—Por el poder que me ha sido otorgado, yo os declaro marido y mujer.
Cierro los ojos durante una fracción de segundo y escucho cómo la mujer que tengo sentada a mi lado, y que es tía de Jessica, contiene el aliento con una exhalación ahogada. Abro los ojos y veo a mi hermano besando a Jessica y a todos los demás aplaudiendo. Ya está. Oficialmente, mi hermano y yo hemos acabado nuestra etapa de locura y encubrimiento fraternal. Se acabó. No sé por qué, pero como un egoísta de mierda que me siento, no puedo estar totalmente contento por la boda de mi hermano y una parte de mí siente pena porque voy a verlo mucho menos, aunque Jessica quiera hacer planes familiares. Tal vez, si las cosas empeoran y ellos dos se siguen dedicando a viajar por el mundo, una vez cada dos o tres meses. Nunca voy a encontrar un mejor amigo como él. Y notar cómo se aleja de mí me pone excesivamente triste y de mal humor. Mike busca mi mirada y me levanto sonriente. Por mucha pena que me dé, mi hermano se merece una sonrisa de oreja a oreja y eso es lo que le sirvo en mi rostro mientras me acerco a él y lo abrazo.
—Enhorabuena, Mike, me alegro mucho por…
No soy capaz de acabar la frase ni de darle el abrazo que quiero darle porque Jessica se mete en medio y le da un beso que me hace pararme en el sitio y quedarme muy quieto. Cuando se separan, mi hermano trata de acercarse a mí, pero de nuevo Jessica le agarra la mano y se lo lleva dándole prisa a saludar a unos invitados. Yo desisto y miro al suelo, furioso. Esto mismo me ha pasado ya miles de veces desde que comenzaron a salir. El querer acercarme a mi hermano y que ella, indiferentemente de que no se dé cuenta o de que lo haga aposta, —opto por lo segundo—, se lo lleve sin dejar que me acerque a él. Creo que llevábamos como unos cinco meses sin hablar tan de seguido como cuando lo saludé antes de que se celebrase la ceremonia. Cojo aire y me dispongo a buscar a Elle y a algún que otro primo con el que charlar y echar unas risas. Necesito relajarme y quitarme esa sensación de abandono de encima. Me dirijo hacia un grupo de mi familia que está riéndose a carcajadas cuando alguien se me coloca justo en frente con el ceño fruncido y malhumorado. ¡Oh, no, por favor! Lo último que necesito en este preciso momento es a ella.
Capítulo 10
MAISIE
Por fin lo he encontrado. Lo tengo justo en frente de mí y su rostro es mitad sorpresa, mitad molestia. ¿Le molesta mi presencia? Pues bien, vamos a darle motivos para ello.
—¿Qué demonios haces tú aquí?
Él suelta un bufido y me mira como si estuviese loca.
—La pregunta más bien sería la de qué haces tú aquí. No yo.
Arrastra las palabras de tal forma que siento que me invade la rabia. Ha hablado con suficiencia y ha elevado el mentón mientras lo hacía. ¿Acaso se cree superior a mí? Me pongo todo lo recta que el dolor que tengo en las piernas por el entrenamiento me lo permite y gano unos milímetros de altura con intención de resultarle lo más imponente que pueda.
—Soy la dama de honor. ¿Acaso no es obvio?
Él eleva una ceja y me mira con diversión. Venga ya. ¿Qué demonios le pasa a este hombre? ¿Le divierto?
—¿Qué es tan divertido?
Él niega con la cabeza, tratando de quitarle importancia.
—Lo siento, pero… ¿te conozco?
Sus palabras hacen que mi boca caiga en picado al suelo. Me ha desarmado haciéndome sentir como si yo no fuese nadie y ha hecho que mi cerebro colapse demasiado pronto. Ni tan siquiera he bebido el primer cubata. O champán. Hoy pienso beber mucho champán y mucho vino. Vino rojo. Como aventuro que han de estar mis mejillas ahora mismo. Maldito seas, James. Sé que has buscado hacerme sentir en evidencia y en ridículo. Lo observo detenidamente y entrecierro los ojos. Está buscando enfadarme y lo ha conseguido.
—Lo siento —le digo con una sonrisa maliciosa que pretende tener el mismo efecto que tendría en él una patada en el estómago—. Te he confundido con un imbécil que conocí esta tarde en el gimnasio.
Tras decirle eso y ver la cara de estúpido que se le queda, sonrió de verdad y me doy media vuelta. De pronto ya no me interesa averiguar qué hace aquí. Tan solo quiero que me trague la tierra y desaparecer de su vista. Si él ha hecho como que no me conoce, no pasa nada, yo haré lo mismo y lo ignoraré todo lo que pueda para no volver a verlo más.
—Tal vez deberías de haberme confundido con un chico encantador que te escoltó a casa sana y salva.
En esta ocasión la que resopla soy yo. Me giro hacia él rompiendo mi plan de ignorarlo y lo encaro. Hay reto en su mirada y eso me hace quedarme mirando esos ojos verdes unos instantes como una tonta. Tiene una sonrisa burlona en los labios y unos dientes blancos que en otro momento me habrían hecho suspirar. De verdad, hoy no tengo neuronas.
—No me hace falta una escolta ni un perrito faldero —le suelto acercándome a él, tratando de intimidarlo.
Para mi sorpresa, él da un paso más hacia delante y acorta tanto las distancias conmigo que contengo el aliento cuando el suyo cae en mi piel y la eriza. Para mi disgusto, siento una corriente energética recorrerme de pies a cabeza. Nuestros ojos se encuentran con una expresión peligrosa que difícilmente se podría expresar con palabras.
—¿Acabas de cometer el gran error de llamarme perro?
Su voz suena amenazante y sus ojos parecen rabiosos, pero no doy ni un solo paso atrás y hago lo único que creo que no se espera. Me acerco más y nuestras narices se rozan unos segundos. Él se ha agachado para estar a mi altura, pero aun así los centímetros que me gana en estatura logran intimidarme. Todo en él es cautivador. Sus ojos… la forma en la que eleva la comisura del labio… su hoyuelo en la mejilla derecha… su olor…
No duda ante mi cercanía, como he esperado, y siento su respiración en la punta de la nariz. Probablemente él sienta la mía en el cuello ahora que he empezado a respirar de nuevo y que él ha dejado de inclinarse un poco.
—Yo no te he llamado perro. Te he llamado perrito faldero. Tienen connotaciones distintas. Los perros son bonitos, los perritos falderos, pesados.
No sé de dónde he sacado el valor de decir eso. Veo cómo sus ojos se abren un poco por la sorpresa y soy capaz de ver que pierde los papeles. Lo escucho hacer un ruido gutural con la garganta y coger aire cuando una voz nos interrumpe a ambos y nos hace separarnos unos centímetros.
—¡James! ¡Ya veo que conoces a Mais! —distingo la voz de Mike y me giro hacia él.
Le sonrió y me abrazo a mí misma al tiempo que le corrijo.
—Maisie —digo posando mis ojos en James de manera significativa.
Él pone los ojos en blanco, pero veo que su aspecto ya no es enfadado y soy capaz de apreciar que mira a Mike con cariño.
—Enhorabuena por tu boda. Traté de decírtelo antes y me fue imposible.
Acabo de pasar a un segundo plano y no sé cómo. Los dos chicos que tengo delante intercambian una mirada de complicidad y un abrazo en plan machote. Me doy cuenta de que dura más tiempo de lo normal y me siento incómoda, como si observase una escena que tiene una gran carga sentimental. Me los quedo mirando cuando se separan y los veo realizar un cruce de ojos con afecto.
Vaya, James, al parecer eres un amigo íntimo de Mike. ¿Quién iba