–Sí, estuvo interesante… además, como a la mañana siguiente perdimos el vuelo y el próximo que había era a la noche, hicimos una excursión a la Isla Bridge que está por el Canal de Beagle, así que no me quejo. Entre el martes a la tarde y el viernes a la noche, quedó resuelto el tema laboral, conocí algo nuevo y estreché vínculos. Uno nunca sabe para dónde pueden disparar las cosas –dijo Aquiles.
Luego de decir esas palabras, pensó “Vaya si he conocido algo nuevo, si he estrechado vínculos y si me he dado cuenta de que las cosas pueden dispararse para cualquier lado…”
–Me tenés que presentar a esa familia para que les construya un velero –dijo Adrián.
–¿Por qué no?, ni idea si navegan, quien sabe… si llego a tener la oportunidad, voy a sacar el tema –dijo Aquiles.
–¿Traemos las tartas acá o prefieren comer con cubiertos en la mesa? –preguntó Marina.
–No nena, comamos acá con la mano –dijo Inés, que se incorporó y caminó hacia la cocina junto con Marina.
–Dale boludo, contame, ¿qué pasó la última noche? –preguntó Adrián.
–Sucedió algo realmente fuerte, que nunca hubiese pasado de no existir la invitación para esa cena y si hubiésemos regresado esa misma tarde –dijo Aquiles.
–¿Las calentamos o las llevamos así tibias como están –gritó Inés desde la cocina?
–Tráiganlas así –respondió Adrián, haciendo un gesto como diciendo “Que rompe pelotas que son…”
–No te puedo contar acá… no estoy tranquilo ni cómodo; si querés nos juntamos en la semana y te cuento –dijo Aquiles.
–Dale boludo, adelantame algo ¿pasó algo más? –insistió Adrián, que estaba más que intrigado.
–Sí –respondió Aquiles.
–¿Garcharon? –preguntó Adrián, abriendo los ojos como si fuese un búho.
–No, sí, va… no –respondió Aquiles de manera ambigua.
–¡Huy boludo! –exclamó Adrián.
–¿Qué es lo que tenías para contarme? –preguntó Aquiles, dando por cerrada su parte.
–¿Te acordás de Nicole y de Gastón, mis compañeros de facultad con los que tuve aquella experiencia que te conté? –preguntó Adrián.
–¡Claro que me acuerdo!, ¡cómo no me voy a acordar! –exclamó Aquiles.
–Bueno… el miércoles pasado tuve que ir al centro para hacer un trámite y me los encontré –dijo Adrián.
–Despejen un poco la mesa así ponemos las bandejas –dijo Marina, que junto a Inés traían la cena.
Claramente, no era el momento indicado como para confesiones y deberían aguardar hasta la semana próxima para ver si encontraban el espacio como para encontrarse tranquilos y poder contarse lo que les había sucedido.
Terminaron la cena compartiendo un momento ameno y distendido, tras lo que disfrutaron de la riquísima torta que había hecho Inés.
Cerca de la media noche, se despidieron, dando cierre a un agradable sábado lluvioso.
Capítulo 5
Lluvia y morbo
Luego de una noche en la que su sueño no había sido interrumpido absolutamente por nada, Alejandro se despertaba escuchando las gotas de lluvia que el viento estampaba sobre los vidrios de la ventana de su cuarto.
Abrazó a la almohada y se quedó por unos instantes tirado boja abajo, intentando acomodar a su miembro que se encontraba completamente erecto. Malena dormía a su lado, dándole la espalda y sin hacer ningún tipo de movimiento.
Alejandro giró su cuerpo y se acercó a ella, haciendo que su miembro chocara contra sus glúteos.
Tuvo el vago recuerdo de que, la noche anterior, Malena había intentado tener sexo, pero él ya se encontraba en un estado de adormecimiento que no le había permitido responder.
Sintió que su instinto salvaje lo invadía y que su pene necesitaba acción. Giró hacia su derecha para agarrar de la mesita de luz un frasco de lubricante para untar abundantemente su miembro y se posicionó nuevamente contra la espalda de Malena. Muy lentamente, le deslizó el bikini, hasta dejar descubierta su vagina.
Posicionó su glande contra los carnosos labios y sintiendo el calor que irradiaba ese pétalo rosado, comenzó a ejercer presión hasta penetrarla completamente.
–¡Ay, amor! –exclamó Malena, que permaneció en esa posición y con los ojos cerrados.
Alejandro solo dijo “Buenos días” y comenzó con un parejo ritmo de bombeo, disfrutando al sentir el roce de esos labios que acariciaban a su miembro, que entraba y salía, intercalando ritmos y profundidades.
Cruzó su brazo izquierdo bajo el cuerpo de Malena y con el derecho, terminó de abrazar su torso, apoyando la palma de cada mano sobre cada uno de sus pechos, intercalando masajes con pellizcos en la punta de sus pezones, logrando que Malena empezara a prenderse fuego y que comenzara a mover su pelvis como para ser penetrada más profundamente.
Con la intención de montarse sobre él, intentó girar, pero Alejandro, que la abrazaba por detrás, no permitó que se moviera. Era su momento de disfrute y estaba decidido a tener el dominio de la sesión.
Permaneció por unos cuantos minutos penetrándola en esa posición y percibiendo que Malena ya estaba en llamas, se la sacó, se arrodillo frente a ella, le levantó una de las piernas para dejarla apoyada sobre su hombro y en esa posición volvió a penetrarla, buscando el ángulo perfecto como para entrarle hasta con el último centímetro de su miembro y bombeándola de manera constante y cada vez más aceleradamente.
–Amaneciste enloquecido, me estás matando –exclamó Malena.
Era lo que le faltaba a Alejandro como para incrementar su estado de calentura.
Agarró una almohada y la puso detrás de la cola de Malena como para mantenerla más elevada y abriéndole ambas piernas, volvió a penetrarla, haciendo que sus bolas chocaron contra lo carnosos labios, no quedando centímetro de su miembro por fuera de su vagina.
Pasó ambos brazos por detrás de sus hombros, apoyando las palmas de sus manos sobre ellos, agarrándola de una manera en la que la mantenía inmovilizada y pudiéndole entrar a su antojo.
–Dame duro, dame pija –comenzó a gritar Malena, sin acobardarse y siempre dispuesta a ir por más, aunque sentía que Alejandro, literalmente la estaba desarmando.
Ciertamente, la diferencia entre sus físicos era notoria. Más allá de que ella tuviese un físico trabajado y armonioso, con buenos pechos y linda cola, con su metro cincuenta y nueve, nada podía hacer al lado del metro ochenta y cinco de Alejandro, que además de tener el físico trabajado, portaba un miembro de una dimensión que superaba al promedio.
Alejandro se incorporó nuevamente, la dio vuelta, dejándola boca abajo y se tiró sobre ella para penetrarla en esa posición.
Malena hundió su cara sobre el colchón al sentir como el miembro de su hombre la taladraba intensa y profundamente. El hecho de sentirse atrapada, le generaba una sensación ambigua de desesperación y de calentura extrema.
Luego de treinta segundos de permanentes embestidas, Alejandro perdió el control sobre su eyaculación y acompañado por un grito que pareció eterno, comenzó a largar leche, dejando su carga dentro de la vagina de Malena
No era lo habitual, y a pesar de que había disfrutado del coito, Malena no había llegado a experimentar un orgasmo, tema que no le preocupaba demasiado, porque sabía que tendría lo suyo durante el resto del día.
Aquiles