—Gracias, señora.
«Señora». Cumpleaños feliz, Tara.
El hombre de la barra continuaba mirándola, así que Tara se volvió mientras aceptaba la margarita que le acababa de llevar la camarera. En realidad no sabía por qué se había molestado en pedir otra copa cuando no era una persona aficionada al alcohol. Tampoco sabía por qué continuaba en aquel bar cuando era dolorosamente evidente que su hermano no iba a ir, dijera lo que dijera el mensaje.
Se levantó del taburete, tambaleándose ligeramente. No iba a pedir un taxi para volver a Weaver. Incluso en el caso de que tuviera la suerte de encontrarlo, se vería obligada a volver al día siguiente por la mañana para buscar su coche.
De modo que tendría que pasar la noche en el hotel que había al otro lado de la carretera.
Si se hubiera pedido un refresco de limón, habría podido volver esa misma noche a Weaver, el lugar en el que se encontraba supuestamente su hogar. Pero ni a ella misma se le escapaba lo irónico de su situación. Tampoco en Weaver había encontrado su lugar en el mundo. Aquélla era la triste historia de su vida.
—¿Ya te vas?
Tara se detuvo en seco cuando un hombre le interrumpió el paso. Rápidamente se dio cuenta de que no era el mismo que había estado mirándola desde la barra. Alzó la mirada hacia él, haciendo un esfuerzo por enfocarla. Le sacaba por lo menos unos quince centímetros e incluso en la penumbra del bar, sus ojos resplandecían como el oro viejo.
—¿Axel? ¿Axel Clay?
—Así que te acuerdas de mí —esbozó una ligera sonrisa—. Me conmueve.
Era imposible no acodarse de él. La familia Clay era la piedra angular de Weaver. Los hombres de la familia eran todos idénticos, altos y casi ridículamente atractivos y las mujeres eran tan bellas y distintas como las flores silvestres en primavera. Cualquier habitante de Weaver habría tenido que vivir debajo de una piedra para no conocer a los Clay.
—¿Qué haces por aquí?
—Tomar una copa, como todo el mundo —contestó, sonriendo y alzando su copa.
—Me refiero a que qué haces en Braden.
Estaba aturdida, y Axel olía maravillosamente bien. En medio de todos los que abarrotaban el bar, era como un golpe de aire limpio y fresco.
—Hace más de un año que no pasas por Weaver —se sonrojó al instante—. Por lo menos eso es lo que he oído en la tienda.
Axel agarró a Tara del codo y la apartó para que pudiera pasar la camarera.
—He estado fuera del país.
Sí, eso también lo había oído. Había oído hablar de sus viajes, de su talento para la cría de caballos y de que se había convertido en un soltero tan codiciado como inalcanzable.
Axel volvió a sonreír y Tara comenzó a sentir que le daba vueltas la cabeza. Eso le pasaba por llevar la vida de una monja, se regañó. Tomaba una copa, veía a un hombre atractivo y de pronto se descubría intentando reprimir una fuerte oleada de deseo.
—¿Y qué tal va Classic Charms?
Tara se humedeció los labios deseando no haber dejado la margarita en la mesa. Por lo menos le habría servido para hacer algo con las manos.
—Me sorprende que te acuerdes del nombre de la tienda —había pasado muy pocas veces por allí, y normalmente acompañado por su madre.
—Bueno —por un momento, fijó la mirada en sus labios—, tú no eres la única que tiene memoria. Me acuerdo de muchas cosas…
Tara nunca había tenido tanta sed.
—El negocio va bien. Pronto tendré que contratar a alguien para que me ayude.
—¿Sigues teniendo esa cabina de teléfono en medio de la tienda?
—Eh, sí…
Era una cabina telefónica de color rojo intenso que utilizaba como expositor para la ropa interior un tanto subida de tono.
—Ya te he dicho que me acuerdo de muchas cosas —Axel apuró el resto de su copa—. ¿Y qué estás haciendo tú en Braden?
—Se suponía que había quedado con mi hermano, pero parece que no ha podido venir.
Axel le pasó el brazo por los hombros y Tara se quedó de piedra, hasta que se dio cuenta de que la estaba apartando para que pudiera pasar la camarera.
—Él se lo pierde y yo salgo ganando. Vamos a sentarnos.
Por mucho que intentara evitarlo, la tentación era casi insoportable.
—No creo que quede ninguna mesa libre—ya habían ocupado la que ella acababa de dejar.
—Entonces, vamos a bailar.
Antes de que pudiera protestar, la agarró de la mano y la condujo entre la gente hasta una pista de baile minúscula.
Clavar los pies en el suelo no funcionó. Se vio indefectiblemente atrapada por el terremoto de Axel.
—No sé bailar —le advirtió por encima del sonido de la música.
Axel le hizo apoyar la mano en su hombro derecho y la agarró por la cintura.
—Todas las mujeres guapas saben bailar.
Tara jamás se había considerado una mujer guapa, pero ya fuera por sus palabras o por la mano que sentía en la cintura, se sintió de pronto ardiendo de la cabeza a los pies.
La música vibraba a su alrededor mientras el cantante se lamentaba por los deseos insatisfechos, y sentía cada una de las huellas dactilares de los dedos de Axel atravesando su blusa roja. Quizá fueran imaginaciones suyas, pero tenía la sensación de que aquellos dedos se flexionaban sutilmente contra ella, como si fueran las garras de un enorme gato de pelo dorado preparando a su presa.
Tara llevaba cinco años viviendo en Weaver, pero no había tenido ninguna relación sentimental con nadie de allí. En realidad, tampoco las había tenido antes; no había vuelto a salir con nadie desde que se había ido a pique su matrimonio cerca de mil años atrás.
—Tú eh… ¿habías quedado con alguien?
—A mí también me han dejado plantado —le susurró Axel al oído.
—¿Pero quién te va a dejar plantado a ti? —preguntó Tara sin pensar, y se ruborizó hasta la raíz del cabello.
—En este momento me cuesta recordarlo, porque no esperaba nada especial de la velada. Y aun así —dijo, mientras se estrechaba ligeramente contra ella—, mira cómo estamos.
Tara volvió a sentir que le daba vueltas la cabeza, pero la sensación no fue en absoluto desagradable. Axel deslizó el pulgar por la palma de su mano y un fuego líquido comenzó a correr por sus venas. Estaba tan paralizada como si le hubiera dado un beso en la boca.
—Hoy es mi cumpleaños —dijo estúpidamente.
Axel clavó la mirada en su rostro:
—¿Has apagado las velas y has pedido un deseo?
Sí, había pedido un deseo: volver a ver al único familiar que tenía. Y teniendo en cuenta que no tenía manera de ponerse en contacto con Sloan y que había sido él el que le había dejado aquel mensaje, pensaba que era algo que también su hermano quería. Pero era evidente que se había equivocado.
—No he tenido ni tarta ni velas —contestó.
Axel volvió a deslizar el pulgar por la palma de su mano.
—Eso no está bien. En mi familia no falta nunca la tarta en un cumpleaños.
A Tara no le sorprendió. No había una sola persona que viviera en Weaver y no supiera lo unido que estaba a aquel clan. Aquella familia era la antítesis de la suya.