–Por favor…
–Yo creo en la palabra de Aurora y nadie me convencerá de lo contrario. Soy adulta, médico, he disfrutado de una gran formación académica, creo que idiota no me consideras, así que, por favor, déjalo ya, ¿quieres? Los tres creemos que Aurora es quien dice ser y nos vemos en la obligación de ayudarla. Ayuda tú un poco y al menos déjanos en paz.
–Existen variables empíricas que pueden haberse cruzado en el camino de Aurora –opinó Ben.
–¿Cuáles?
–Stephen Hawking habló de órbitas alrededor de agujeros negros que, según las ecuaciones de la teoría de la relatividad, son «atajos» que recorren el espacio-tiempo…
–¿Y no lo desmontó todo en el 2009?
–Sí, y luego volvió a hablar de que la física podría conseguirlo, escribió que el tiempo fluye a diferentes velocidades en distintos sitios y que, si se consigue controlar los diversos ríos temporales, se podría viajar en el tiempo.
–Ok, Einstein y Hawking lo creyeron posible. Sin embargo, y con todos los avances tecnológicos que tenemos, aún no se ha conseguido, que sepamos, mandar a ningún ser humano a ninguna parte. ¿Cómo cojones el mago Petrescu, en el siglo XIX, lo consiguió?
–Eso es lo que queremos averiguar.
–Ay, madre mía.
Se pasó la mano por la cara y pensó en Aurora. Esa pobre chiquilla que en realidad parecía salida de Orgullo y prejuicio.
Era preciosa, nunca había visto una cara tan simétrica, proporcionada y perfecta, una piel tan luminosa, unos ojos tan profundos e inocentes, y cuando esa tarde había entrado sin avisar en el salón de su hermana, había perdido un poco la perspectiva al verla sentada en una silla bordando en silencio. La espalda recta, el cuello esbelto, los hombros estrechos, y ese pelo largo, oscuro y ondulado, sujeto en una única trenza que le daba un aire casi angélico, más bien cinematográfico, que lo había fascinado durante unos segundos eternos, hasta que al fin pudo hablar y comportarse como una persona normal.
Obviamente, era un ser humano especial, magnético. Si estuviera más centrada podría ganarse la vida como modelo o como actriz, o incluso como otra cosa más interesante, porque encima se expresaba de maravilla y parecía culta y muy inteligente, y comprendía la fascinación que provocaba en la gente, sobre todo en buenazos ingenuos y noveleros como Meg, Ben y Zack. Lo entendía perfectamente, y no quería arruinarles el entretenimiento, pero alguien allí debía empezar a poner un poco de orden o acabarían todos escaldados.
–¿Qué pretendéis investigando a Petrescu?
–No lo sabemos. En realidad, estamos casi seguros de que lo mataron en 1819, después de que fuera detenido por hacer desaparecer a una joven aristócrata durante un truco en Stonehenge…
–O sea, a nuestra lady FitzRoy –interrumpió Zack.
–Pero, con algo de suerte, igual podemos dar con algún discípulo suyo que nos aclare sus secretos mágicos, el asunto del viaje en el tiempo y pueda ayudar a Aurora.
–¿Ayudarla cómo?
–Mandándola de vuelta a su época –Meg lo miró y le sonrió.
–¿Me estás hablando en serio?
–No podemos dejarla en el aire sin esperanza, no perdemos nada investigando un poco.
–Si estuviéramos en su lugar, haríamos lo imposible por encontrar una vía de regreso –susurró Ben–. Tampoco es tan descabellado buscar opciones y personas que nos puedan dar alguna solución.
–Increíble.
Se levantó y se estiró cuan alto era, agarró a su hermana y le pegó un abrazo, le besó la cabeza y luego los miró a los tres.
–Que conste en acta que para mí Aurora FitzRoy, o como se llame, solo es una niña de buena familia que vive en medio de una paranoia considerable, alimentada por vuestra fe ciega y por vuestra generosidad desmedida. No soy siquiatra como tú, Ben, pero mi perspectiva es más objetiva. No obstante, y para que nos quedemos tranquilos, mientras vosotros vais tras la pista de ese mago, yo voy a contratar a alguien que busque minuciosamente alguna información sobre esta chica o sobre su familia, nos la sitúe de una vez por todas y todos volvamos a la normalidad.
–¿A quién vas a contratar? Ya hemos hablado con la poli y…
–Hay gente por ahí que maneja más información que la poli, Scotland Yard, la CIA, la Interpol o el Mosad juntos, que trabajan bien y discretamente. Hoy por hoy no existe nadie, en ningún rincón del mundo, que no esté controlado de alguna manera, mucho menos alguien como ella.
–Guau, me pones cantidad cuando hablas así, Richard –bromeó Zack y él movió la cabeza.
–Los llamaré el lunes. Ahora me voy a Salisbury, me esperan para pasar el domingo en el campo.
–¿No se tratará de una de esas redes paralelas de Internet o de algo clandestino que pueda perjudicar a Aurora?
–No, Meg, se trata de una empresa de alta seguridad e información confidencial que trabaja para nosotros a nivel financiero. No te preocupes.
–Valdrá una pasta.
–Valdrá la pena. Me voy.
Capítulo 6
4 de agosto del año 2019. Treinta y siete días aquí
Más de un mes aquí y sigo sin esperanzas concretas sobre mi futuro. Aunque Meg y Ben hacen verdaderos esfuerzos por encontrar respuestas y a personas que puedan ayudarme a volver a casa, de momento no hay nada en claro, y solo me queda esperar.
Estoy aprendiendo muchas cosas, ya salgo a la calle, ya conozco Bath, que es mucho más bonito de lo que era en tiempos de la señorita Jane Austen, y he aprendido a usar un aparato que se llama «teléfono» y que sirve para hablar con cualquier persona, de cualquier parte del mundo, a la hora que sea. Hay de dos tipos: fijos y móviles, y a mí me han enseñado a usar los dos, aunque no lo veo necesario porque no conozco a nadie aquí.
También he descubierto que Margaret es ginecóloga, una especialidad médica que cuida de la salud de las mujeres. Ella también las asiste en el parto y hace otro tipo de operaciones quirúrgicas como la cesárea. Debe ser muy buena en su trabajo, porque además de ser muy inteligente, y muy resuelta, es muy dulce. Todo esto me lo explicó esta semana, porque me bajó el periodo y tuve que solicitar su ayuda.
En un principio me dio un poco de vergüenza acudir a ella con una cuestión tan íntima, pero se lo tomó con mucha naturalidad y en seguida me llevó al cuarto de baño para enseñarme la variedad de «recursos» higiénicos, así los llamó ella, con los que cuenta una mujer en el siglo XXI. De este modo conocí las «compresas» y los «tampones», que son unos artilugios cilíndricos que me aconsejó utilizar más adelante. De momento me regaló varias cajitas de compresas, unas bandas que contienen algodón, pero que están reforzadas con plástico, que es un material que en esta época está en todas partes. He aprendido a usarlas y es cierto, es un recurso muy higiénico, y muy cómodo, mucho más discreto, desde luego, que los paños de tela que mi doncella preparaba para mí cada mes.
Está sonando el teléfono insistentemente y creo que debería contestar.
Llegó al Royal United Hospitals de Bath andando, haciendo el recorrido que Margaret solía hacer en bicicleta, y se encontró con Ben en la entrada. Parecía preocupado, pero al verla le sonrió y le sujetó las manos.
–No imaginé que pudieras llegar sola, no hacía ninguna falta.
–¿Cómo que no? Me hubiese muerto de preocupación en casa. ¿Cómo está Meg?
–Ya la han operado y la llevarán a su