–¿Dónde voy a buscarte?
–¿Por qué he accedido?
Madison miró la ropa que iba a probarse delante de Trinity. En su vida había hecho algo así. Nunca le había preocupado lo que llevaba puesto ni cómo iba maquillada ni lo que la gente pensara de su aspecto, porque su vida no tenía nada que ver con eso. Se centraba en ayudar a los demás y en hacer lo que debía con su padre, no en la ropa y los zapatos. A su padre tampoco le importaban esas cosas. Ni a Trinity. Era más cómodo hacer su trabajo en vaqueros o leggins.
Ni siquiera los diarios de su madre le daban una pista de cómo vestirse para salir con un hombre. Apenas contenían información previa a su boda. Había unos breves comentarios sobre una infancia feliz, pero nada sobre sus citas ni sobre su compromiso.
¿Podría sentarse frente a alguien tan carismático como Blake Boudreaux y sentirse a gusto y contenta… y divertirse?
Lo que la hacía sentirse realizada era ayudar a los demás. ¿O no?
Reconocía que sentía una extraña inquietud desde la muerte de su padre, seis meses antes. No era que no disfrutara ayudando a la gente, pero necesitaba algo más, algo que intuía las noches en que cantaba en un club local, un pasatiempo que ahora que su padre ya no estaba, se podía permitir.
Era el gozo de perderse en algo que no le exigía satisfacer necesidades ajenas ni trabajar ni resolver problemas lo que llevaba haciendo toda la vida.
Tal vez fuera el espacio de más que había en su vida, después de la muerte de su último familiar. Tal vez fuera la edad y darse cuenta de que, a sus años, la mayoría de las mujeres habían formado una familia o estaban a punto de hacerlo. Pero, por una vez, necesitaba divertirse sin ninguna clase de responsabilidad.
¿Encontraría eso con Blake? Era un hombre que la ponía nerviosa y la excitaba como no le había sucedido nunca. La hacía sentir emociones que no podía calificar precisamente de «divertidas». La hacía sentir demasiado. Sobre todo cuando se le acercaba y percibía su olor y su calor.
No se imaginaba que entre dos personas pudiera haber esa química fuera del dormitorio. Él le hacía pensar en la magia, el pecado y el deseo, todo a la vez. Era increíble. Y eso hacía que se sintiera más ansiosa que nunca. Su vida se basaba en una definición propia del éxito, que no tenía que ver con el dinero ni con coches lujosos o ropa cara, sino con los logros obtenidos mediante el trabajo y la acción.
–¿Qué estoy haciendo, Trinity? ¿Por qué le he dicho que sí?
Sabía por qué. Se debía a una mezcla de excitación y del hecho de que él la hubiera seguido para devolverle el bolso. Ella le había dado su número de teléfono y había salido a toda prisa por la puerta, con las mejillas encendidas y los nervios agarrados al estómago.
–Todo irá bien –le aseguró su amiga–. ¿Te ha dicho lo que vais a hacer?
–No. Quiere que sea una sorpresa. Lo único que tengo es una dirección.
–Y sé que eso te vuelve loca, porque tú siempre necesitas estar preparada.
Trinity la conocía bien.
–El misterio debería gustarme, ya que me haría salir de lo conocido. Pero… –Madison se apretó el estómago con el puño.
–Lo sé, cariño –Trinity la abrazó–. ¿Cuál es la dirección?
Madison agarró el móvil para repasar los mensajes de Blake.
–Es un sitio cerca del río.
–Que os veáis allí está bien –Trinity sonrió levemente, lo cual confirmó a Madison en su idea de ir en su propio coche. Más valía tomar precauciones que lamentarse después–. Supongo que trabajar aquí me hace ser excesivamente precavida.
«A mí también».
Madison había intentado parecer moderna, algo en lo que no tenía experiencia, al asegurar a Blake que iría por sus propios medios al lugar de la cita. Al fin y al cabo, ¿qué sabía de él, aparte de la química que había entre ellos?
El despliegue de ropa que tenía ante ella se componía de algunas prendas de su guardarropa y otras que acababa de comprar en una buena tienda de segunda mano.
–Así que estaremos cerca del río, ¿verdad? –preguntó, más a sí misma que a Trinity. Con un suspiro de impaciencia agarró unos vaqueros cortos y una blusa y se vistió sin seguir pensando en su aspecto.
–Si necesitas algo, llévate el móvil y llámame. Iré a buscarte, sea la hora que sea.
–Lo haré.
–De todos modos, mándame un mensaje cuando llegues para saber que todo va bien.
Madison sonrió.
–Sí, mamá.
Pero le estuvo agradecida cuando llegó a la dirección indicada y se encontró en un puerto deportivo. Recorrió el muelle hasta ver que Blake la esperaba a medio camino, al lado de un elegante barco.
Llevaba puesto un polo de diseño y pantalones de vestir. Y el barco era el más bonito que ella había visto en su vida, incluso en la televisión. Se estiró la blusa mientras deseaba haber elegido un vestido veraniego.
¿Qué hacía allí?, se preguntó por enésima vez.
–Buenas tardes –dijo Blake.
Madison dejó de mirar el barco al darse cuenta de que se había quedado con la boca abierta.
–Me alegro de que hayas venido –añadió él, como si no se hubiera dado cuenta.
A Madison le costaba mirarlo a los ojos. Se hallaba en una situación en la que no sabía cómo comportarse. ¿Qué debía decirle?, ¿que el barco era bonito? ¿Era un barco o un yate pequeño?
–Reconozco que he estado a punto de no hacerlo –¿por qué demonios le decía eso?
Blake rio.
–Lo entiendo. Soy prácticamente un desconocido. Aunque no sé por qué no querrías pasar la tarde con alguien tan heroico como yo.
–¿Heroico?
Le tendió la mano con una sonrisa tímida para ayudarla a subirse al barco.
–Te devolví el bolso que te habías dejado olvidado.
–Eso no tiene nada de heroico –se mofó ella.
–Podía tener la esperanza de que lo fuera, ¿no?
Ella enarcó una ceja ante su expresión de perrito suplicante, antes de obligarse a mirar el barco.
–¿Sabes pilotar esto sin romperlo?
–Te sorprenderás de lo suave que navega. Es el sueño de cualquier capitán.
Ella sacó una foto del nombre del barco y se la mandó a Trinity, mientras él la contemplaba divertido. Aunque Blake no le transmitía malas vibraciones, no quería arriesgarse, y él debía saberlo.
–Todo cuidado es poco –dijo encogiéndose de hombros–. Si eres un asesino en serie y desaparezco esta noche, mis amigos sabrán dónde empezar a buscarme.
La expresión desconcertada de él la hizo reír a carcajadas. Normalmente no se reprimía a la hora de reírse. Ya había habido demasiadas situaciones tristes en su vida como para no disfrutar de los momentos felices. Pero en aquel hermoso barco y con aquel hombre tan guapo, su carcajada le pareció demasiado alta y detestable. La reprimió rápidamente.
–Me parece una medida muy inteligente.
Comprobó, sorprendida, que él no se había ofendido porque considerara la posibilidad de que fuera peligroso. Esperaba que eso fuera una prueba de que estaba dispuesto a aceptar las peculiaridades que hacían de ella lo que era. Aunque le daba igual.
Se