Páginas de cine. Luis Alberto Álvarez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Luis Alberto Álvarez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 9789587149845
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pueda llamarse cine colombiano.

      Después de la gran euforia inicial y en medio de la producción, de hecho, de un número de películas nunca visto antes en Colombia, vinieron la crisis de reconocimiento, las acusaciones, la burocratización, la inestabilidad laboral, los intereses políticos, las fórmulas a medias y, finalmente, una parálisis de la que no se acierta a salir. La idea de producir masivamente mediometrajes para televisión buscaba, ante todo, una reactivación del aparato productivo. La ausencia de las presiones de taquilla permitió que, después de unos cuantos ensayos ineptos, varias de estas películas lograran un nivel de interés temático y de calidad de lenguaje que estaba ausente de la mayoría de los largometrajes para cine. Pero estas cintas siguen siendo híbridos cuya existencia se limitó a una sola exhibición inadecuada en los canales de televisión y cuya posterior circulación está severamente impedida por su estructura misma.

      A este intento de buscar nuevas soluciones se han añadido otras, como la creación de lugares alternativos de exhibición, donde eventualmente el cine colombiano encuentre un mejor tratamiento (algo que en la práctica no ha tenido lugar), el apoyo al estudio del cine en facultades de comunicación o, incluso, una escuela de cine en todo el sentido. La nueva administración de Focine busca restablecer la respetabilidad después de los escándalos, con propuestas tan problemáticas e inútiles como asignarles a los concursos de guiones temas fijos, obviamente tomados de la literatura, como en los viejos tiempos del Film d’art cuando la presencia de Mounet-Sully o Sarah Bernhardt eran la garantía de no estar trabajando en algo indigno. Todas estas cosas, fruto de inepta buena voluntad, resultan ineficaces por la misma razón que anotábamos al principio: la falta de un concepto global, de una reflexión acerca de lo que se pretende con el cine colombiano y cuáles de las actividades que crean imágenes en movimiento requieren apoyo, fomento o subvención y por qué razón. La escuela de cine, por ejemplo, presenta gravísimos interrogantes si se piensa que los eventuales egresados reforzarán las filas de frustrados y desocupados del cine y que será casi imposible mantener el nivel técnico y académico que una institución de esta clase de regular calidad requeriría, sin una inversión gigantesca que sería, también ella, altamente cuestionable.

      Esta necesaria concepción global que hasta ahora no existe, implica una mirada nueva y diferente acerca de los medios audiovisuales, su interrelación, sus posibilidades futuras, la tecnología de su producción y su difusión. Ello exige, ante todo, un claro concepto, una política estatal lógica de los medios, de su función en nuestra sociedad y, sobre todo, de cuál tarea le concierne al Estado en esta red de técnicas cada vez más interconectadas e inseparables. Hacer independientemente una política cinematográfica, una política televisiva y una política de prensa resulta hoy obsoleto, multiplica esfuerzos y malgasta recursos. Es llamativo que en Colombia la televisión sea ya una especie de unidad sellada, donde labora un ghetto de personal técnico y “creativo”, casi completamente aislado de la gente que se considera “de cine”. Si esta logra entrar alguna vez a estos canales, se le exige que se adapte y “haga televisión”, lo cual no quiere decir que allí se practique un lenguaje “televisivo” verdadero y definido. En el manejo caótico del medio entre nosotros este lenguaje se reduce a una serie de manías y malos hábitos inveterados, imposibles de eliminar.

      El ejemplo de la lucha de una institución del Estado, Focine, frente a otra institución del Estado, el Instituto de Radio y Televisión (Inravisión), con el fin de obtenerles un espacio de emisión a unas películas miradas como cuerpos extraños apenas tolerados en una programación es el mejor ejemplo de la miope y desinformada actitud imperante. A ello, naturalmente, ha llevado el que la televisión colombiana es, más que nada, un feudo de intereses políticos en lo “informativo” y una suculenta tajada de intereses económicos privados en el área del “entretenimiento”, factores que parecen haberla monopolizado y fosilizado para siempre y que hacen casi imposible una actitud distinta en su manejo. Los factores culturales y educativos están prácticamente ausentes de un medio que, solo teóricamente, es un servicio público.

      Para los canales colombianos de televisión se inventó una estructura absurda que, entre otras cosas, no permite su utilización adecuada como vehículo de difusión de creaciones cinematográficas, ni colombianas ni internacionales. El esquema de celdas o espacios aislados (como un burdel donde se cede un espacio por horas), fruto del desafortunado sistema de licitaciones, hace que no pueda darse nunca una programación homogénea y equilibrada, una programación que tenga en cuenta a mayorías y a minorías y ofrezca espacios contrastados. Cada espacio inicia de nuevo la transmisión y todo se clasifica por medias horas, por horas o por rellenos mínimos de espacio.

      El cine debe acomodarse a esta absurda camisa de fuerza del tiempo disponible, del bombardeo publicitario y del turno del siguiente programador que apremia. Nunca, con la limitada excepción de los “puentes”, se permite la variable elasticidad que puede exigir un determinado programa. Entonces lo que se llama programación termina siendo una colcha de retazos que une de modo muy casual unos espacios que sus “dueños” defienden, con todos los medios posibles, como propiedad privada y derecho adquirido inajenable.

      Por esta razón la televisión colombiana, a diferencia de otras televisiones del mundo, incluso las peores y las más comerciales, no permite incluir al cine como parte esencial de su esquema. Por eso mismo no ha contribuido nunca a una capacitación del espectador en el lenguaje cinematográfico más elemental, antes bien, ha destruido el conocimiento de ese lenguaje que generaciones anteriores poseían sin ningún problema. El esperanto repetitivo de las series americanas, la primitividad absoluta del lenguaje de las telenovelas y la manipulación histérica de la publicidad no tienen aquí alternativa (a no ser la ocasional del cine de los “puentes”, con una selección de películas aleatoria, saltuaria, desorganizada e inútil en todo sentido).

      El resultado de este sistema es visible y preocupante: en un teatro de la ciudad pude observar cómo la gente se enfurecía frente a Full Metal Jacket de Stanley Kubrick porque en determinadas ocasiones la cinta hace pausas y usa muy tradicionales fundidos a negro, que la gente toma como una falla en los proyectores. La hipotética exhibición de una cinta como Stranger than Paradise, con sus largas pausas en negro, podría motivar el incendio del teatro. Es el retorno a etapas anteriores al tren de Lumière. El teórico cinematográfico soviético Lotman, en su artículo “Cine y problemas de la estética cinematográfica” (citado por Sight and Sound a propósito de El Espejo de Andréi Tarkovski), hace una consideración que tiene mucho que ver con esta situación: “El arte no solo transmite información, sino que rearma al espectador por medio de la percepción de dicha información, creando su propio público. Una estructura compleja del ser humano en la pantalla hace a las personas en el público intelectual y emocionalmente más complejas. Y, al contrario, una estructura primitiva crea un espectador primitivo. Este es el poder del arte cinematográfico y en ello está su responsabilidad”.

      Creo que al considerar el cine colombiano, o latinoamericano y sus eventualidades, no está bien limitarse solo a problemas de producción y de distribución, e incluso de estética y lenguaje y descuidar el estado de conciencia del público, las capacidades de recepción alteradas por los medios que ese público consume. La política estatal de comunicación, en la cual debe estar comprendido el cine, no solo debe ocuparse con que tal o cual cine, conveniente, adecuado y útil para los colombianos deba ser impulsado, sino intentar captar qué tipo de cine los colombianos están en capacidad de ver, en su actual estado de conciencia.

      Lo que pretendía decir a este propósito es que, en este esquema de televisión, no puede haber un lugar natural, constante e integrado para el cine colombiano, ya que ni siquiera lo hay para el cine en general. Si se exceptúan los mediometrajes producidos por Focine y presentados en un programa “para iniciados” (aficionados al cine y no la gente común, interesada en lo que estas películas puedan contarle), solo uno que otro largometraje nacional ha encontrado el camino a las pantallas caseras y esto solo porque los programadores encontraron en ellos algún elemento asociable con el material que el televidente está acostumbrado a ver, por ejemplo actores familiares en telenovelas.

      Películas como Cóndores no entierran todos los días, Canaguaro, Visa USA, El día que me quieras o Carne de tu carne y, mucho menos, viejos “clásicos” como El río de las tumbas o documentales independientes