Cagney había investigado y había averiguado que había ganado su fortuna trabajando con ordenadores y que iba a quedarse en Troublesome Gulch hasta que estuviera construida el ala de terapia artística del hospital, o sea, meses.
Perfecto.
Aunque no volvieran a ser pareja nunca, para cuando se fuera, habrían vuelto a ser amigos. Cagney no sabía cómo iba a hacer exactamente para abrirse camino y conseguir romper su armadura, pero lo iba a conseguir.
Le costara lo que le costase.
Cagney había terminado su turno de patrulla y había parado en el ayuntamiento para dejar unos papeles cuando, al pasar por un despacho, oyó la voz de su padre, que gritaba iracundo. Aquello la hizo pararse y escuchar.
—Una cosa es el ala del hospital…
—No es cualquier cosa —intervino Hennessy.
—Ya, sí, muy bien, pero no necesitamos un estúpido centro juvenil —insistió su padre—. Si hay adolescentes problemáticos en este pueblo, lo que tenemos que hacer es echarlos de aquí y no recompensar su mal comportamiento poniéndoles un sitio donde ir a pasárselo bien.
—Siento decirle que no estoy en absoluto de acuerdo con usted, sargento Bishop —intervino nada más y nada menos que Jonas—. Según las estadísticas, los pueblos que tienen centros juveniles con actividades extraescolares para los chicos menos privilegiados económicamente tienen mucho menos delincuencia.
¿El sargento y Jonas en la misma habitación? Cagney decidió que no se podía perder aquello.
—Muchas gracias por tu opinión sobre la delincuencia, Eberhardt. Estoy seguro de que lo que dices lo sabes de primera mano —se burló el padre de Cagney con desprecio.
—Efectivamente. Por eso me interesa tanto este tema —le confirmó Jonas.
—Mira, yo tengo mucha más experiencia que tú en cómo hacer para que se cumpla la ley.
—Esto no tiene nada que ver con hacer cumplir la ley —intervino el alcalde Ron Blackman—. Se trata de satisfacer las necesidades de nuestra comunidad y Jonas ha tenido una idea excelente.
Cagney sonrió. El hecho de que el alcalde y los concejales de la ciudad llamaran a Jonas por su nombre de pila y estuvieran de acuerdo con él debía de estar matando al sargento.
Aquello no tenía precio.
—Lo que tenemos que hacer es darles a los chicos algo que hacer. Así, no se meterán en problemas —continuó Blackman.
—Para eso están los padres —ladró el jefe de policía.
—Bill —le dijo Walt Hennessy—, me sorprende tu actitud. Eres uno de los miembros de la comunidad que más involucrados están en su bienestar. No entiendo por qué te pones en contra de una mejora como ésta. Tú más que nadie deberías saber que no todos los niños de este pueblo tienen la suerte de contar con unos padres tan buenos como tú.
A Cagney le entraron ganas de reírse a carcajadas. ¿Cómo habría conseguido su padre engañar a todos durante tanto tiempo?
—Los padres que descuiden a sus hijos deberían ser castigados —insistió el sargento—. ¿Por qué nos tenemos que hacer cargo nosotros de sus hijos?
—Porque sus hijos son ciudadanos de Troublesome Gulch —le recordó el alcalde indignado—. Y Troublesome Gulch no es una cárcel. Tampoco es un club de campo. Es un lugar en el que vivimos personas de diferentes estratos socioeconómicos y ninguno de los que estamos aquí somos quiénes para juzgar a nadie.
—Tenemos el deber de ofrecer servicios de calidad a nuestros ciudadanos, a todos nuestros ciudadanos —intervino una concejala—. Muchos de esos padres que, según tú, descuidan a sus hijos no pueden estar con ellos porque se ven obligados a tener varios trabajos para llegar a fin de mes.
Cagney tuvo que taparse la boca para no echarse a reír. Lo que más odiaba su padre en el mundo era que una mujer le llevara la contraria.
—En cualquier caso, no tenemos espacio suficiente para construir un lugar así —insistió el jefe de policía con satisfacción—. Además, no creo que el presupuesto anual nos dé para una tontería así, ¿no, Walt?
—Por el dinero no hay problema, de eso me encargo yo —intervino Jonas.
En aquel momento, Cagney tuvo una idea y, sin pensárselo dos veces, llamó a la puerta. Jonas, su padre, Hennessy, el alcalde y el pleno del ayuntamiento al completo la miraron.
Ella se limitó a sonreír.
—Siento mucho interrumpir, pero pasaba por delante de la puerta y he oído una parte del debate. Es que se oye todo desde fuera, ¿saben? —se disculpó—. Bueno, he entrado para decirles que creo que tengo la solución perfecta.
—Agente Bishop, ¿qué hace usted aquí? Seguro que tiene otras cosas de las que ocuparse —le contestó su padre con frialdad.
—No, no tengo ningún asunto del que ocuparme —contestó Cagney—. Acabo de terminar mi turno. No estoy de servicio.
—Pasa, pasa —la saludó el alcalde poniéndose en pie—. Supongo que todos conoceréis a Cagney, la hija pequeña de nuestro jefe de policía y una de nuestras mejores agentes.
Todos asintieron y la saludaron.
—Por favor, siéntate —le indicó Blackman—. ¿Qué se te ha ocurrido, querida? Nosotros estamos bloqueados y nos vendrá bien una nueva perspectiva.
Cagney se sentó y vio que su padre estaba rojo de ira y que Jonas parecía confundido e intrigado. Una vez sentada, puso las manos sobre la mesa y miró al grupo mientras hablaba.
—Supongo que todos saben que hace dos años compré y reformé la fábrica de sillas de montar.
—Sí, te quedó precioso ese lugar —contestó Hennessy.
—Gracias —sonrió Cagney—. Lo que no sé si sabrán es que los inspectores me dieron permiso para utilizar el lugar como propiedad residencial cuando lo hubiera terminado, pero tiene doble escrituración y también se puede utilizar para actividades comerciales. El edificio es inmenso, ya se pueden imaginar. Antes fue una fábrica. Tiene tres plantas. En total más de quince mil pies cuadrados. Yo vivo en la segunda y en la tercera planta, pero la primera, la que da a la calle, está vacía y sin reformar todavía. Tiene más de cinco mil pies cuadrados diáfanos.
—¿A qué viene todo esto, Cagney? —le espetó su padre—. Por si no te has dado cuenta, estábamos reunidos.
—Por favor, Bill —lo reprendió Hennessy frunciendo el ceño—. Déjala que hable. No es una niña pequeña.
—Es mi empleada.
—En estos momentos, es una ciudadana de Troublesome Gulch —le espetó el alcalde—. Habla, Cagney.
—Lo que quería decirles es que me encantaría ceder la planta baja de mi propiedad para que pusieran allí el centro juvenil del que estaban hablando. Al igual que Jonas, yo llevo muchos años pensando que este pueblo necesita un lugar así.
Los allí congregados se emocionaron.
—Qué idea tan ridícula —opinó su padre—. No querrás que todos los desarrapados e indeseables del pueblo se te metan en casa. Vas a necesitar presencia policial constantemente.
Su padre estaba cayendo en la trampa fácilmente.
—No hay problema por eso. Soy policía —le recordó—. Además, me llevo bien con los adolescentes problemáticos y no los considero ni desarrapados ni indeseables. Les propongo otra cosa. Estoy dispuesta a dejar de patrullar para encargarme a jornada completa de ese centro juvenil. He estado destinada en el instituto como policía