–¿Qué insinúas?
–Insinúo que la felicidad y la desgracia de mi vida sencilla no pueden compararse con tus inmensas alegrías y tus hondas penas.
Rafe elevó sus cejas oscuras.
–¿Has sacado todo eso de un simple: «¿qué pasa?»?
–Me has preguntado, pero en realidad, no te interesaba –lo acusó y le tendió su taza para que se la rellenara–. Claro que ¿por qué iba a interesarte?
–Pensaba que éramos amigos, Tess.
–Lo éramos cuando teníamos diez y ocho años respectivamente –lo corrigió, e inyectó una cruda burla en su observación–. La verdad, pensaba que no frecuentabas mucho los barrios bajos últimamente, Rafe.
Las palabras de Tess contenían el grado justo de verdad para incomodarlo, y el grado justo de injusticia para enojarlo. Antes de que Tess tuviera el bebé y dejara atrás su vida en la ciudad, se habían visto con frecuencia. Tal como estaban las cosas, no solía ir a la aldea a menudo, y después de las primeras negativas, había dejado de invitar a Tess a Londres.
–Tú también te has apartado –le recordó.
–Yo he vuelto –y ese era el quid de la cuestión. Cuando era una profesional ambiciosa todavía tenían algo en común, pero ese algo se había esfumado cuando la vida de Tess se había centrado en torno al bebé. Ella se sentía bastante satisfecha con su vida, pero no era tan ingenua como para esperar que otras personas, incluido Rafe, compartieran su interés por los dientes de leche de Ben.
Rafe estuvo a punto de recordarle, con cierta grosería, que su decisión no había nacido enteramente de la nostalgia por la vida idílica de su infancia. Se mordió la lengua y se señaló el pecho con el dedo.
–¿Y qué es esto, un holograma?
–Una visita de la realeza –Tess hizo una reverencia burlona sin percatarse de que el escote de su holgado camisón ofreció a Rafe una vista excelente de sus senos y de un ápice de pezones sonrosados–. ¿Te has traído a tu última novia? ¿Vas a impresionarla con la cripta familiar o con el fantasma de la familia?
Tess profirió una carcajada burlona al malinterpretar el motivo del rubor oscuro de los altos pómulos de Rafe.
–¿O es ese el problema, que no ha venido? Una libido frustrada explicaría que entraras aquí con tanto rencor, como un personaje de una tragedia griega… Estoy en lo cierto, ¿verdad? Tu novia no ha podido o no ha querido venir –especuló con sagacidad. Al menos, lanzar crueles hipótesis sobre los problemas de otra persona le impedía pensar, de momento, en los suyos.
Ya que por fin sabía lo que había debajo del camisón, a Rafe le iba a costar mucho más trabajo dejar de pensar en ello.
–¿Tan obvio es que me han dejado tirado? –le espetó.
–¿Como una colilla? –sugirió Tess en tono servicial. Resultaba difícil compadecerse de Rafe cuando lo más terrible que podía ocurrirle era que le hubiesen hecho un mal corte de pelo. Miró con desprecio su grueso pelo oscuro y reluciente–. No hace falta ser adivino para ver que has venido aquí a buscar pelea.
A pesar de su creciente enojo, Rafe no pudo evitar reír ante la ironía de aquella acusación.
–No podía haber llamado a mejor puerta, ¿verdad?
–Ni siquiera llamaste, entraste por las buenas… –con la misma brusquedad con la que había surgido, la hostilidad abandonó el alma de Tess. Débil como se sentía, exhaló un profundo suspiro–. Quizá esté harta de que me traten con condescendencia… ¿De verdad te han dejado tirado? –su sonrisa de asombro era burlona. No concebía aquella posibilidad.
–¿Te parece divertido?
A Tess le parecía increíble.
–Debes reconocer que tiene el aliciente de la novedad. Míralo por el lado bueno…
–Como empieces con tus razonamientos optimistas, te arriesgas a que te estrangule –le advirtió Rafe en tono sombrío.
–¡Qué miedo! Mira cómo tiemblo.
Rafe contrajo la mandíbula al ver el brillo burlón en los ojos de Tess, y se sorprendió pensando en lo difícil que sería hacerle temblar de verdad… ¡y no estaba pensando en tácticas intimidatorias! Aunque lo que se le estaba pasando por la cabeza lo asustaba un poco. Si quería aplacar su frustración con alguien, no podía hacerlo con Tess.
–No hay mal que por bien no venga –dijo Tess en tono pensativo–. Hace tiempo que tenías pendiente una lección de humildad.
–Entonces, te daré un buen motivo para reír, ¿quieres? –le espetó Rafe con furia–. La mujer con la que quería pasar el resto de mi vida y tener hijos ha decidido no dejar a su marido –la exclamación de sorpresa de Tess pudo oírse en el breve y tenso silencio que sucedió a sus palabras–. ¿Te parece suficiente humillación?
Capítulo 2
ESTABAS saliendo con una mujer casada? –Tess no sabía qué era lo que más la incomodaba, si ese hecho o el que Rafe hubiese estado pensando en esponsales y en bebés–. ¿Quieres tener hijos?
Rafe, que había lamentado su insólita confesión nada más pronunciarla, se pasó una mano por el pelo con ademán enérgico mientras Tess, después de apartarse de él como si tuviera una enfermedad contagiosa, lo miraba con la expresión que sin duda reservaba para los depravados. Rafe reprimió el impulso de señalar que ella tampoco era una santa.
–No es que me apasione la idea –Rafe no comprendió por qué su respuesta sarcástica hizo retroceder aún más a Tess–. Y, para que lo sepas, no supe que estaba casada hasta que no fue demasiado tarde –no sabía por qué diablos le estaba dando explicaciones.
–¿Demasiado tarde para qué?
Rafe frunció el ceño ante aquella persistencia.
–¡Demasiado tarde para no enamorarme! –rugió.
Vio cómo a Tess le temblaban sus suaves labios y una expresión melancólica se adueñaba de sus rasgos casi bonitos. «Cielos, lástima no, por favor», pensó Rafe con una mueca de repulsión.
–¿Qué haces? –preguntó Tess.
–Necesito sentarme, y yo diría que tú también.
Tess miró con recelo la mano con la que Rafe la había agarrado del brazo, pero decidió no oponerse: descubrió que ella también necesitaba sentarse. No estableció ninguna relación inmediata entre la taza de licor medio vacía que todavía sostenía en la mano y el temblor de sus rodillas.
Rafe se alegró al descubrir que la operación limpieza de Tess no se había extendido al pequeño salón de vigas de roble. Empujó a un gato dormido del sofá mullido y barato y se sentó con un gruñido. El gruñido se convirtió en un grito de dolor y se levantó dando un respingo. Un rápido escrutinio debajo del cojín bastó para extraer el objeto responsable de su humillación. Sostuvo en alto al culpable, un viejo tractor de tres ruedas.
–Lo he buscado por todas partes –dijo Tess. Tomó el juguete de los dedos de Rafe y lo meció contra su pecho.
–¿Estás llorando? –preguntó Rafe con recelo. No relacionaba con Tess las lágrimas de mujer, ni los senos aún más de mujer, y aquella noche estaba presenciando ambos hechos. Su vaga sensación de incomodidad se intensificó.
Tess le dio la espalda con brusquedad y guardó el juguete en un cofre de alegres colores que se encontraba en un rincón del salón. Se pasó los nudillos por las mejillas húmedas