bendecidos con una educación moral. En lugar de ello, todos nacimos pecadores con una naturaleza corrupta, una inclinación natural de seguir nuestro propio camino. Tal como David escribió, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Aquí encontramos una declaración asombrosa de David, reconociendo que él era pecador aun estando en el vientre de su madre, incluso durante el periodo de embarazo, cuando no había llevado a cabo ninguna acción, buena o mala.
Una escritora cristiana, en un artículo de una revista, preguntó lo siguiente: “¿Cómo puedo seguir creyendo en un Dios que fastidia a niños inocentes?”. Haciendo a un lado su problema entre la relación de un Dios justo con nuestro sufrimiento, notemos su referencia a niños inocentes. Menciono la pregunta de esta escritora, no para criticar, sino para ilustrar, porque creo que ella expresa la perspectiva de una vasta mayoría de personas, tanto creyentes como incrédulos: que los niños nacen inocentes y son corrompidos por su ambiente.
Pero esta no es la perspectiva de las Escrituras. De acuerdo al Salmo 51:5, no hay niños inocentes. En lugar de ello, todos nosotros nacimos en pecado, incluso desde la concepción somos pecaminosos. Debido a la rebeldía de Adán, todos nacimos con una respondió, “En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).
La diferencia entre la apreciación de Harold Kushner, de que la mayoría de las personas son esencialmente “buenas”, y la del apóstol Pablo, que todas las personas son esencialmente “malas”, surge de una orientación totalmente diferente. Para el rabí Kushner, eres bueno si eres un vecino amigable. Para el apóstol Pablo (y los demás escritores de la Biblia), todas las personas son malas debido a que están alejadas de Dios y en rebelión contra él.
Cuando seguimos nuestro propio camino
Una de las acusaciones más condenatorias de la humanidad se encuentra en Isaías 53:6: “Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino”. Todos nosotros hemos seguido nuestro propio camino. Esa es la esencia del pecado, el corazón del mismo, seguir nuestro propio camino. Tu camino puede ser donar dinero a la caridad, mientras que el camino de otra persona puede ser robar un banco. Pero ninguno de los actos se realiza en referencia a Dios; cada uno de ustedes ha seguido su propio camino. Y en un mundo gobernado por un Creador soberano, esa es rebeldía, eso es pecado.
Haz de cuenta que un territorio particular de tu país se rebela contra el gobierno central de la nación. Los ciudadanos de ese territorio pueden ser personas decentes, esencialmente correctas y cuidadosas en su trato con los demás. Pero toda su bondad entre ellos es irrelevante para el gobierno central. Para esas autoridades solo existe un asunto: el estado de rebeldía. Hasta que ese asunto sea resuelto, nada más importa.
Esta ilustración está en peligro de perder su fuerza si la consideramos a la vista de las realidades del día presente. Algunos gobiernos centrales son tan corruptos e injustos que podemos aplaudirle a un territorio rebelde. Podríamos, en algunos casos, considerar que su rebeldía es el camino correcto.
Pero el gobierno de Dios es perfecto y justo. Su ley moral es santa, justa y buena (Romanos 7:12). Nadie nunca ha tenido, tiene, o tendrá una buena razón para rebelarse contra el gobierno de Dios. Nos rebelamos solo por una razón: nacimos rebeldes. Nacimos con una perversa inclinación de seguir nuestro propio camino, de establecer nuestro gobierno interno en lugar de someternos a Dios.
No es que algunos de nosotros nos hayamos hecho pecaminosos debido a una infancia desafortunada, mientras que otros fueron bendecidos con una educación moral. En lugar de ello, todos nacimos pecadores con una naturaleza corrupta, una inclinación natural de seguir nuestro propio camino. Tal como David escribió, “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Salmos 51:5). Aquí encontramos una declaración asombrosa de David, reconociendo que él era pecador aun estando en el vientre de su madre, incluso durante el periodo de embarazo, cuando no había llevado a cabo ninguna acción, buena o mala.
Una escritora cristiana, en un artículo de una revista, preguntó lo siguiente: “¿Cómo puedo seguir creyendo en un Dios que fastidia a niños inocentes?”. Haciendo a un lado su problema entre la relación de un Dios justo con nuestro sufrimiento, notemos su referencia a niños inocentes. Menciono la pregunta de esta escritora, no para criticar, sino para ilustrar, porque creo que ella expresa la perspectiva de una vasta mayoría de personas, tanto creyentes como incrédulos: que los niños nacen inocentes y son corrompidos por su ambiente.
Pero esta no es la perspectiva de las Escrituras. De acuerdo al Salmo 51:5, no hay niños inocentes. En lugar de ello, todos nosotros nacimos en pecado, incluso desde la concepción somos pecaminosos. Debido a la rebeldía de Adán, todos nacimos con una naturaleza pecaminosa y perversa, una inclinación a seguir nuestro propio camino. Tomar el camino del individuo decente o el camino del transgresor descarado no representa ninguna diferencia. Todos nacimos en un estado de rebeldía contra Dios.
La Biblia dice que todos hemos pecado y casi todos concuerdan con esa declaración. El problema es que vemos el pecado de una manera muy superficial. Cualquier hombre en la calle simplemente encogería sus hombros y diría, “Claro, nadie es perfecto”. Incluso nosotros los cristianos hablamos de fracasos y derrotas, pero la Biblia utiliza otros términos. Habla de iniquidad y rebelión (Levítico 16:21). La Biblia dice que el rey David despreció a Dios (2 Samuel 12:9-10). También acusa a otro hombre de Dios de haber desafiado a la Palabra del Señor cuando todo lo que hizo fue comer y beber en un lugar que Dios le había prohibido (1 Reyes 13:21). Es evidente por estos sinónimos descriptivos del pecado (rebelión, desprecio, desafío) que Dios toma mucho más en serio el pecado que el hombre promedio o incluso que la mayoría de los cristianos.
El pecado, al final de cuentas, es una rebelión en contra del soberano Creador, Gobernador y Juez del universo. Es una resistencia a la correcta prerrogativa de que un Gobernador soberano exija obediencia de sus súbditos. Le dice a un Dios absolutamente santo y justo que su ley moral, que es un reflejo de su propia naturaleza, no es digna de nuestra completa obediencia.
El pecado no es solo una serie de acciones, es también una actitud que ignora la ley de Dios. Pero es incluso más que una actitud rebelde. El pecado es un estado del corazón, una condición de nuestro ser interno. Es un estado de corrupción, vileza y, sí, incluso inmundicia a los ojos de Dios.
Esta perspectiva del pecado como corrupción, vileza e inmundicia es simbólicamente presentada en Zacarías 3:1-4:
Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda. ¿No es éste un tizón arrebatado del incendio?
Y Josué estaba vestido de vestiduras viles, y estaba delante del ángel. Y habló el ángel, y mandó a los que estaban delante de él, diciendo: Quitadle esas vestiduras viles.
Y a él le dijo: Mira que he quitado de ti tu pecado, y te he hecho vestir