—Es luchona la Geraldine, ¿sabe? Y tiene el ego por las nubes. Cuando le digo “estás bonita”, siempre me responde “soy bonita”. Le pregunté si se acordaba de que el año pasado nos fuimos a meter en estas fechas a una laguna del parque O’Higgins. Fue entretenido porque me dijo “mojémonos las patitas” y al final terminamos mojadas enteras. Se acordaba. Solo no sabe lo que le pasó, por qué está aquí… Eso no… Está bien, ahora le puse música y nos pusimos a cantar.
—¿Qué cantaron?
—Y ahora quién, si no soy yo, me miro y lloro en el espejo y me siento estúpido, ilógico, y luego te imagino toda regalando el olor de tu piel… Esa de Marc Anthony, ¿se la sabe?
Las muchachas se conocieron en el liceo Sara Blinder de Santiago. Se hicieron cercanas, aunque solo podían verse de lunes a viernes en horario escolar. Geraldine debía cuidar a un hermano menor en casa de su mamá y Jesenia desde que tiene 12 años vende muebles los sábados y domingos para ayudar a su familia. “Mi papá los hace y yo los comercio”, explica.
Aun así, se las arreglaban para pasarlo bien y siguieron en contacto cuando Geraldine se fue a vivir con su papá y se cambió al Liceo Consolidada Dávila en Pedro Aguirre Cerda. El colegio donde se grabó El reemplazante es un establecimiento municipal técnico al que asisten niños de un perfil muy similar al de la serie: alta vulnerabilidad social y padres con bajo nivel educacional. Según los datos de Agencia de Educación, en la prueba Simce los resultados de los alumnos en todos los niveles muestran un aprendizaje insuficiente, pero hay un indicador en que los estudiantes superan al promedio: en un 84 % afirman que se esfuerzan para mejorar.
En las paredes de este lugar, ubicado en el exfundo Ochagavía, está escrita una consigna:
“Los niños nacen para ser felices”. Allí, donde los jóvenes realizan cabildos y discuten de contingencia, Geraldine tuvo un remezón político que sorprendió a Yesenia.
—Cuando comenzaron las protestas me decía: “¿Estás clara por qué vas a ir? Esto no es para andar hueviando. Yo voy porque la educación es un derecho, por una pensión digna para mi papá, por esas cosas”. Yo también he marchado. A mi papá, como al tío Héctor, tampoco le gustaba que yo participara, pero al final se daba cuenta que no sacaba nada con prohibirme y me decía: “Hay que estar viva, Jesenia Aracely, avispá”.
Héctor le daba el mismo consejo a Geraldine. Aquella tarde en que casi le arrebatan los sueños le envió un WhatsApp: “Mucho cuidado que hoy va a estar sumamente pesado el ambiente, vente luego, hija. Igual me tienes preocupado”. Lo que vino después, dice Héctor, fue como si el suelo se abriera y él cayera en un pozo en el que los días se resumen en angustia y más angustia.
Sabe que le avisaron por teléfono de un accidente; que llegó hasta la ex Posta Central; que le comunicaron que había pocas esperanzas; que en redes sociales se publicó que su hija estaba muerta y que todos en su familia sufrieron una mañana con esa noticia falsa; que en algún momento la llevaron a una clínica, aunque él no lo había autorizado; que después de muchos años volvió a rezar todos los días a las 15 y a las 21 horas; que lo acosaron abogados y periodistas; que lloró sin pudor hasta que decidió que derrumbarse no era una opción.
Sabe que tiene pena y rabia, y cuando está solo ruega que quien dañó a Geraldine dé la cara.
—El carabinero que le disparó a mi hija sabe que disparó. Debe haber estado drogado, de alguna u otra forma, porque una persona normal, natural, no actúa de esa manera con nadie.
Le dieron, en los términos que llaman ellos, a quemarropa. Quiero que sea hombrecito, que diga “yo soy el culpable de esto, yo soy mandado, a mí me mandaron a hacer esto”. Que diga quién lo mandó.
El 13 de diciembre el INDH presentó en el Séptimo Juzgado de Garantía de Santiago una querella por homicidio frustrado por los casos de Geraldine y de Héctor Gana. Sobre la muchacha, el texto consigna que según “el relato de testigos, en el lugar había varios piquetes de carabineros de Fuerzas Especiales (FF.EE.) disparando con escopetas antidisturbios y carabina lanza gases de forma directa a la parte superior del cuerpo de los y las manifestantes, en un ángulo de 90 grados (…), aproximadamente a unos 30 o 40 metros de distancia de la víctima”.
La investigación penal la tomó originalmente la fiscal de flagrancia, Débora Quintana, quien afirmó que no existía claridad respecto de qué elemento impactó a Geraldine, solo estableció en primera instancia que se estaba ante un “objeto contundente”. Luego la indagatoria quedó a cargo de la persecutora de Alta Complejidad de la Región Metropolitana Norte, Ximena Chong, quien trabaja hoy en el asunto con las brigadas de Homicidio y de Derechos Humanos de la Policía de Investigaciones. El avance es lento: se busca establecer con precisión científica qué ocurrió con exactitud y para ello es fundamental la ficha médica de Geraldine —para conocer si fueron extraídos de su cabeza trazos de metal o de algún otro elemento— y la declaración de los testigos, muchos de los cuales desconfían de la justicia. En todo caso, ellos informaron a los rescatistas que a la adolescente la había alcanzado una lacrimógena.
En medio de este torbellino judicial que no entiende del todo, Héctor se aferra a las cosas buenas. Hace una semana Geraldine despertó y él le puso un tema de Luciano Pereyra, porque le gusta a ella; y otro de Los Vásquez, porque le gusta a él. Y Geraldine cantó como lo hizo en víspera de Navidad con Yesenia. Sabe que lo que viene es cuesta arriba, posiblemente años de rehabilitación: su hija no ha recobrado la movilidad voluntaria en sus extremidades y a veces no se conecta con quien le habla. En otras ocasiones, sí dialoga y hace bromas, como antes.
—Tengo valor porque mi hija está mejor. Ella está luchando. Yo no podría pagar una clínica como esta. Para eso se tiene que tener mucho dinero y de a dónde. ¡Esa es la desigualdad, poh! Por eso entiendo este período que está pasando, entiendo a los chiquillos, a los estudiantes. Porque ya los viejos no dan más, ellos no están para salir a la calle. Ella me ha enseñado eso con el estallido.
PREMIO CATEGORÍA ENTREVISTA
HABLA POR PRIMERA VEZ LA MUJER QUE DENUNCIÓ POR ABUSOS AL SACERDOTE RENATO POBLETE
María Soledad Vial
27 de enero
El Mercurio
‘“Soy Marcela Aranda Escobar, ingeniero mecánico y teóloga. Soy profesora de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica de Chile, hago clases de teología y también en el programa de Pedagogía en Religión Católica de la PUC. Soy mamá de una hija que quiero mucho y, además, vivo con mi padre ya anciano. Me siento sobreviviendo con gran esfuerzo, mucha ayuda especializada y el cariño de mis amigos por abusos horrorosos’. Frente a nosotros está una mujer de 53 años, de pelo corto y canoso, pantalón sencillo y blusa blanca, unos pequeños aros turquesa como único adorno. Tatuajes en su brazo derecho y en su hombro izquierdo llaman la atención, son recientes, dice cuando le preguntamos, ‘es parte del proceso, son como mis cicatrices’”.
Así comienza la entrevista que le realizó María Soledad Vial a Marcela Aranda, la mujer que casi 30 años después de ser abusada por el sacerdote Renato Poblete decidió hacer públicos los hechos. La revelación causó un gran impacto, no solo en círculos religiosos, sino en la sociedad toda porque hasta entonces el religioso era considerado intachable y el rostro más conocido del Hogar de Cristo, donde fue capellán mientras estuvo vivo.
Se trata de una larga conversación, con algunos pasajes de descripción, pero que fundamentalmente conducen al lector a interiorizarse de la denuncia a través de las palabras de la entrevistada. En ella, como señalaba Oriana Fallaci, queda de manifiesto que “una entrevista es algo extremadamente difícil, una examinación mutua, una prueba de nervios y de concentración”.