Priss recogió la ropa y dijo aliviada:
–Gracias a Dios.
–Priscilla –dijo Trace en tono de advertencia.
Twyla lo miró con aprobación.
–Pruébate cada una de las camisetas con los vaqueros y habremos acabado por hoy.
Priss cerró los ojos un momento, pero no le sirvió de gran cosa. Habría querido que se la tragara la tierra. Y encima él tenía la cara dura de ponerse a hablar de cosas tan íntimas como si ella ni siquiera fuera una persona. ¿De verdad se lo comentaría a Murray?
No, antes lo mataría. Estaba deseando borrar de su cara aquella sonrisilla satisfecha.
Ya se había hecho una idea de lo que pasaba: Murray jugaba conforme a sus propias normas y de algún modo lograba salirse con la suya. Tenía más influencia de la que ella había imaginado. Pero no pensaba dar media vuelta y salir huyendo en caso de que Murray le permitiera escapar, cosa que dudaba. En todo caso, no iba a permitir que nadie le hiciera la cera. Le daban escalofríos solo de pensarlo.
Siempre había sido una persona muy pudorosa. Se bañaba sola desde los cinco años. Ni siquiera su madre se había inmiscuido en su higiene íntima. Y quien se acercara a ella con intención de desnudarla, colocarla en posición y dejarla sin pelo acabaría lisiado.
En cuanto a aquella foto… Decidió, furiosa, que de un modo u otro se apoderaría del móvil de Trace y lo borraría todo. Y si perdía información valiosa, peor para él. Se lo merecía, después de aquello.
Tras tomar esa decisión, a pesar de saber que Trace había mandado la foto a su correo electrónico, pudo relajarse un poco.
Señaló la caja que Twyla llevaba bajo el brazo y preguntó con optimismo:
–¿Son los botines? –si tenía que seguir llevando aquellos tacones un minuto más, se echaría a llorar.
En su vida cotidiana no se molestaba en arreglarse, ni en intentar impresionar al sexo opuesto. Solía llevar pantalones vaqueros con camisetas informales y, casi siempre, zapatillas deportivas.
Miró a Trace por el rabillo del ojo. Teniendo en cuenta cómo había reaccionado al verla, no tendría que esforzarse mucho para llamar su atención. Ya lo sabía para el futuro: si quería algo, lo único que tenía que hacer era desnudarse. Como la mayoría de los hombres, se ablandaba en cuanto veía a una mujer desnuda.
No era la situación ideal, pero podía aprovecharse de ello para conseguir sus fines.
Twyla sacó los botines. Priss nunca había visto unos parecidos. Eran de piel negra con tachuelas y dejaban al aire el dedo gordo del pie. Pero por lo menos tenían los tacones más gruesos.
–¡Qué monos! –dijo, aunque le parecían absurdos–. Voy a probármelos –ladeó la cabeza y miró a Trace–. ¿También quieres verme con esta ropa?
Él se pasó una mano por la cara y, sin decir palabra, le indicó que siguiera.
Priss intentó disimular su satisfacción. Sobre todo porque Twyla seguía allí y Trace tendría que esforzarse por conservar su aplomo. El muy farsante. Mientras se ponía los vaqueros ceñidos, se preguntó si era tan mortífero como parecía. Indudablemente podía matar, pero ¿lo había hecho alguna vez? ¿En tiempos recientes?
Solo tardó unos segundos en ponerse los botines y una camiseta. La primera, diseñada como un corsé de seda, le quedaba como un guante. Trace le dio su aprobación con una escueta inclinación de cabeza.
La segunda, hecha de encaje elástico, parecía una camiseta interior y era la más cómoda. Trace apenas la miró con ella, pero Twyla le dio el visto bueno. La última, roja con puntos blancos, fue la que más gustó a Priss por la sencilla razón de que era la que más tapaba. Trace pareció estar de acuerdo:
–Que se lleve esa puesta. Tráele más pantalones iguales en diferentes tonos y un par de vestidos de fiesta. Mañana me pasaré por aquí para recogerlo todo.
Twyla comenzó a recoger la ropa.
–¿Lo anoto en la cuenta de Murray?
–Sí, gracias.
Trace mantuvo la mirada fija en Priss y ella pensó, furiosa, que no iba permitir que siguiera saliéndose con la suya. En cuanto estuvieran otra vez a solas iba a decirle cuatro cosas.
Y luego le haría pagar por hacerla pasar por aquel pase de modelos.
4
En cuanto arrancaron, Trace dijo:
–Ni una palabra, Priss. Lo digo en serio.
Ella abrió la boca, pero al ver su ceño fruncido decidió refrenarse:
–¿Por qué iba a quejarme?
Trace la miró con incredulidad. Ella exhaló un suspiro.
–De acuerdo, hasta a mí me ha sonado falsa la pregunta. Por amor de Dios, he tenido que pasar modelitos indecentes delante de ti para que Murray pueda disfrutarlos en algún momento. Esto es demasiado.
–Estoy de acuerdo: es una faena.
Ella lo miró frunciendo el ceño y fue a decir algo, pero Trace la interrumpió:
–Nos están siguiendo –dijo mirando por el retrovisor.
Priss no miró.
Obviamente sabía que no debía hacerlo, lo que aumentó la curiosidad de Trace. Ella se inclinó ligeramente hacia la ventanilla para mirar por el espejo lateral.
–¿Quién crees que es?
–Ni idea, así que intenta no fastidiarme unos minutos.
Sacó su móvil y marcó el número de Murray. Tenía línea directa con él, lo cual significaba que podía interrumpirlo mientras trabajaba o mientras hacía… otras cosas.
–Más vale que sea importante –refunfuñó Murray, un poco jadeante.
Trace se puso rígido de repulsión.
–Lamento interrumpir.
–Estoy seguro de que Helene te hará pagar por ello más tarde –Murray se rio y Trace oyó de fondo los gemidos de Hell.
Santo Dios.
–Iré al grano: me están siguiendo.
–¿Cómo? –preguntó Murray, desconcertado.
–Si has sido tú quien lo ha ordenado, no hay problema. Entiendo que seas precavido y lo acepto. Me dejaré seguir como un buen empleado. Pero si no has sido tú, voy a perder a ese tipo o a pegarle un tiro. Tú eliges.
Se hizo un breve silencio. Luego la carcajada de Murray estuvo a punto de reventarle los tímpanos. Consciente de que Priss estaba observándolo, Trace dobló otra esquina sin dirigirse a ningún lugar en concreto.
–¿Qué me dices, Murray?
–Despístalo y, si no puedes, por mí puedes pegarle un tiro. Se lo merece por ser tan torpe.
–Entendido –consciente de que Murray no había confirmado ni negado que hubiera sido él quien había ordenado que lo siguieran, Trace cortó la llamada–. Agárrate fuerte, Priss. Si no perdemos a ese capullo, tendré que matarlo.
–¿Y tienes escrúpulos por derramar un poco de sangre?
–En absoluto –como tampoco parecía tenerlos ella.
–Entonces, ¿qué problema hay?
–Ninguno, en realidad –había al menos media docena de personas de la organización de Murray a las que no le habría importado lo más mínimo liquidar–. Pero ahora