La reunión fue larga y franca, y encontró a Lavagna y a Nielsen explicando paso por paso el estado de situación y el porqué del accionar del gobierno. Al comprender finalmente la estrategia oficial, los empresarios acordaron emitir un comunicado conjunto, que redactaron ellos mismos con Cornide, el titular de la Cámara de Comercio, al frente, Carlos de la Vega, y el entonces titular de la UIA, Alberto Álvarez Gaiani.
En el comunicado consignaron que renovaban “el apoyo oportunamente expresado a la negociación del gobierno nacional para la reestructuración de la deuda pública externa”. Además, sostuvieron que el superávit del 3% es “un esfuerzo de suma magnitud para la sociedad en su conjunto”.
Para culminar, lograron imponer el concepto de sustentabilidad, cuando sostuvieron que “es fundamental que los recursos que la Argentina asignará a servir los intereses de su deuda sean compatibles con el crecimiento económico y la atención de la deuda social”.
En paralelo, y tras el éxito de la convocatoria a los empresarios, se fue consolidando un grupo de consulta de economistas afines al pensamiento del gobierno nacional, que acudían periódicamente al Ministerio de Economía para ser informados de las novedades que se sucedían con el canje.
Allí eran recibidos en los salones del quinto piso por el secretario de Política Económica, Oscar Tangelson, y en ciertas ocasiones participaban Guillermo Nielsen y hasta el propio Lavagna. Este grupo resultó de ayuda para difundir ante los medios de comunicación el pensamiento del equipo económico y la lógica del gobierno en el proceso de la operación, y frenar el impacto de ciertos intereses como los del mercado, que impregnaban diariamente los medios con especulaciones tremendistas sobre la marcha del canje.
La casi totalidad de quienes participaron de esa charlas periódicas, cada dos o tres meses, según el momento, luego ocuparían cargos clave del Ejecutivo y otros puestos del Estado durante las presidencias de Néstor y Cristina. Se encontraban Roberto Feletti (primero como titular del Banco Ciudad y luego como ministro de Obras Públicas de la ciudad bajo la gestión de Aníbal Ibarra, fue nombrado luego secretario de Política Económica y viceministro de Economía de la Nación, y ahora es diputado nacional por el Frente para la Victoria), Héctor Valle (economista heterodoxo del centro de investigación FIDE, donde trabajó junto a la titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, y ahora es director de YPF), Débora Giorgi (que participaba como economista jefa de la UIA y luego fue ministra de Industria), Miguel Bein (consultor de los primeros economistas y ex funcionarios de la Alianza que se acercaron al gobierno de Néstor Kirchner, si bien ahora cultiva bajo perfil y no detenta cargos públicos), Héctor Hecker (devino titular de la Comisión Nacional de Valores, CNV), Felisa Miceli (por entonces titular del Banco Nación y luego ministra de Economía) y Miguel Peirano (también ex economista jefe de la UIA, nombrado primero secretario de Industria y luego ministro de Economía), entre otros.
Buitres en Halloween
El día del apoyo del empresariado a la reestructuración de deuda resultó ser el viernes 31 de octubre de 2003, una fecha que antes pasaba inadvertida por los argentinos pero últimamente fue incorporando las tradiciones anglosajonas del festejo de la noche de brujas.
En Buenos Aires, Néstor Kirchner daba ese día un discurso encendido en contra de los acreedores y bancos que pedían una quita menor. El presidente ratificaba con vehemencia los lineamientos de la oferta argentina presentada en Dubai y especialmente tenía en la mira a los fondos especulativos, cuya existencia surgió de mano de la globalización financiera internacional, que ya habían comenzado a asomar las narices presionando con sentencias desfavorables al país incluso antes de la asunción de Kirchner al poder.
Éstos fueron bautizados mundialmente como “fondos buitre”, ya que su existencia se sostiene gracias a la desgracia ajena: validados por la figura legal del bonista, un tenedor de títulos anónimo que compra y vende deuda legítimamente en el mercado primario o secundario, los buitres aparecen en escena a la caza de gangas sobre el final de la agonía o después de la quiebra de un país deudor.
Aprovechando la desesperación del resto de los acreedores que buscan cobrarse al menos algo vendiendo sus tenencias, los buitres las compran a precios de remate en el mercado secundario y luego litigan en las cortes internacionales para exigir el 100% del valor nominal de la deuda, con la intención de obtener grandes ganancias.
“Los que dicen que la Argentina tiene que pagar más deuda están diciendo que debe haber más ajuste sobre las espaldas de los argentinos”, así defendía el presidente su postura, incomprendida por buena parte del establishment internacional y local.
Hoy, diez años después, esa presión es padecida por los principales líderes europeos, que ven ahorcadas sus economías y enfrentan severos planes de ajuste para reencauzar sus cuentas y pagar sus deudas, y deben someterse a reestructuraciones con quitas iguales o mayores a las que nunca les aceptaron a la Argentina. Esos mismos buitres a los que les apuntó Kirchner, otrora ignorados por el Primer Mundo pero muy activos en los países en desarrollo, comenzaron a asomar como los enemigos de los países europeos que enfrentan escenarios de drásticas quitas para poder sobrevivir (ver capítulo 15).
Volviendo a aquella fecha y lejos de Buenos Aires, Nueva York se adornaba de vidrieras naranjas, con adultos y niños disfrazados paseando por las calles que, desde temprano, se disponían a celebrar la tradicional fiesta pagana de Halloween.
Por las calles de la Gran Manzana podían verse los disfraces de moda, encabezados por personajes de la película Piratas del Caribe, y las máscaras de George W. Bush y Saddam Hussein, tras la guerra del Golfo. Pero en el edificio público de la Corte del Distrito Sur, situada en la calle Pearl, a apenas unos metros del imponente puente de Brooklyn, un hombre que también vestía disfraz con una toga y un sombrero se disponía a mediar esa misma tarde entre la Argentina y los acreedores para encontrar una solución al default.
Como en las películas, el por entonces desconocido juez, de avanzada edad, Thomas Poole Griesa, ese 31 de octubre entró en escena durante una audiencia convocada para esa tarde. Desde un enorme estrado de madera oscura golpeó con el martillo pasadas las 16 hora local para dar comienzo a la sesión en la que estuvieron convocados los representantes legales de la partes.
Quién es el juez Griesa
Calificado como un joven brillante, nacido en Kansas durante la gran depresión en 1930, con estudios en las universidades de Harvard y Stanford, Thomas Griesa fue nombrado juez de la Corte del distrito de Manhattan en Nueva York por el presidente de Estados Unidos Richard Nixon, en 1972, en medio del caso Watergate, que tiempo después obligó a Nixon a renunciar antes del fin de su mandato.
Este abogado amante de la música clásica, cuyo padre fue banquero, es calificado como un funcionario incorruptible. Entre algunos de los casos que llevó adelante, sobresalió el freno a un proyecto del gobierno americano encabezado por el presidente Ronald Reagan por unos 2.000 millones de dólares para hacer una gran autopista sobre el río Hudson. Griesa aceptó la presentación de un grupo de ecologistas en contra del proyecto, y el estado y las autoridades de Nueva York debieron abandonar ese emprendimiento millonario. También fue uno de los jueces que logró encarcelar a gran parte de los integrantes de la mafia italiana.
Otro de los casos polémicos que manejó fue cuando obligó al FBI y al Estado norteamericano a indemnizar a un grupo de integrantes del Socialist Workers Party por investigar sus actividades.
Litigantes y demandados
En esta historia de buitres y piratas que litigan contra la Argentina, Griesa es el árbitro de una lucha feroz. En tanto, por la Argentina se presentaron ante el juez los socios del estudio Cleary, Gottlieb, Steen & Hamilton, una firma especializada en defaults soberanos que había tenido activa participación en otros casos de la región. Fue el estudio que acompañó a la Argentina