—No se preocupe por eso —contestó Jonas mientras se giraba y bajaba los escalones de dos en dos, sintiendo que el mundo se le caía a los pies. Aquélla era la gota que colmaba el vaso.
«Con él es más fácil porque cuento con la aprobación del sargento».
«La aprobación del sargento».
Aprobación.
Jonas llevaba toda la vida intentando ganarse la aprobación de los demás, pero nunca lo había conseguido. Había que aceptar la realidad. Nunca nadie los había querido en aquel lugar. Aquella ciudad había sido hostil con él y con su madre desde el mismo momento en el que habían cometido el error de establecerse en ella.
Aquel mismo día, el propietario de uno de los bares a los que su madre iba a menudo la había echado porque le faltaban dos dólares.
Dos asquerosos dólares.
Literalmente.
Aquel hombre había humillado a su madre, la había dejado llorando en la calle, con todo el dinero que le había dado a ganar durante aquellos años. Jonas no aprobaba el comportamiento de su madre, pero era una mujer amable y vulnerable.
Y ahora a él le ocurría aquello.
Su madre y él sólo se tenían mutuamente.
Le había quedado muy claro.
Estaba harto de aquel pueblo. Aunque era pobre, era ingenioso y rápido y se sentía motivado, a diferencia de muchos de sus compañeros de clase. Había elegido tantos créditos aquel último año que se había graduado en diciembre, pero, aun así, había esperado a la ceremonia de primavera por Cagney.
Jonas sintió un profundo dolor en la boca del estómago.
Ya le mandaría el colegio su diploma a donde estuviera. No quería volver a ver a nadie de por allí. Y eso incluía a Cagney. Lo único bueno que le había ocurrido en Troublesome Gulch era ella y ahora resultaba que su relación también era mentira.
Un dolor indescriptible se apoderó de él. Jamás había sentido nada así. Necesitaba escapar de aquel entorno cuanto antes. Si por él era, él y su madre abandonarían aquel lugar aquella misma noche. Tenían que encontrar un lugar en el que la gente no los juzgara por su cuenta bancaria, sino por su corazón. Jonas estaba dispuesto a trabajar y estudiar a la vez para demostrar a la gente de Troublesome Gulch lo confundidos que estaban con él.
Algún día lo conseguiría.
Con la ayuda de Dios.
Jonas tiró la orquídea por la ventana y salió de la propiedad Bishop quemando rueda. Le daba igual lo que el sargento pudiera pensar ya de él. Todo daba igual.
En aquel momento, sonó su teléfono móvil, el teléfono que tanto le había costado comprar, y Jonas sintió que una pequeña esperanza se abría camino en su corazón.
A lo mejor era ella.
Tad Rivers.
Jonas sintió el gusto amargo de la traición y decidió ignorar la llamada, así que dejó que el teléfono siguiera sonando hasta que saltó el contestador. A continuación, llamó al buzón de voz para oír el mensaje.
Era Cagney.
Desde el teléfono de Tad.
Así que era cierto. Cagney había ido con Tad al baile y no le había dicho nada. Había dejado que se gastara el dinero en alquilar un esmoquin y en comprar flores y lo había humillado delante de su padre.
¿Cómo le había podido hacer algo así?
«Jonas, por favor, por favor, contesta. Quiero hablar contigo. Tengo que explicarte lo que ha sucedido. Te llamo luego. Por favor, contesta cuando te llame».
Así que le iba a volver a llamar, ¿eh? Claro, desde el teléfono de Tad Rivers.
Con la sangre agolpada en las sienes, Jonas miró la carta que le había roto el corazón. Apenas veía las palabras, pues las lágrimas se lo impedían.
Todo había terminado.
Todo estaba muy claro. Lo que Cagney Bishop le había escrito le dejaba todo claro. No necesitaba ninguna otra explicación.
Su madre siempre decía que no se podía confiar en el amor y tenía razón.
Capítulo 1
Hoy en día
CAGNEY miró a su alrededor. Estaba en el aparcamiento del centro médico High Country y había un montón de coches y de peatones. No se podía creer el interés que había despertado una estúpida conferencia de prensa.
Claro que estaban en Troublesome Gulch, Colorado, centro de la curiosidad. ¿Dónde si no iba un sencillo acontecimiento mediático a necesitar tanta presencia policial?
Cagney se ajustó el cinturón en el que descansaba su pistola, saludó a un compañero al que le habían asignado también aquella operación y miró la hora que era. Apenas las nueve de la mañana y ya estaba aburrida a más no poder.
Un día más en la apasionante vida de la agente Cagney Bishop. Hacer controles de visitantes le gustaba tanto como dirigir el tráfico. Nada. En realidad, no le gustaba ninguna de las cosas que hacía en el trabajo. Lo único que la hacía sentirse viva era tratar con niños problemáticos o cuando tenía la oportunidad de ayudar de verdad a la gente y eso, para ser sinceros, no sucedía muy a menudo.
¿Cuántos años le quedaban para jubilarse? Para pasar el tiempo, comenzó a hacer cálculos mentales. En aquel momento, como presintiendo que necesitaba un descanso de toda aquella monotonía que le imponía su trabajo, sonó su teléfono móvil.
Cagney miró la pantalla y, al ver de quién se trataba, sonrió y atendió la llamada.
—Hola, Faith, ¿cómo está tu niña?
Faith Montesantos Austin, pedagoga en el instituto de Troublesome Gulch, había dado a luz a su primera hija hacía tres meses y estaba de baja por maternidad. Habían llamado Mickie a su hija en recuerdo de su hermana, que había muerto en el accidente de coche que se había producido la noche del baile de fin de curso junto con Tad, Kevin y Randy.
—Está fenomenal, como de costumbre. Me ha despertado tres veces esta noche, así que ahora tiene la tripita llena y está encantada mientras que yo estoy pálida, cansada y de mal humor.
—Vaya.
—Sí, es lo que tiene querer tener bebés muy guapos.
—Te recuerdo que con los cachorros te pasa lo mismo.
—Es cierto. Eso va por ti, Hope —sonrió Faith acariciando al perro que su marido, Brody, le había regalado cuando le había pedido que se casara con él—. ¿Qué haces? ¿Te vas a pasar por casa?
Siempre que el trabajo se lo permitía, Cagney se pasaba por casa de su amiga para tomarse un café con ella.
—Necesito tener contacto con adultos, Cag —le recordó Faith—. Necesito que alguien me asegure que estoy adelgazando. Por cierto, ¿has visto a Erin? —añadió refiriéndose a otra amiga que tenían en común, Erin DeLuca, del cuerpo de bomberos de Troublesome Gulch—. Es cierto que ha tenido a Nate Jr. unos meses antes que yo, pero a las tres semanas de haber dado a luz ya estaba completamente recuperada. No es justo.
—Es cierto, pero recuerda que sólo engordó diecinueve libras durante el embarazo y es muy deportista.
—Casey Laine Bishop, ¿me estás llamando vaga?
Cagney se rió. Ya nadie la llamaba Casey.
—Claro que no. Lo que ocurre es que Erin es de otra pasta. Debemos aceptarlo y seguir con nuestras vidas.
—Qué suerte tiene. Menos mal que es mi amiga y la quiero