De hecho, allí donde los significados del siglo I se mantienen a raya, los conceptos y los puntos de debate de otros siglos completamente diferentes entran y toman su lugar. De ahí toda la discusión de la “causa formal” de la justificación versus la “causa material”, los debates sobre qué puede ser tomado como el “fundamento” o el “medio” de la justificación, y así sucesivamente. ¿Dónde encontramos todo eso en Pablo o incluso en el judaísmo del siglo I? Respuesta: en ninguna parte; pero algunas tradiciones han utilizado ese lenguaje para que Pablo respondiera las preguntas que ellos quieren formular y que asumieron o esperaron que Pablo mismo se hiciera. En particular, los siglos XVI y XVII proporcionaron tantas ideas y categorías nuevas para los conceptos y relatos rectores en boga por ese tiempo que, si bien son un ejemplo maravilloso y un estímulo en muchas cosas, no deben tomarse como si fueran tribunal de apelación final. (Lo mismo podría decirse, una vez más, de Anselmo y las categorías de su época). Es preocupante encontrar a Piper animando a sus lectores a regresar no al siglo I, sino a “los movimientos de renovación cristiana de la Europa del siglo XVI”6. Es profundamente perturbador presentar ese período como la oferta de “las raíces históricas” del evangelicalismo. Los evangélicos propiamente dichos están arraigados en las escrituras y, sobre todo, en Jesucristo, de quien las mismas escrituras dan testimonio. Sus raíces no se hunden en ningún otro lugar.
Por lo tanto, las reglas de participación en cualquier debate sobre Pablo deben ser: exégesis, con todas las herramientas históricas a disposición; no dominar ni exprimir el texto hasta dejarlo sin la forma que asume naturalmente, sino más bien apoyar e iluminarlo como un texto delicado, una lectura sensible a los argumentos, a los matices. Una de las primeras conclusiones a las que llegué en las etapas iniciales de mi tesis doctoral sobre Romanos, al luchar contra los comentarios de los años cincuenta y sesenta, así como contra las grandes tradiciones (que respeté entonces y aún respeto) de Lutero y Calvino, fue que, cuando te escuchas decir: “Lo que Pablo realmente estaba tratando de decir era...” y entonces propones una oración que solo corresponde tangencialmente a lo que Pablo escribió, es hora de pensar de nuevo. Sin embargo, cuando trabajas de aquí para allá, de un lado a otro, investigando un término técnico clave aquí, explorando un relato rector más amplio allí, preguntando por qué Pablo usó esta palabra de conexión particular entre estas dos oraciones, o esa cita bíblica particular en este punto del argumento, y finalmente sientes que puedes decir: “Quédate ahí; mira las cosas desde este ángulo; ten en cuenta este gran tema bíblico, y luego verás que Pablo ha dicho exactamente lo que dijo, ni más ni menos”, entonces sabes que estás bien parado. Incluso si —¡especialmente!— resulta que Pablo no dice lo que siempre pensamos que había dicho o que no es exactamente lo que nuestra tradición o nuestro sermón favorito esperaba que dijera al respecto.
En este contexto, debo levantar una fuerte protesta contra una traducción particular. Cuando la Nueva Versión Internacional (NVI) fue publicada en 1980, yo fui uno de los que la aclamó con deleite. Le creí cuando garantizó que traduciría fielmente y sin inyectar paráfrasis extras ni glosas interpretativas. Un fuerte contraste con la entonces popular versión Reina Valera 1960.7 Entonces, prometió constituir tal adelanto en relación con una versión que ya parecía anticuada (la RSV),8 que la recomendé a estudiantes y miembros de la congregación a la que estaba sirviendo. La desilusión llegó en los dos años posteriores, cuando yo daba un curso versículo por versículo a través de varias de las cartas de Pablo (nada menos que Gálatas y Romanos). Una y otra vez, con el texto griego frente a mí y la NVI al lado, descubrí que los traductores habían seguido otro principio, considerablemente más alto que el indicado: asegurarse de que Pablo dijera lo que la tradición protestante y evangélica en general decían que él había dicho. No sé qué versión bíblica usan en la iglesia del Dr. Piper, pero sí sé que si una iglesia solo, o mayormente, depende de la NVI, nunca va a entender lo que Pablo dijo.
El que estoy haciendo es un reclamo de calibre; y lo he hecho, renglón por renglón y en relación con Romanos, en mi comentario mayor, que reproduce la NVI y la versión en boga y luego comenta el texto griego competente a las dos traducciones. Sí, la RSV gozaba de mayor acogida y a veces también decepciona, pero en ninguna parte tanto como la NVI. Y sí, la NVI ha pasado ya por nuevas adaptaciones en las que, al menos algunas de sus peores características, creo yo, se han modificado, pero ya son muchos los que, tras haberse cambiado a la NVI, están ahora atrapados, leyendo Romanos 3: 21-26 así:
Pero ahora, sin la mediación de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios... Esta justicia de Dios llega mediante la fe en Jesucristo a todos los que creen... [Dios] lo ofreció... para así demostrar su justicia. anteriormente, en su paciencia, Dios había pasado por alto los pecados; pero en el tiempo presente ha ofrecido a Jesucristo para manifestar su justicia. De este modo Dios es justo y, a la vez, el que justifica a los que tienen fe en Jesús.
En otras palabras, “la justicia de Dios” en 3: 21 solo puede significar “el estatus de ser declarados justos que les llega a las personas de parte de Dios”, mientras que su término equivalente en 3: 25 y 3: 26, claramente se refiere a la propia rectitud de Dios —por lo cual, presumiblemente, la NVI lo tradujo como “justicia” para que el lector no se diera cuenta del engaño. En el siguiente párrafo, ocurre una falla de traducción similar, a la que volveremos nuevamente. En 3: 29, Pablo plantea la pregunta: “¿Es acaso Dios solo el Dios de los judíos?” con el monosílabo ē, normalmente traducida o: “¿O es Dios solamente el Dios de los judíos?”. En otras palabras, si la declaración de 3: 28 fuera a cuestionarse, parecería que Dios fuera solamente el Dios de los judíos; pero la NVI, firme en la tradición que no ve una conexión orgánica entre la justificación por la fe, por un lado, y la inclusión de gentiles dentro del pueblo de Dios, por el otro, se resiste a esa clara implicación al omitir la palabra de manera absoluta. No más que una brisa en un viento tempestuoso. Y, aquellos a quienes el viento ha arrastrado, bien pueden llegar a olvidar que están leyendo una traducción visible y demostrablemente defectuosa, y creen que eso es exactamente lo que dijo Pablo.
Por supuesto, una lectura más atenta al mundo en el que el apóstol vivió y pensó se habría percatado inmediatamente de las conexiones y significados. Pero, para ir más lejos con esto, necesitamos otro capítulo.
1 A esa altura de su discusión (p. 60) él indica que yo, además, echo por la borda la comprensión “ortodoxa”; esto es, Ortodoxa Oriental, lo que no deja de ser curioso, por cuanto la Iglesia Ortodoxa no tiene una teología especial de la justificación. Los debates relevantes se han desarrollado en occidente, siguiendo a Agustín. Ver Bray, en Packer et al., 1986; y McGrath, 1986: 3s.
2 Ver también Bird, 2007: 70; 87.
3 Whiston s. f.; Edersheim, 1883. De esos dos trabajos se hicieron varias ediciones. Las aquí citadas son de las que dispongo.
4 Piper, 2007: 36, n. 5
5 Piper, 2007: 37.
6 Piper, 2007: 25 n. 3, citando a Scott Mnetsch.