Agradecimientos
Gracias a José Antonio González Salgado por solventar muchas de mis dudas gramaticales.
Gracias a Gema y a Lola por su imperecedera y entrañable amistad.
Gracias a mi prima Mari, a María Ángeles (por siempre, «Ella») y, en general, a toda mi familia murciana; a ellos dedico las alusiones a la linda tierra de Murcia existentes en la novela.
Gracias a Belén porque en esas grises mañanas de lunes su conversación invariablemente lograba que mi gesto mudase de cóncavo a convexo.
Gracias a Adriana, Raquel, Marta, Máryoris y todas sus compañeras por procurarme los escasos momentos de solaz que me he permitido durante la elaboración de esta novela y que tanta fuerza me han dado para seguir adelante.
Gracias a Maribel por concederme licencias que han trocado en gentil marea fieros oleajes que a punto estuvieron de hacerme naufragar.
Gracias a Gonzalo por enviarme fotos de sus triunfos deportivos y por demostrarme que quien no se rinde conquista la meta.
Gracias a Teresa Laredo por su escucha, comprensión e increíble buen hacer y, muy en particular, por aquellos abrazos que me regaló en los tiempos más duros.
Gracias a Javier y Veva porque, desde que pusieron pie en mi día a día, me han respaldado en todos mis proyectos con la discreción, consideración y paciencia propias de las personas que realmente merecen la pena.
Gracias a Yolanda, Marta, Raimundo y Tina por esas afables tertulias que, de vez en cuando, me animaban a abandonar el siglo xvii y regresar al xxi.
Gracias a Mercedes y Susana porque, pese a no verme, llenaron mi móvil con mensajes repletos de atenciones y afecto.
Gracias a Ángel, un verdadero ángel para mí a lo largo de este transitar, pues no sé de qué manera lo averiguaba, pero siempre aparecía en las curvas más tortuosas del camino.
Gracias a Nancy por aliviar la soledad de horas y horas de escritura, por compartir conmigo un año difícil para las dos, por hacerme partícipe de sus tristezas, por permitirme abrazar sus lágrimas, por enseñarme cómo encarar la vida… y también la muerte. Y gracias también a su hermana Ramona, de quien tanto aprendí sin siquiera conocerla. Afortunado el Cielo; hoy disfruta de un alma en verdad bella.
Gracias a Mar, Carolina, Olga y Dani, otrora compañeros y ahora grandes amigos, por no olvidarme en mis ausencias, por ese ramo de flores que me conmovió hasta el llanto, por sus risas, su calidez, su ayuda, su cariño… Gracias, «ángeles del infierno», por estar siempre ahí.
Gracias a Maribel Heras Ferrer por mostrarme que incluso en los peores envites es posible sonreír. De seguro el cielo de Madrid luce ahora más bonito, pues la estrella de esta pequeña gran mujer ya brilla en él.
Gracias a Julio Garrido, uno de esos seres de luz que cualquiera querría tener cerca, por los aperitivos de sábado que me obligaban a despegarme del ordenador para airearme un rato, por las bromas, los chistes, las magistrales lecciones a propósito de Verne, los divertidos panegíricos sobre las excelencias de Walt Disney… Gracias por enseñarme que la edad reside en la mente, no en un carnet de identidad y que, lejos de resignarnos al paso del tiempo, podemos soslayarlo aferrándonos al niño que todos llevamos dentro.
Gracias a Cam por algo que me dijo hace muchas lunas y que prendió en mi memoria. «Your will power will get you wherever you want» (‘tu fuerza de voluntad te conducirá donde tú desees’). No erraba, pues ciertamente ha sido la fuerza de voluntad lo que me ha impedido claudicar en no pocas umbrías.
Gracias a mi hermana, durante años el espejo en el que me miré, por facilitarme un sinfín de primeras experiencias, en particular, la de escribir mi primer cuento, pues ella me compró el cuaderno cuyas páginas acogieron mis letras novicias.
Gracias a mi padre, hombre reacio a frecuentar los lares de la palabra, pero adscrito al señorío de los colores. Aficionado a la pintura, bosquejaba emociones valiéndose de un pincel y las plasmaba en lienzos rebosantes de sentimiento que luego regalaba a sus allegados. Uno de los personajes de esta novela honra su recuerdo.
Gracias a mi madre, mujer de increíble fortaleza y un pozo sin fondo de vivencias que la convirtieron en una luchadora encomiable. Gracias por su valentía, su arrojo y su denuedo, gallardas virtudes que admiro y respeto.
Gracias al Curro, la Curri, Carlos, Susana y Lucía por su cariño incondicional, ese que se ofrece sin pedir nada a cambio, sin preguntas ni censuras ni críticas ni quejas. Gracias por estar conmigo pese a que mi encierro apenas me permitió estar con vosotros.
Gracias a Nova Casa Editorial y, en particular, a Joan por confiar en mi historia y darme la oportunidad de mostrársela al mundo.
Gracias a Abel por su corrección literaria, sus acertados comentarios, y, sobre todo, gracias por ese correo electrónico que me envió tras leer la novela y que siempre guardaré en mi cajón de autoestima.
Gracias a Lourdes Cañadilla, una de las personas más dulces con las que me he cruzado, por su respaldo constante, su ánimo, su contagiosa alegría y esa especial manera de hacer y decir las cosas que tanto reconforta a todos los privilegiados que estamos a su vera.
Gracias a Francesc Bailón, fantástico antropólogo, explorador, escritor, profesor, reputado experto en el mundo ártico y un extraordinario ser humano a quien conocí cuando me lo presentaron como el guía de un viaje a Groenlandia y acabó convirtiéndose en uno de esos amigos que, a diario, puntada a puntada, tejen el cálido abrigo de la amistad. Gracias, Francesc, porque, durante aquella charla que surgió en un chum de la fría Siberia, tus palabras resucitaron mi añejo anhelo de escribir un libro. En ese momento solo tenía la sinopsis y una ilusión; tras hablar contigo, la sinopsis maduró hasta alumbrar esta novela y la ilusión trocó en la huella inaugural de un camino de vida. Gracias porque tus consejos, tu ayuda y tu apoyo moran ahora en los cimientos de un sueño cumplido.
Y, como en toda procesión del siglo xvii donde la máxima autoridad siempre asomaba en último lugar, clausuro mi rosario de gratitudes dedicando un GRACIAS en mayúsculas a Manolo, mi marido. Gracias por viajar conmigo en el tiempo y quedarte en la puerta del Madrid de hoy presto a evitar que me perdiera en el Madrid de ayer, por acompañar mis luces y acariciar mis sombras, por ceder a mi proyecto demasiados momentos que te pertenecían, por aceptar la soledad que mi retiro te ha supuesto sin jamás aliviar la sonrisa, por reprimir tus lágrimas para enjugar las mías, por aparcar tus desvelos para mecer los míos, por olvidarte de ti para cuidar de mí. Gracias por leer cada capítulo cien, mil, diez mil veces, por tus correcciones, tus atinadas sugerencias, tu sinceridad, tus críticas, en ocasiones difíciles de escuchar y, a la postre, difíciles de expresar… Gracias por regalarme un amor diamantino, ese que no se cuartea ni en las más cruentas embestidas, ese que ennoblece a quien lo siente y también a quien lo recibe. Gracias porque, sin tus huellas escoltando las mías, este sueño no habría conseguido transitar tierras de realidad. Gracias, mi gentil caballero. Gracias por tanto; gracias por todo.
Miel escancias sobre mis desvelos,
Abril procuras