Participan del movimiento de teshuvá, término que implica el retorno al judaísmo y el “arrepentimiento”. Esto se acompaña de una ruptura y estricta separación entre judíos y goyim (no-judíos, gentiles) que intenta impedir la asimilación y su riesgo de desaparición del pueblo judío; es, pues, una redefinición de la identidad judía. El Bloque de Fieles colaboró en la apertura de grandes yeshivot (institutos talmúdicos) para “arrepentidos”. Pese a su distanciamiento del sionismo laico, trata de integrar lo que éste haya aportado de positivo interpretándolo desde su perspectiva mesiánica:
«La corriente religiosa más celota, representada por grupos como Gush Emunim (Bloque de los creyentes), creado en 1974 tras la guerra de Yom Kippur, o la más extremista de Meir Kahane, no duda en apropiarse los logros del sionismo laico, al que considera como una etapa más en el proceso histórico que conduce a la redención final del pueblo de Israel con la plena independencia de la tierra y del Estado de Israel. Esta corriente celota trata incluso de acelerar los tiempos mesiánicos mediante un agitado activismo político, que no para mientes ante la lucha violenta» [Trebolle, en Mardones, 1999:197].
En 1977, el Likud de Menahen Begin gana las elecciones (por primera vez desde 1948 dejan de gobernar los laboristas). Los apoyos, simpatías y complicidades del Gush crecen mucho más con este Gobierno. Sus colonizaciones son totalmente legitimadas por el Primer Ministro. Al año siguiente, en 1978, aparecen dos libros de autores “arrepentidos” que tendrían gran divulgación: Ser judío, de Shimon Hurwitz, judío americano que descubre su identidad a través de una yeshivá, y El camino de regreso, de Mayer Schiller. Hay en todos ellos una crítica al enfoque de la Haskalá, la Ilustración judía, a través de la cual parte de la intelectualidad se había emancipado de la tutela de los rabinos y compartía un “humanismo universal”. El sionismo inicial sería hijo de la Haskalá.
La luna de miel entre el Gush y Begin duró poco. La visita de Sadat a Jerusalén en el otoño de 1977, pero sobre todo los acuerdos de Camp David y el Tratado de Paz de 1979 fueron vistos como capitulaciones ante las exigencias de los goyim. (Kepel, 1991:225)
Desde 1980, algunos dirigentes del Gush se habían volcado al activismo violento, sustituyendo a un Estado que consideran demasiado blando en la cuestión palestina. Es el tránsito al terrorismo. En 1984 la policía israelí detiene a algunos de sus miembros terroristas que intentaban hacer saltar por los aires varios autobuses árabes. Al mismo tiempo, otros planeaban volar las mezquitas de Rocher y Al-Aqsa, situadas en la explanada del Templo de Jerusalén. Dinamitar la “abominación” incitaría a millones de musulmanes a la yihad, lo cual pensaban que precipitaría a la humanidad entera a una confrontación definitiva. La victoria de Israel al final de esa prueba de fuego largamente esperada prepararía el camino para la llegada del Mesías. El Estado de Israel, sionista y secular, daría paso a un reino que redimiría a la humanidad entera (Kepel, 1991:229).
El descubrimiento del complot de la explanada del Templo perjudicó la “rejudaización desde arriba”. Tras los virulentos ataques de la izquierda y de los medios laicos, los militantes del Gush (unos 50.000) se replegaron temporalmente sobre la resocialización de sus miembros, adaptando técnicas rejudaizantes “desde abajo”. De cualquier modo 1974-1984 es la década del Gush.
El judaísmo ortodoxo: Agudat Israel, Shas y el jasidismo
Al entrar el Gush en un período de latencia, otros movimientos de rejudaización (“desde abajo”) ocuparon la escena: las sectas, asociaciones y partidos ortodoxos (jaredim). En 1990 ejercerán una influencia determinante en el Estado de Israel, controlando las coaliciones gubernamentales. Aunque el mundo jaredí viene de lejos, su resurrección a comienzos de los años ochenta es extraordinaria. Auschwitz se interpreta por la ultraortodoxia como un castigo ejemplar de todo proyecto político judío que no se inspire exclusivamente en el estricto respeto a la Torá (Kepel, 1991:241).
Ya en 1912 se fundó una federación de grupos jaredim para unificar su discurso y su acción ante el futuro judío. Recibió el nombre de Agudat Israel y se acompañó de un «Consejo de los Grandes de la Torá». Pero será a mediados de los ochenta cuando entren triunfalmente en la escena política.
Pero nos interesa especialmente, en este contexto, la figura del Rabí Shlita, Menahem Mendel Schneerson (1902-1994), gran maestro de los jasídicos de Lubavitch, que reivindican la herencia espiritual y carismática de Baal Shem Tov. El jasidismo HaBaD (acrónimo de los términos hebreos Hojmá, Biná, Daat: sabiduría, inteligencia, conocimiento) propio de los lubavitch se caracteriza por movilizar también el intelecto del discípulo. También profesan los lubavich una admiración sin límites por su admor (acrónimo de Adonenu, Morenu, Rabino: «Nuestro Señor, Maestro y Rabino»), cuyos consejos inspirados directamente en Dios son irrecusables. Desde 1950, el Rabí Shlita preside los destinos de los lubavitch. Reúne una educación jasídica y una educación profana (es “ingeniero eléctrico,” igual que muchos otros líderes religiosos contemporáneos). Adversario tanto del judaísmo reformado como del conservador, propugna la estricta observancia de los mitsvot (mandamientos). Se dedicó a restaurar muchas costumbres obsoletas. Los lubavich cantan constantemente su esperanza en la llegada del Mesías, repitiendo: «We want Meshiah now» («Queremos ya al Mesías»), que coronan con la palabra hebrea Mamash. Ésta significa “ahora,” pero es también el acrónimo de Menahem Mendel Schneerson, a quien no dejan de identificar con el Mesías (Kepel, 1991:257). El grupo practica una endogamia a escala planetaria (como los seguidores de Moon, también autoproclamado Mesías), una razón más para fortalecer su estatuto de comunidad emocional definida por ritos de separación respecto del resto al mundo.
«A partir del año 1990, el movimiento Lubavitch tomó una orientación mesiánica e hizo del rabino Schneerson el Mesías esperado. La muerte del rabino en 1994 hundió en la confusión al movimiento, escindido ahora entre la corriente de los mesiánicos que anuncian la resurrección del rabino y preconizan la política más radical en Israel y una corriente más moderada que se encierra en oraciones y danzas tradicionales jasídicas» (Trebolle, en Mardones, 1999:204).Como vemos, no sólo en la Nueva Era será frecuente la cuestión de la reaparición de Cristo o la venida del Avatar de la Era de Acuario; también en grupos fundamentalistas aparece la idea y la pretensión, en más de una ocasión. Un caso peculiar y estigmatizado como una de las “sectas” más numerosas durante el último cuarto del siglo XX es el de Sun Myun Moon y la Iglesia de la Unificación.5 En las elecciones de 1996, de las que salió el Gobierno de Netanyahu, los 16 diputados religiosos de la anterior legislatura pasaron a ser 23 diputados en el nuevo Parlamento. «Hasta la guerra de los Seis Días, los sionistas religiosos se oponían resueltamente al integrismo. El sionismo religioso se presentaba como un movimiento revolucionario destinado a modelar la ley religiosa según las necesidades del tiempo presente […]. A partir de 1967 y sobre todo después de los ochenta, los sionistas religiosos más extremistas han sufrido un cierto complejo de inferioridad frente a los ultra-ortodoxos, supuestamente más fieles a la tradición judía. De la conjunción de estas dos fuerzas ha surgido la ultra-ortodoxia sionista religiosa, que constituye hoy la corriente mayoritaria en el Partido Nacional Religioso» (Trebolle, en Mardones, 1999:198-199).
2.5. RASGOS PRINCIPALES DEL FUNDAMENTALISMO