En la segunda mitad del xviii, con respecto a la mujer, va ganando terreno el discurso de domesticidad, una apelación a los goces honestos del hogar y la familia. Un modelo que no contraviene las necesidades de la naturaleza ni los imperativos sociales. A la vez, indirectamente, se está criticando los modelos de sociabilidad de las mujeres de las clases altas. Mujeres, tachadas de frívolas y lascivas, que tienen cortejos, dedican poco tiempo a sus hijos (no los amamantan) y, en vez de recluirse en la paz de sus hogares, pasan su tiempo en tertulias, paseos, teatros y bailes.
Un autor criticaba así la desnaturalización de ese tipo de mujer, es decir, su modo de vida que es contrario a la naturaleza, contrario, en última instancia, a su deber de madre:
El monstruo más horrendo es una mujer con un perrillo en los brazos criándolo a sus pechos, y su hijo en una Aldea, atenido a que una muger estraña le de su pecho.68
El propio Choderlos de Laclos defiende que las madres amamanten a sus hijos, como ya había propugnado con ardor Rousseau. Y así afirma: «La leche es el lugar natural que une a madre e hijo; si a uno le es necesario recibirla cuando menos es peligroso para la otra negársela».69 La admonición advierte también de las consecuencias indeseables para la madre.
En sentido inverso, la propia Naturaleza se puede desnaturalizar con la influencia de una mujer corrompida. Así lo ve Juan Pablo Forner en un poema, titulado Epitafio, en el que un perrúnculo (Jazmín) sufre una aculturación, completamente antinatural, por influencia de su ama y se vuelve igual de caprichoso y estúpido que su ama, siendo idénticos sus vicios. Así dice Forner, cáustico: «[…] educóle el capricho de delicia soez con estupendo/ horror de la razón; naturaleza/ no le enseñó tan bárbara impureza».70 Las mujeres son naturaleza, pero corrompida e irracional.
29 Con frecuencia se olvida este hecho: Giacomo Casanova fue escritor. Si no lo hubiese sido, desconoceríamos sus peripecias vitales y amorosas, el recuento de las cuales le ha otorgado esa dimensión mítica. Hay edición completa de sus memorias en español. Cf. CA, Giacomo. Historia de mi vida. Girona, Atalanta, 2009. 2 vols. Traducción y notas de Mauro Armiño. Casanova escribió también obras teatrales como Zoroastro y La Molucheide, y otras obras en prosa como El espía chino —en colaboración con Ange Goudar—, la Confutazione della storia del governo véneto de Amelot de Houssaie, la Historia de las turbulencias de Polonia, el Escrutinio del libro Elogios de M. de Voltaire por diferentes autores, o el Soliloque d´un penseur —donde, curiosamente, critica a aventureros de la época como Cagliostro o el conde de Saint-Germain—. Aparte del opúsculo Lana caprina al que nos referimos en este capítulo. «Lana caprina» es una expresión que se utiliza para aludir a cosas de poco valor; la fisiología de las mujeres, en esta época, sin duda lo era.
30 Una terminología tan aceptada que, en pleno Siglo de Oro, Cervantes hace decir a uno de los personajes de El curioso impertinente: «Mira, amigo, que la mujer es animal imperfecto...», capítulo XXXIII, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.
31 Forner, 1796, Acto II, escena II.
32 Ibid., Acto III, escena IV.
33 Canterla, 2009, 44.
34 Bolufer, 1997, 25.
35 Gómez Rodríguez, 2004, 56.
36 Acto II, escena VI. También doña Irene, personaje de El sí las niñas, de Leandro Fernández de Moratín, sufre achaques indeterminados a los que pone remedio con «parches de alcanfor» y «píldoras de coloquíntida y asafétida».
37 Escena 9.
38 Alsinet, sin paginación.
39 Rousseau, 1990, 488-489.
40 Bonells, 1784, 324.
41 Ibid., 318.
42 Casanova, 2014, 54.
43 Ibid., 55.
44 Las labores de aguja (costura y bordado), así como el hilado (cuyos símbolos son el huso y la rueca) y la confección de encajes (realizada sobre una almohadilla) son las tareas femeninas por excelencia, y como tales se utilizan en los siglos xvii y xviii para representar las ocupaciones de las mujeres frente a las propias de los hombres. Estas en realidad cubren todas las de su época, pero suelen simbolizarse en la pluma, para las tareas literarias, y la espada, que no solo indica actividad militar, sino que también representa la capacidad del varón para defenderse por sí mismo, cosa vedada a la mujer. Así la novelista María de Zayas escribe: «¿Por qué, vanos legisladores del mundo, atáis nuestras manos para las venganzas, imposibilitando nuestras fuerzas con vuestras falsas opiniones, pues nos negáis letras y armas? ¿El alma no es la misma que la de los hombres? Pues si ella es la que da valor al cuerpo ¿quién obliga a los nuestros a tanta cobardía? Yo aseguro que si entendierais que también había en nosotras valor y fortaleza, no os burlarais como os burláis. Y así, por tenernos sujetas desde que nacemos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas, y por libros almohadillas». (Zayas, 2000, 364).
45 La pretendida «frivolidad» de las aventuras casanovianas no puede encubrir situaciones que ahora describiríamos como estupro, pederastia, proxenetismo, o abusos y engaños varios. La pretendida libertad de muchas de las mujeres que coincidieron con el veneciano nace sencillamente de la necesidad económica de prostituirse (o de la necesidad de las madres que obligan a sus hijas a prostituirse). En los aledaños de las cortes, reales o principescas, la prostitución era incluso la única forma de ascenso social para las mujeres.
46 Wollstonecraft, 1999,99.
47 Bolufer, 2008a, 276.
48 Ibid., 277.
49 Reproducido íntegramente en María Victoria López-Cordón (2005).
50 Amar y Borbón, 1994, 79.
51 Ibid., 80.
52 Bolufer Peruga, 2008a, 294.
53 Ibid., 239.
54 Cf. Darnton, 2008, 373-412.
55 Casanova, 2009,