–Repito, deberías hablar con tu padre.
–¿No habrás dado crédito a semejante embuste?
–Solo te estoy contando lo que me dijo.
–¿Qué más te dijo?
–Que tu familia jamás aceptaría un compromiso con alguien como yo.
–Eso es absurdo.
–Te aprecio muchísimo, Charly, nos conocemos desde niños, eres mi mejor amigo, solo deseo lo mejor para ti y creo que lo mejor para ti ahora es ir a Londres y aclarar tu situación con tus padres, comprobar si ya han firmado alguna propuesta de matrimonio en tu nombre, y después de eso hablaremos. No me moveré de Elderslie, te lo prometo.
–No puede ser, tú tienes que venir conmigo a Londres, hablaremos los dos…
–No, esto es algo que tienes que averiguar tú solo.
–Ladies and Gentlemen! –gritó otra vez Petrescu y Aurora soltó la mano de Charles, se apartó un poco de él y miró al frente–. Habéis sido testigos no de un simple truco de magia, sino de un proceso alquímico de viaje en el tiempo. ¿Alguien se atreve a probarlo en su propia carne?
–¿Viaje en el tiempo? –preguntó un caballero y el mago le hizo una reverencia–. Su ayudante está ahí mismo, detrás de usted…
–Claro, milord, ella ha ido y ha vuelto en unos segundos, el viaje en el tiempo no cuenta las horas y los minutos como nosotros, solo son instantes.
–Una patraña… –soltó alguien por ahí y todo el mundo se echó a reír, Aurora se sintió muy incómoda por el pobre monsieur Petrescu, que solo estaba haciendo su trabajo y se puso de pie.
–¿Milady? –preguntó él con su acento eslavo.
–¿Es inocuo? Quiero decir, ¿es inocuo viajar por el espacio tiempo?
–Espacio tiempo, un término muy exacto, milady, veo que está familiarizada con el concepto.
–He leído algunos libros y mis padres… –de repente se fijó en que todo el mundo la estaba mirando con atención y se sonrojó–. Mi padre era explorador y arqueólogo, un hombre de ciencia que, sin embargo, creía en la posibilidad del viaje en el tiempo.
–Su padre era un hombre sabio, lady…
–FitzRoy, Aurora FitzRoy.
–Encantado, milady, es un placer hablar con una mente abierta como la suya –se escucharon cuchicheos y risas ahogadas, pero Aurora no se sentó–. Y he de decirle que sí, efectivamente, el viaje en el tiempo es inocuo, yo mismo lo he probado muchísimas veces.
–¿Y adónde ha ido? –preguntó con sorna su primo Henry y todos le celebraron la gracia.
–Me temo que ese no es un tema para tratar en público, milord, aunque he escrito varios libros al respecto que usted puede leer cuando guste.
–En Oxford no creo que los encuentre.
–Tal vez se equivoque, milord. En fin… –dio una palmadita y miró a todo el público con una gran sonrisa–. ¿Alguien dispuesto a vivir un viaje por el espacio tiempo? ¿Nadie?
–Yo –dijo Aurora muy convencida y se encaminó hacia el círculo decidida, aunque Charles la intentó sujetar por la falda del vestido–. Será un honor, monsieur Petrescu.
–Una joven valiente, milady –le besó la mano muy educadamente y sus ayudantes abrieron la caja de madera forrada de terciopelo–. ¿Está preparada?
–Absolutamente.
–Adelante…
Le hizo un gesto con la mano para que subiera los cuatro escalones que la separaban de la caja y ella asintió, pero primero alzó la mirada y recorrió al público con atención. A saber, su tío y sus primos siguiendo la escena con una sonrisa, su prima Rose lloriqueando agarrada a la mano de su amiga Theresa Etherington, Charles de pie y con cara de preocupación, su tía Frances bufando de vergüenza e indignación. Era todo un espectáculo observarlos desde allí y miró las imponentes piedras de Stonehenge recortadas contra la oscuridad antes de entrar en la caja y recostarse con cuidado sobre un agradable y blandito fondo de seda.
–Cierre los ojos, respire hondo y déjese llevar, milady. Buen viaje –susurró monsieur Petrescu antes de bajar la cubierta de la caja.
Ella obedeció y cerró los ojos oyendo como las consabidas cadenas y los candados empezaban a cercarla con mucho escándalo. Era parte del espectáculo, pensó, decidida a disfrutar la experiencia, se cruzó de brazos y se durmió.
[1] Dawn es la versión inglesa del nombre latino de Aurora.
Capítulo 1
29 de junio de 2019. Salisbury, Condado de Wiltshire, Inglaterra
Miró el green y respiró hondo disfrutando del aire puro, el buen tiempo y la tranquilidad del campo de golf a esas horas de la tarde. Le encantaba jugar solo y tranquilo después de las siete, cuando los jubilados y los golfistas más habituales entraban al club para cenar.
Agarró el palo con las dos manos y sintió un escalofrío por todo el cuerpo; detuvo el movimiento, se enderezó y miró a su alrededor. Ni un alma, ni siquiera un caddie, porque no solía utilizar sus servicios, así que volvió a su posición y se dispuso a ejecutar el swing, pero antes siquiera de volver a parpadear, el teléfono móvil le vibró en el bolsillo trasero de los pantalones.
–¡Maldita sea! –gruñó, mirando el aparatito. El segundo mensaje de Perpetua, su ayudante, diciéndole que Karen y Paulette, dos de sus amigas, lo habían llamado ya catorce veces al despacho. Una pesadilla.
Hacía cuarenta y ocho horas a punto habían estado de crucificarlo por infidelidad y mal comportamiento, y ahora no lo dejaban en paz e insistían en hablar con él, cuando él ya no tenía nada que hablar con ninguna de las dos.
–Os podéis ir al carajo –susurró apagando el teléfono móvil, y lo guardó nuevamente en el bolsillo.
Existían mujeres muy perseverantes. No conocía a tíos así, la mayoría de sus amigos o conocidos daban un poco la lata, pero se solían rendir pronto cuando la negativa era tajante, sin embargo, algunas tías te podían perseguir durante años y años y no se cortaban un pelo. Él había conocido a varias, alguna a punto había estado de volverlo loco, y Karen y Paulette estaban empezando a entrar en esa categoría: la de las locas desatadas y carentes de vergüenza que no aceptaban jamás un no por respuesta y que consagraban su vida a intentar cambiarte, cuando a él no lo cambiaba ni Dios.
Hacía dos días Karen lo había pillado con Paulette en la cama de un hotel. Había aparecido por sorpresa, después de engañar y sobornar al recepcionista, y había montado tal escándalo que el gerente y el jefe de seguridad aparecieron en la suite para llamarles la atención y pedirles que se marcharan.
Él odiaba ese tipo de gilipolleces, nunca las había tolerado, y como no tenía ningún compromiso con ninguna de las dos no se sintió culpable ni responsable de nada, al contrario, se había cabreado y las había dejado plantadas sin despedirse. A una por entrometida y a la otra por escandalosa, porque Paulette, en lugar de mantener la calma, se había puesto hecha un basilisco y había intentado abofetearlo.
A la media hora de aquello, Karen ya lo estaba llamando para reconciliarse, llorando arrepentida, Paulette igual, así que había decidido no hablar con ninguna y escaparse a Bath, a casa de su hermana Meg, donde podía pasar un par de días tranquilo y jugando al golf totalmente en paz porque nadie, ninguna de sus conquistas, sabía dónde vivía su hermana y ni en sueños podrían localizarlo.
Espantó los malos rollos y volvió a fijarse en el green, se puso en posición y levantó el palo, pero una dulce