Pero la persona que llamó a la puerta del dormitorio no fue la hermana de Axel, sino Sloan, que asomó la cabeza con una sonrisa.
—Supongo que no puedo convencerte de que no lo hagas.
—No —contestó Tara divertida.
—En fin —cerró la puerta y se acercó a su hermana—. Yo pensaba que estaba haciendo lo que debía. Había perdido a María y no quería perderte a ti también.
—Axel me habló de ella. Lo siento mucho. Sé que si él hubiera podido hacer algo por cambiar lo que ocurrió…
Axel tensó los labios.
—Culparle a él me pareció mucho más fácil que culparme a mí mismo. Cometí el error de decirle la verdad sobre mí. Sobre ti —sacudió la cabeza—. Supongo que ella se lo dijo a su hermano. Pero yo no pretendía arruinarte la vida, Tara.
A Tara se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Y quién me la ha arruinado? He encontrado lo que jamás pensé que podría llegar a tener: un lugar en el mundo al lado del hombre al que amo. Jamás entendí por qué mamá continuó siempre al lado de papá, pero creo que estoy empezando a comprenderlo. Sloan, me gustaría que pudieras quedarte algún tiempo con nosotros.
—Tengo que volver a Chicago para testificar, pero después, es posible que vuelva para asegurarme de que mi sobrino llega bien a este mundo. Pero de momento, vas a ser una novia preciosa.
—Sólo si consigo antes ponerme el vestido.
El vestido que Emily, Maggie y Jaimie le habían arreglado a toda velocidad y que era el mismo que había llevado el día de su boda la primera esposa de Squire, Sarah, la mujer con la que había tenido sus primeros cinco hijos antes de que muriera en un trágico accidente.
—Bueno —Sloan le dio un abrazo—. Cuando estés lista, estaré en el cuarto de estar.
Tara suspiró y se acercó a las puertas de la terraza mientras su hermano se iba. No sabía qué podía estar reteniendo a Leandra, pero tampoco le importaba. Podía ponerse ella sola el vestido. Comenzó a apartarse de la puerta de la terraza, pero un movimiento en el exterior le llamó la atención. Era un hombre que se alejaba de la casa.
Lo miró con más atención, y, justo en ese momento, el hombre se volvió de nuevo y la luz que salía de las ventanas de la casa iluminó su rostro. Tara parpadeó, demasiado impactada en el primer momento como para reaccionar, pero cuando vio que el hombre pretendía alejarse, abrió las puertas de la terraza y salió corriendo.
—¡Ryan! —gritó.
El hombre se detuvo durante una fracción de segundo, pero inmediatamente comenzó a caminar.
Tara bajó corriendo las escaleras de la terraza. Las zapatillas estuvieron a punto de salírsele cuando pisó la nieve, pero no se detuvo.
—¡Espera! ¡Por favor, espera!
Por alguna especie de milagro, el hombre se volvió y comenzó a caminar hacia ella.
—¡Estás loca! —exclamó Ryan al verla en bata y zapatillas.
Tara le agarró del brazo, temiendo que desapareciera en medio de la noche.
—Esta tarde te he visto fuera de la iglesia. Creía que eras un invitado. Yo soy Tara…
—Ya sé quién eres. Pero me sorprende que Axel haya tardado cinco años en llevarte al altar.
Tara parpadeó al oírle.
—¿Por qué te escondes?
—No debería haber venido.
—¿Que no deberías haber venido? ¿Sabes lo contento que se pondrá todo el mundo al verte? Además, ¿para qué has venido si no es para ver a tu familia?
—No sé a qué vienen tantas preguntas. Tú ni siquiera me conoces —le apartó la mano y comenzó a caminar.
—Conozco a Axel —dijo tras él—. Sé que no renunciará a ti. Y tú le conoces lo suficiente como para saber que se merece algo mejor que tener que mentir a todas las personas que te quieren.
Pero sus palabras parecieron desaparecer entre los copos de nieve que arrastraba el aire.
—¿Tara?
Tara dio media vuelta. Leandra estaba en la terraza, mirándola como si se hubiera vuelto loca. Y a lo mejor tenía razón. A lo mejor sólo había sido un producto de su imaginación. Se cerró la bata y volvió a la terraza.
—¿Estás bien? —Leandra la siguió al interior de la habitación—. ¿Qué estabas haciendo ahí?
Tara consiguió esbozar una sonrisa.
—No lo sé. Supongo que pedir un deseo a las estrellas.
—Por un momento, temí que estuvieras huyendo de Axel.
—Eso jamás.
Leandra la miró en silencio y pareció relajarse.
—Creo que debería haberte traído algo de comer cuando he pasado por la cocina —musitó—. Bueno, veamos si podemos ponerte el vestido.
En cuestión de minutos, la bata había sido sustituida por un precioso vestido de novia y las zapatillas por unos zapatos de tacón que le hacían sentirse como si fuera la mismísima Cenicienta.
Leandra le puso también una capa de color marfil, que había sido la contribución de Maggie, una de las tías de Axel.
—Voy a asegurarme de que empiece todo —le guiñó el ojo a Tara antes de invitarla a seguirla al salón, donde Sloan la estaba esperando.
—Sabía que estarías preciosa —le dijo su hermano, agarrándola del brazo—. Pero sólo a alguien de Wyoming se le ocurriría celebrar una boda a la intemperie en una noche como ésta. Sabes que está nevando, ¿verdad?
—Creo que hace una noche perfecta —le aseguró Tara mientras salían al porche.
Al ver el espectáculo que le habían preparado se quedó sin respiración. Los árboles estaban cubiertos de luces parpadeantes que iluminaban los copos de nieve y los rostros de la familia allí reunida. De su familia.
Y justo en el momento en el que Tara y Sloan comenzaron a cruzar hacia el establo, se oyó el dulce sonido de un violín.
El reverendo Stone estaba al final de aquel improvisado pasillo, donde Leandra y Evan ya les estaban esperando. Pero Tara sólo tenía ojos para Axel mientras avanzaba junto a su hermano bajo la nieve.
En el momento en el que Tara se detuvo a su lado, Axel cerró las manos alrededor de las suyas y le dirigió una sonrisa que le hubiera robado el corazón si no se lo hubiera entregado ya meses atrás.
—El matrimonio es un estado honorable —comenzó a decir el reverendo—. No se debe acceder a él de forma irreflexiva, sino que ha de hacerse con reverencia y…
—Impaciencia —le susurró Axel al oído.
Tara tuvo que disimular una sonrisa, pero cuando llegó el momento de pronunciar el «sí, quiero», las voces de ambos sonaron vehementes y sinceras. Y cuando el reverendo Stone llegó a la parte en la que le decía al novio que podía besar a la novia, los gritos de alegría retumbaron a través de la noche y la familia les rodeó para cubrirles de besos y abrazos.
—¿No creéis que sería más inteligente ponernos a cubierto de la nieve? —se quejó Squire—. Soy un hombre viejo, esto no me va a hacer ningún bien.
—Eres un hombre viejo que quiere probar de una vez por todas la tarta que lleva todo el día esperándole en el granero —respondió Jefferson.
—Qué hijo tan sabelotodo —gruñó Squire—. No sé a quién demonios habrá salido.
—A