–No me extraña que te miren todos –comentó ella cuando llegaron a la salida–. Se mueren de envidia, y yo también. ¡Qué maravilla trabajar a bordo de un yate! ¿El tuyo está aquí? ¿Podemos ir a verlo cuando hayamos comido algo?
–Está atracado más adentro en el agua.
–¡Oh! –ella parecía decepcionada–. ¿Cuál es? –se puso la mano en los ojos a modo de visera y siguió la mirada de él–. ¿Es broma? ¿Trabajas en el Black Diamond? Todos en la ciudad hablan de él. ¿No es uno de los yates más grandes que hay en el mar?
El más grande.
–Leí un artículo sobre él. Si pudieras conseguirme un trabajo a bordo, sería un sueño hecho realidad.
–Puedo intentarlo –contestó él.
No era mala idea. Una distracción como ella era justo lo que necesitaba antes de volver a su casa a cumplir con su deber.
–Estoy impresionada –admitió ella–. Todos los demás son inmaculadamente blancos y tú navegas en el invento del diablo.
–Es negro –asintió él.
–Y gigantesco.
–Más grande de lo normal –musitó Luca con sequedad.
–Me alegro de que no trabajes en uno de esos edificios flotantes de cinco pisos. Encajas perfectamente en el negro. Tienes pinta de pirata. Solo te faltan un pendiente de aro y un loro en el hombro.
«Empieza el juego», pensó él cuando ambos se miraron y se echaron a reír.
Capítulo 3
SAMIA frunció el ceño.
–¿Cómo has llegado desde el barco hasta la orilla? –preguntó.
Luca se encogió de hombros.
–Nadando desde la cubierta.
Ella frunció todavía más el ceño.
–Eso explica la fina capa de arena en tu piel.
–Eres una gran detective.
–Solo curiosa –confesó ella–. Pero ¿esa cubierta no es demasiado alta para que tú saltes al mar sin peligro?
–Hay una cubierta más baja a estribor, donde guardamos las motos de agua y las lanchas con motor.
–¿«Guardamos»? –repitió ella–. ¿El dueño sabe que te apoderas de sus posesiones? Tengo la sensación de que debería saber quién es el dueño. Estoy segura de que he leído en alguna parte que es un multimillonario de una empresa tecnológica relacionado con la realeza y con fama de mujeriego –lo miró con aire apreciativo–. O sea que eres miembro de la tripulación de un yate fabuloso, y quizá incluso puedas conseguirme trabajo a bordo –comentó con una sonrisa embaucadora.
Luca frunció un poco los labios. El gesto podría haber sido una sonrisa si sus ojos no hubieran sido tan calculadores. Ella conocía esa sensación. Le dolían los músculos de intentar mantener una expresión animosa, pero no tenía más remedio. ¿Quién iba a querer contratar a una mujer con pinta de atormentada?
–Por favor, dile a tu jefe que haré lo que sea –dijo–. Dentro de un orden –añadió enseguida–. Si puedes organizarme una entrevista con el encargado o la encargada de contratar personal, no te defraudaré.
Sintió un gran alivio al ver que Luca asentía. Impulsivamente, se puso de puntillas y le besó la barbilla. Cuando vio la expresión de los ojos de él, supo que no había sido una buena decisión. No solo jugaba con fuego, sino que se arrojaba directamente en las llamas. Debería proteger su corazón, no entregárselo al primer hombre que ofrecía hacer algo por ella.
El primer impulso de él fue besarla a su vez. Porque el beso de Samia había sido una sorpresa y una maravilla. Su cuerpo era suave y cálido y olía muy bien. Quería besarla hasta que desaparecieran las sombras bajo sus ojos. Su alocado sentido del humor lo animaba, y la desesperación que detectaba detrás de su alegría lo intrigaba.
–Mi prioridad sigue siendo encontrar un trabajo –le dijo ella bruscamente, probablemente por si él empezaba a tener ideas románticas.
–Te saldrá mejor la entrevista si no te ruge el estómago –observó él.
–En ese caso, tienes mi permiso para darme de comer.
¿Y después? Tal vez se uniera a él a bordo del yate. En ese caso, sería una buena distracción. El mundo había juzgado que Pietro era un heredero más que digno del trono de Madlena, mientras que él, Luca, era el chico malo, el adolescente rebelde. Una figura oscura y misteriosa que llevaba a cabo misiones peligrosas, tenía pinta de pirata, navegaba como un pirata y, de hacer caso a la prensa rosa, pasaba de una mujer a otra como un pirata. Le quedaba mucho por hacer si quería convencer a su gente de que no era tan demonio como Pietro santo.
Samia y él salieron por la puerta.
–¡Quieto! –exclamó ella, cuando él se ofreció a llevarle la mochila–. Dentro están todas mis pertenencias. Una cosa –añadió, cuando se acercaba el portero–. Solo aceptaré un trabajo que sea legal y respetable.
–Pues claro. ¿Por quién me tomas?
–Todavía no lo sé –contestó ella con sinceridad.
El portero uniformado reconoció a Luca y abrió más la puerta.
–Príncipe –dijo, con una inclinación de cabeza–. Es un gran honor.
«¿Príncipe?». Samia respiró con fuerza. «¿Qué?».
Miró a Luca aturdida y solo le llevó un momento colocar las piezas en su sitio.
–Te conozco. Claro que sí. No trabajas en el Black Diamond. Eres su dueño. Tú eres Luca Fortebracci, heredero al trono de Madlena desde que tu hermano… –Samia se detuvo al ver la cara de él–. Perdona. Lo siento mucho. He sido una torpe. Debes de pensar que soy muy insensible.
–¿Y por qué iba a pensar eso? –preguntó Luca con frialdad–. ¿Crees que lo que tienes que hacer es darme el pésame? ¿Acaso me conoces? ¿Conocías a mi hermano?
En unos segundos, el hombre sexy y relajado que Samia había conocido en un bar se había convertido en un príncipe frío y distante.
–Lo siento mucho –repitió–. Si prefieres que no vaya contigo, me marcho.
Luca la tomó del brazo y ella entendió que tenía prisa y comprendió por qué. Por las fotografías. Había varias personas captando el momento a escondidas con sus móviles.
–Vamos –dijo Luca–. Alejémonos de aquí cuanto antes.
Samia sabía lo que era ser el foco de atención de todo el mundo, y aunque en su caso el escándalo había pasado pronto, olvidado en cuanto había surgido otro, para la realeza era algo interminable.
–Comprendo tu necesidad de discreción –dijo–. Y entiendo que todo tiene que ser tranquilo y ordenado en un yate, pero, por favor, me gustaría que me consideraras para un trabajo. Necesito algo pronto y prometo que trabajaré duro. Los dos nos hemos relajado probablemente más de lo que era nuestra intención en la última hora, pero creo que ambos sabemos que se terminó el recreo.
Luca se detuvo en la acera. Entrecerró los ojos y la miró fijamente, como si buscara llegar a la verdad. A continuación, como si hubiera alcanzado ya una decisión, hizo un gesto con la barbilla, indicando que era hora de moverse.
¿Qué debía hacer ella? ¿Quedarse donde estaba o ir con él? Miró un momento detrás de sí y optó por seguirlo.