En La aya, Rita Barrenechea (de delicada salud ella misma), hace una mención irónica a esos males. La supuesta aya francesa dice: «La señorita padecer vapores y tener la cabeza un poco al revés algunos ratos».37
El referido Alsinet, en la introducción de su libro, explica las causas de estas afecciones:
Las causas ocasionales de esta enfermedad son: vida sedentaria, asidua aplicación a estudios, pasiones de espíritu; abuso de té, café, tabaco y chocolate; abstinencia forzada; supresiones y evacuaciones desmedidas; uso de alimentos piperinos; abuso de licores espirituosos y remedios activos; haber nacido de padres enfermos que transmiten sus males por herencia. La erotomanía, la nostalgia...etc.38
En fin, cualquier cosa puede provocar «el histérico». No obstante, más grave aún que la atribución de determinadas dolencias a las mujeres por mor de su débil constitución, es la fijación de dicha constitución, mezcla de características anatómicas y morales. Un filósofo como Rousseau acude a la anatomía comparada e incluso a la mera inspección ocular para resaltar las diferencias de los sexos. De las que deducirá también las diferencias de carácter y de comportamientos entre hombres y mujeres (el pudor en las mujeres, la agresividad en los hombres...etcétera). Y escribirá sin empacho:
En cuanto a lo que es consecuencia del sexo, no hay paridad alguna entre ambos sexos. El macho solo es macho en ciertos instantes; la hembra es hembra toda su vida o al menos toda su juventud; todo la remite sin cesar a su sexo, y para cumplir bien sus funciones necesita una constitución referida a él. Necesita miramientos durante su embarazo, necesita reposo en los partos, necesita una vida blanda y sedentaria para amamantar a sus hijos...39
El pensamiento de Rousseau queda bien claro: la mujer es una hembra, destinada a la reproducción. Y nada más. No es casualidad, por tanto, que fuese Rousseau precisamente el adalid de la lactancia natural, es decir, la de las madres, no de la de una nodriza, y su influencia amplísima en Francia y en España también. Un médico como Bonells escribe todo un tratado sobre este tema con un significativo título: Perjuicios que acarrean al género humano y al Estado las madres que rehúsan criar a sus hijos y medios para contener el abuso de ponerlos en Ama. Como se ve, es un tema intrínsecamente político porque el perjudicado es el propio Estado, además de la Humanidad en su conjunto, claro. «La fecundidad de las madres nutrices es la que verdaderamente sirve al Estado», asevera Bonells.40 Ya que: «Son los niños la esperanza y el nervio de la Patria y la infancia es el plantel de los que algún día han de llegar a ser hombres y mantener el Estado».41 La opinión de las propias mujeres brilla por su ausencia. (Podía haber incluido la opinión de la duquesa de Alba, de la que fue médico, si bien esta no tuvo hijos).
Los tratados de puericultura se multiplican en el siglo xviii con la clara intención de enseñar a las madres el inexcusable deber de la lactancia. En dichos tratados la nodriza será el personaje antagónico, el reverso de unas madres que cumplen con la función que les ha asignado la naturaleza: no solo la de parir sino la de amamantar a sus criaturas. Ahora bien, ninguna mujer de la época se piensa a sí misma ni en cuanto género como lo hace el filósofo ginebrino o la ciencia de su tiempo: como pura naturaleza. Como un ser dominado por completo por su capacidad para la reproducción.
Muy al contrario, las mujeres, aunque las admitan, no hacen hincapié en las diferencias anatómicas y sí inciden en la igualdad de la razón en ambos sexos. La reivindicación de las capacidades de las mujeres, la defensa de la igualdad de las facultades intelectuales entre hombres y mujeres, se hará apelando una idéntica racionalidad, en la estela del cartesianismo, o, siguiendo una amplia tradición religiosa, a un alma que carece de sexo. Las mujeres no se piensan a sí mismas solo como cuerpos. Incluso el cuerpo aparece, en ocasiones, como el obstáculo a vencer o, al menos, como la circunstancia que hay que obviar si se quiere obtener dignidad, derechos o presencia en igualdad con los hombres.
El propio Casanova no niega que las mujeres puedan pensar de forma diferente. Pero ello es debido, sobre todo, a la educación. Literalmente dice:
La educación y la condición de la mujer son los dos motivos que la hacen diferente de nosotros en su organismo; y nuestra educación y condición son los dos motivos que nos hacen diferentes en nuestra lógica. El hombre tiene todo en su poder y la mujer solo posee lo que le ha donado el hombre...42
Y más abajo escribe: «El hombre se da a la literatura; la mujer, a la aguja, al huso y al bordado».43 Las típicas labores femeninas.44 La lucidez de Casanova resulta estremecedora. Sobre todo, si tenemos en cuenta que, siendo consciente del poder que tienen los hombres sobre las mujeres, dedicó buen parte de sus energías a abusar de ellas.45
La educación, ya lo advierte Mary Wollstonecraft desde el comienzo de su libro, es la que convierte en realidad a las mujeres en criaturas tan distintas, débiles tanto desde el punto de vista físico como moral e intelectual. Ella posee, y así nos lo dice, «la profunda convicción de que la educación descuidada de mis semejantes es la gran fuente de la calamidad que deploro y de que, a las mujeres, en particular, se las hace débiles y despreciables por una variedad de causas concurrentes».46 Una educación deficiente es la que debilita tanto cuerpos como almas.
Que el hombre posee la primacía física, nos advierte Joyes, no quiere decir que haya de tener un poder tiránico sobre las mujeres. Partiendo de un relato religioso (la creación de Adán y Eva según el libro del Génesis) la autora habla de la imperfección a la que quedó reducida la naturaleza humana. Pero que el hombre tenga mayor robustez no le autoriza a dominar a las mujeres. Si existe esa relación de poder, es consecuencia de ese desorden que surge tras la Caída. La consecuencia es clara:
Así, al hombre, como más robusto y que debía ganar el pan, se le encargó la protección y defensa del otro sexo, y a esta protección era consiguiente un género de gobierno. Pero de esto no se arguye desigualdad.47
Y no la hay porque si «al hombre le dio la fuerza, a la mujer la perspicacia». Y un poco más abajo argumenta:
Que el mayor talento esté anexo a la mayor robustez es idea de que se reirá toda persona juiciosa [...] Pero compárese un gañán forzudo e ignorante con un hombre de buena educación y estudioso, aunque de complexión delicada, y se verá que si se pone a luchar vence el gañán, pero si a discurrir el estudioso. 48
Las escritoras ilustradas no se piensan a sí mismas como cuerpos puramente sexuados. Hay una excepción y es la referida a la maternidad y a la crianza de los hijos. Al ocuparse de estos temas en tratados sobre la educación, sí hay referencias explícitas al cuerpo femenino y con menos mojigatería, por ejemplo, de la que será usual en el siglo xix, cuando un extremo puritanismo imponga unas convenciones sobre el cuerpo que llegarán, en muchos casos, a la negación de este.
En el caso español tenemos a la ensayista Josefa Amar, encendida defensora de las capacidades de las mujeres. Tanto, que escribe en 1787 su Discurso en defensa del talento de las mugeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres.49 Y, unos años más tarde, un tratado sobre la educación física y moral de las mujeres. Ya en la primera parte de la obra señala que «entre los bienes de la naturaleza ninguno hay comparable con el de la salud y robustez del cuerpo. Este solo puede recompensar la falta de los demás, y sin él todos son inútiles».50 Y se pregunta: «¿Qué satisfacción se encuentra en el estudio o las diversiones cuando no hay salud? Más abajo, incide en la importancia de la salud, tanto para los hombres como para las mujeres. Pues si aquellos tienen ocupaciones que requieren «fuerza y agilidad» «hay bastantes mujeres que están precisadas a trabajar corporalmente para ganar su vida, y cuando esta razón no hubiera, bastaría la que tienen todas las señoras y no señoras, como es la de parir y criar hijos robustos».51
Cuando habla del embarazo, del parto y de la lactancia, acude a tratadistas de la época, citándolos literalmente (por ejemplo, Alphonse le Roy). De modo que es a este autor al que leemos cuando recomienda, durante el embarazo, vestimentas sueltas que no opriman el cuerpo. No hay que olvidar que Josefa Amar era hija y nieta de médico, de modo que su conocimiento de la bibliografía especializada pudo estar